Era una mañana fría. El cielo estaba cubierto por un manto negro de oscuridad y por una neblina ligeramente sofocante que daba al lugar un aspecto tenebroso, típico de una película de terror.
Harry se había enfundado en su abrigo negro, se había puesto guantes para mantener las manos calientes y estaba estrenando su nuevo gorro.
Con la cámara en la mano, se adentró por el estrecho sendero que se perdía en el interior del bosque. Los lugares solitarios y oscuros le imponían un respeto que nunca lograría comprender. Le gustaban y le aterrorizaban a la vez.
Salió de casa a las doce del mediodía, despidiéndose de Heidy y de las tres niñas. Heidy le había dicho que sólo le necesitaba en el hogar para ocuparse de las niñas las mañanas de lunes a viernes, por lo que tenía el resto del tiempo para hacer lo que quisiera. Ella no le impondría nada.
Encantado y tras guardar en la maleta el sándwich que Heidy le preparó para comer durante su excursión, Harry se encaminó hacía el castillo.
Una vez allí y tras haberse zambullido de pleno en la naturaleza, perdió la noción del tiempo y se olvidó de seguir un rumbo fijo hacia el norte para poder centrarse en hacer fotografías del lugar que lo envolvía; un lugar encantado y extraordinario.
No mucho después, tras decidirse entre izquierda o derecha en caminos que se bifurcaban, cruzar un río y atravesar un campo dónde menguaban los árboles y las flores, Harry se detuvo, algo cansado, y giró sobre sí mismo, deseando encontrarse rodeado de magia y naturaleza.
A su alrededor no existían más que árboles de copas frondosas y densas, caminitos de tierra, troncos caídos y el sonido del agua procedente de algún riachuelo cercano.
Casi podía oír música saliendo de las hojas caídas de los árboles. Empleó más de una hora en hacer fotografías, algunas que se guardaría para sí y otras que podría exponer en su página web en las próximas semanas.
Recorriendo el terreno y aplastando las hojas y secas que inundaban el lugar llegó a un claro donde los rayos del sol se colaban entre las ramas de los árboles.
El nubarrón negro hubo desaparecido en cuanto reparó en lo que había en una pequeña arboleda, que quedó totalmente iluminada y pareció un castillo a los ojos de Harry.
Perdido entre caminos sinuosos y árboles como gigantes, Harry encontró algo fascinante.
Allí, entre las enormes y gruesas ramas de los árboles, se alzaba una casita de madera. Más bien podría decirse que era una cabaña, pero quienquiera que la hubiese construido había puesto todo su esfuerzo en ella y había empleado mucho tiempo en construirla.
Antes de acercarse, Harry tomó una foto.
Colgándose la cámara al cuello, se dirigió a uno de los lados de la casa, allí dónde había una escalera. El terreno alrededor de los cinco árboles que sostenían la madera estaba vacío salvo por hojas secas y algunas malas hierbas. Más allá no podía verse nada excepto arboledas interminables.
Harry no tenía la menor idea de cuál era el camino de vuelta a casa, pero en ese momento no estaba pensando precisamente en eso. Estaba completamente absorto en la obra de arte que tenía frente a él.
Subió los diez escalones que llevaban a una estrecha pasarela entre dos troncos que terminaba en otros cuatro escalones que giraban hacia la derecha.
Harry dejó correr la yema de sus dedos por encima de la madera. No era más que un pedazo sacado de alguna parte y llevado hasta allí. Era curioso, pues se conservaba en buen estado a pesar de que daba la sensación de llevar allí muchos años. No había una puerta que prohibiera la entrada a personas no bienvenidas. Sólo un arco del que colgaba una flor marchita.
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Mariposas Perdidas | Louis & Harry
Macera"Las mariposas existen para guiarnos por el camino hacia la libertad." le susurró. "Tú eres mi mariposa, Harry." © 2014, Veronika Bennington. Todos los derechos reservados. Terminada. Enero 2016. ©