—¿Qué haces aquí?— pregunto, sin levantar la mirada de mis apuntes, Jimin no responde, en su lugar se permite tomar asiento a mi lado. Suspira en derrota al corroborar que no tengo en mente corresponderle con la mirada.
—¿Me vas a ignorar? ¿En serio?— inquiere Jimin en tanto aguarda un rato, pero termina incorporándose del asiento una vez no recibe respuesta alguna. Anda en dirección a la puerta y yo me muerdo los labios con aprehensión. La incertidumbre me carcome por dentro, y antes de cuestionarme si es la decisión más acertada, acabo cediendo.
—¿Por qué viniste?— vuelvo a preguntar, esta vez con voz firme, Jimin se vuelve en mi dirección, me mira con aflicción, intentándolo disimular pero no lo consigue.
—Simplemente...quería verte— confesó, haciendo el amago de querer añadir algo más.
—No puedes entrar siempre que te de la gana. No tienes derecho.
—Lo sé, y lo siento, no volveré a entrar en tu apartamento sin llamar con antelación— Jimin toquetea el juego de llaves entre sus dedos, sin molestarse en mirarme—. Es solo que algo me dice que no me abrirías la puerta de saber que soy yo.
Alzo una ceja inquisitiva y río sin gracia alguna, ya que no me creo lo cínico que puede alcanzar a ser aquel hombre.
—No, que va, te habría abierto la puerta e invitado a tomar el té. Claro que sí— suelto con ironía, Jimin se aferra con sus dedos a la chaqueta que lo cubre, ejerce la fuerza suficiente para que sus nudillos se tornen blancos. Para mí es evidente que se está conteniendo, no quiere volver a explotar conmigo delante.
—Vine aquí porque tu padre quiere saber qué tal estás, sin embargo, si este va a ser tu recibimiento, entonces creo que ya es hora de que me largue.
—Así que es eso— escupo, soltando el lápiz de mi mano, me levanto de golpe tomando su dirección, mis ojos se abren de par en par y sé que mi reacción lo ha dejado petrificado—. ¡Sólo estás aquí porque mi padre te lo pide!
Jimin tarda en encontrar las palabras correctas para seguir, en cuento lo logra, no recibo exactamente una respuesta apremiante.
—Exacto, estoy aquí por tu padre, por nadie más.
Los sentimientos comienzan a aflorar en mi pecho con insistencia, se hacen paso obstinádamente, son como raíces incrustadas en mi pecho que apenas me dejan respirar. Duele, duele más de lo esperado, mis ojos se cristalizan por lo que necesito tomarme un tiempo para estabilizarme y no llorar.
—Bien— digo en un hilo de voz—. Estoy genial, ya puedes irte— Jimin se pasa una mano en su cabello rubio, viéndose extremadamente frustrado.
—Te odio, que lo sepas— me hace saber, su rostro se desfigura en una fea mueca, termina llevándose las palmas de su mano al rostro, las lágrimas no se hacen esperar a la par que se arrodilla en el suelo.
Entreabro los labios queriendo detener su reacción. No quiero verlo así, Jimin está llorando delante de mí y eso hace que me resulte más difícil no dar mi brazo a torcer. Me arde verlo sufrir, por más que él nunca haya pensado en mi bienestar. Termino acortando distancia sin considerarlo demasiado, y vacilante me dispongo a tocar su hombro para tantear el terreno.
—Deja de llorar— Jimin no acata mi petición, muy a su pesar logra no desviar la mirada. Sus preciosos ojos estan hinchados así que siento la necesidad de acariciarle el rostro. Por mi bien, no lo hago—. Por favor, para ya.
—¿Por qué eres tan malo conmigo?— me recrimina, lo cual no es cierto, porque en ningún momento empecé yo aquel tira y afloja. Nunca le hice daño a conciencia, mientras que él siempre lo hizo.