8. Consuelo

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Al no tener nada mejor que hacer, Terry perdía el tiempo leyendo todas y cada una de las cartas que Candy le envió y él mismo había desdeñado; eran alrededor de siete u ocho y todas decían lo mismo, aunque con diferentes palabras.

Realmente solo había perdido el tiempo. Aquello lo había aburrido aún más. Pero no tenía nada mejor que hacer, no quería salir de casa y para colmo, llevaba días sin poder escribir una sola palabra.

¿Era eso aquello a lo que algunos denominaban "bloqueo del escritor"?

Fuera lo que fuera, estaba mucho más que aburrido. Sentía como si el estar ahí, esperando, lo asfixiara; y sin embargo, ir a cualquier otro lado no era una opción.

Lo cierto es que el joven actor había vuelto a hacer de la soledad, su mejor compañera. Después de todo, desde que era niño había experimentado lo que era la soledad y aprendió a lidiar con ella. Él, con su propio esfuerzo, había logrado abrirse camino en la vida. Nunca necesitó de nadie, mucho menos había necesitado a sus padres, si es que a ese par se les podía llamar así. Tal vez Candy había sido afortunada al ser abandonada. De estar en sus zapatos, al menos le habría quedado el consuelo de que quizá sus padres habrían hecho algo por él y no por ellos.

Comenzaba a desesperar y sin estar seguro de que más hacer, salió a la tabaquería por un poco de relajación. Una vez habiendo encendido el cigarrillo, caminó hasta el teatro. Aún era temprano, pero al menos no se estresaría más que estando frente a la máquina de escribir y sin teclear absolutamente nada.

—Si mi reloj no miente, aún falta mucho como para que comiences a prepararte para la representación de hoy —en cuanto entró al área de camerinos, encontró a Robert—. ¿Te sucede algo?

—No. Nada. Es temprano, pero ayer olvidé algo en mi camerino. Pensé aprovechar el momento de soledad y relajarme un poco antes de que el bullicio comience.

—Entonces no te molestará acompañarme por unos minutos —después de que el castaño accediera, fue guiado hasta la oficina del Director.

•••

En cuanto su esposo apareció, Candy se sintió avergonzada y fuera de lugar. Lo observó alargar su saludo al anfitrión, mientras que a ella solo le había regalado un fugaz beso.

Terry no cenó pero tomó té con ellos, y mientras tanto, la rubia se enteró de que en realidad su esposo había solicitado aquella reunión, que terminó siendo una aburrida junta de negocios; por lo cual prefirió ir al jardín y dejarlos solos, mientras comía otra porción de postre.

—Necesito consultar con el consejo —Albert no estaba tan entusiasmado con el proyecto de Terry—. Me comunicaré contigo en cuanto tomemos una decisión —los escuchó cuando salieron a buscarla.

—Gracias, Albert. Estaré esperando.

Ella no quiso mencionarlo a su esposo, pero sabía lo que la respuesta del patriarca significaba, incluso volteó a verla y en esa sutil mirada pidió su discreción. Ella supo que la respuesta que Terry estaría esperando nunca sería a su favor. Muchas veces escuchó a Albert pronunciar esa frase cuando un negocio, proveniente de alguien a quien apreciaba, no le convencía; era su sutil forma para ganar tiempo y luego pedir una disculpa, pretextando que la junta directiva se había negado. A veces, incluso él, decía mentiras.

El resto de la velada charlaron sobre diversos temas, pero para el magnate no pasaron desapercibidos el silencio, ni el cambio de actitud en la rubia. No tenía duda de que algo extraño sucedía entre ellos.

—Candy; ¿Harás algo mañana, durante el almuerzo? —mientras los escoltaba a la puerta, detuvo su andar por un momento.

—No.

Por Ahora, Por un PocoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora