Cuando tenía poco menos de 7 años, vivía junto a toda mi familia en una gran casa, en un barrio al que uno podría referirse cómo decente. La cuestión radica en que al cruzar la calle, nos encontrábamos con uno de los cementerios más grandes de la ciudad. No sé en qué mente cabe que este es un ambiente apropiado para un niño de tan corta edad, pero supondré que para ese entonces mis familiares tenían mejores cosas en qué gastar su tiempo. Día tras día la gente entraba, los característicos trajes negros, las caras largas. Todos murmurando, nadie tenía la valentía suficiente para afrontar la pérdida de alguien cercano.
Lo más normal sin lugar a duda es llorar, es la primera reacción que relacionamos con la tristeza (Porque todos sabemos que la muerte es algo muy triste, no algo natural), pero llorar no es tan malo. La actitud más extraña de alguien que ingresaba a un funeral la presencié justamente el último mes en el que me asenté en aquel lugar. Era un hombre, no tendría más de 30 años.
La primera vez que lo vi estaba sentado en una banca fuera del cementerio, una por cierto que no tenía razón de ser, nunca nadie la usaba, no es cómo que se te pase por la mente el sentarte antes o después de un velorio, ¿Cómo verían eso los demás? A el desde luego no le importó, supongo yo porque allí no había nadie más; estamos hablando de un hombre de piel morena, un traje que se veía bastante barato, probablemente de estatura media, sentado en una banca justo fuera de un cementerio a las 9 PM, con nadie más allí. Vaya que era algo extraño.
Intenté no poner mucha atención al moreno, pero fue inútil. Estaba sentado cómo una estatua, apenas si se le veía respirar. Mi mente me gritaba que dejara de verlo, lo más normal es relacionarlo con lo paranormal e inmediatamente, por miedo, pensar en otra cosa, cómo en alguien más, un asunto de interés personal, o algo que si o sí te hará olvidar que vives frente a un cementerio; más un niño no cuenta con la capacidad cognitiva para captar todas esas señales, cada segundo que lo veía parecía desaparecer, uno tras otro, parecía que en algún momento iba a moverse, a saltar hacia la ventana, a difuminarse en el vacío, pero no hizo nada, el entorno no reaccionaba a el. Un auto pasó por la calle, el único terreno que separaba el andén del cementerio del andén de mi casa. El moreno lo siguió con los ojos, pude ver el rodar de sus pupilas ante la iluminación de los faros de un Malibu 87 que en otro caso habría llamado mi atención, el auto pasó excesivamente lento, cómo si alguien dentro del mismo se hubiera horrorizado tanto cómo yo, pero desde mi ventana no podía verle. El claxon del auto sonó de manera baja, acto seguido, un rechinar intenso, que resonó entre todas las casas del lugar, me hizo volver en sí. Creería yo que ese fue el estímulo que necesitó el Jarred de 7 años para reaccionar, me percaté finalmente que estaba pasando algo extraño.
Bajé las escaleras cómo un rayo, me infiltré en la habitación de mi uno de mis tíos con extremo cuidado, no encendí ninguna luz, sólo actué cómo si hubiera practicado aquello por toda mi vida. Abrí la mesa de noche que estaba para mi mala suerte justo a su lado, saqué su Polaroid antigua y me fui de allí, cómo si nunca hubiera estado, el crimen perfecto, envidiado por cualquiera con un mínimo de experiencia en ámbitos ilegales, o tal vez sólo es un recuerdo exagerado.
Recorrer el pasillo antes de mi habitación fue una tortura auténtica, mi subconsciente me asaltó con preguntas cómo : ¿Y si se fue? ¿Qué pasará si no está y no lo vi irse sólo por querer ir a tomar la cámara? No me gustó, esas preguntas me hicieron sentir más incómodo de lo que quiero recordar. Había llegado ya demasiado lejos, la idea se había encasillado en lo más profundo de mi alma, ciertamente, el moreno ya era lo de menos, era más bien un objetivo propio, algo que yo debía de hacer por mi propia mano, el objetivo de un niño que no podía dormir por miedo a oír algo en medio de la noche, ese era yo. Me asomé por la ventana y contemplé bastante alegre que él seguía allí, dejé salir una carcajada y encendí la cámara. El tenía la misma postura, para tal punto ya estaba seguro de que eso no era propio de una persona normal. Le apunté con el lente, incliné y mi postura y me aventuré a descubrir que él me estaba observando. Mentiría si dijera que tenía una mirada penetrante, sus ojos más bien no expresaban nada, eran propios de alguien que lo había perdido todo, que ya sabía que probablemente su vida se arruinó. Grité, tal vez cómo efecto de los nervios que me produjo el ser descubierto, pero por suerte la fotografía no salió borrosa. Dejé caer la cámara contra el suelo, eso seguramente ayudó a que mi padre entrara corriendo a la habitación, incluso más asustado que yo.
No fue algo fácil de explicar, inclusive le mostré la fotografía, se veía a alguien que miraba fijamente hacia mi ventana, en aquel punto podía hacerme la víctima y desaparecer toda probabilidad de ser aprehendido por Papá, pero decidí no hacerlo. Para mi sorpresa, el se lo tomó con mayor sobriedad de lo que esperaba, tras una charla mucho más larga de lo necesario, dormí con el y con mamá, pero no estábamos solos, esa noche me acompañaba la fotografía, fotografía que por azares del destino, conservé hasta ahora.
YOU ARE READING
For real | Gunshot
Teen FictionOh, yo estoy seguro de que tú también lo has sentido. Todo esto es bastante aburrido, una copia de una copia. Nada resalta, pero todos quieren resaltar. No soy el Juez de nadie, pero nada vale la pena en este abismo. La primera entrega de la trilogí...