Hablemos de Locura

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El comedor estaba bastante ocupado. Ví una mesa alejada de todos los locos que me rodeaban, iba a ocuparla cuando una chica pelirroja me tomó del brazo con brusquedad.

— ¡Hola, nueva! ¡Ven, siéntate aquí, conmigo! Ven, yo te ayudo — tomó mi bandeja —. Estás bien enfermita

— No, gracias — le respondí cortante.

— ¡No seas estúpida, siéntate! Yo te ayudo

Antes de que se pusiera violenta o algo me senté y me puse a comer. La comida en sí no estaba mala, lo que me incomodaba era el plástico de cubiertos, platos y vasos además de la extraña compañía.

— Nueva, ¿Cuál es tu nombre? Mi nombre es Nami, mira, tengo pinches en el pelo, me los regaló mi hija, tiene tres años, son lindos ¿verdad? ¿Tú tienes hijos? ¿Por qué estás aquí? Yo estoy porque tengo manía ¿Tú tienes manía? Yo me pongo rara a veces y...

— Cálmate, ¿Vale?

— Estoy calmada créeme. A veces me ponen unas cositas pegadas a la cabeza porque me da la manía y cuando me da electricidad me relaja ¿Sabes? ¿A ti ya te pusieron corriente?

— Debes estar bromeando

— No es broma, me ayuda mucho porque veo cositas lindas y pienso en mi hija, ella es mi fuerza para salir de todo este proceso que...

— Oye, no te ofendas, sólo quiero comer tranquila e irme a dormir ¿Te parece?

— Yo quiero que sepas que puedes contar conmigo y que te quiero a pesar de que estemos locas de remate. Además tienes que saber que yo tengo un amigo que nos ama a tí y a mí y a todas y su nombre es Jesús — me pregunté si se refería al Nazareno pero preferí callar —. Yo te quiero tal cual eres, amiga. Y Él también. Todavía no me dices tu nombre, dime tu nombre, dime, dime...

— Robin, ese es mi nombre

— Muy bien, Robin. ¡Seremos muy buenas amigas! Porque la otra amiga que tenía encontró el cajón donde escondían los cordones de la zapatillas y ¡pum! se colgó así que necesito otra amiga — no podía creer que me decía todo eso de una vez —. Trata de comer despacito y mascando muy bien tu comida por la digestión, tú sabes, yo le enseñé a mi hija y nunca más tuvo problemas en su estómago...

Yo seguí comiendo tratando de no prestarle atención pero era bastante difícil. Ella no paraba de hablar; de su hija, de la corriente, de las actividades del centro, de la manía, de lo buena que eran con ella y así un sinfín de cosas que me importaban un bledo.

— ¿Nami? ¿Vamos? No incomodes a Robin, está adaptándose ¿Sí? — la enfermera Vivi apareció para rescatarme.

— Amiga, me vienen a buscar para darme mi corriente, nos vemos luego y come lentito, acuérdate ¿Ya?

Sólo asentí mientras se la llevaban. Qué alivio. Terminaba lo de mi bandeja cuando me avisaron que tenía visita. ¿Quién sería a esta hora? La respuesta la obtendría pronto. Me llevaron a una sala bastante acogedora donde me esperaba mi madre.

— ¡Ay, hija! ¡Qué bueno que te veo! ¿Cómo se te pudo ocurrir hacer semejante estupidez?

— ¡Hola, mamá! Qué bueno verte y saber que te preocupa mi situación

— ¿Acaso quieres que te felicite? Mira tremendo desastre que armaste ¿Qué vas a hacer ahora? ¿De qué vas a vivir? Trafalgar podrá ser cualquier cosa pero te daba una vida de princesa

— ¡Mamá! ¿¡A qué mierda viniste!?

— Te traje algunas cosas — me pasó dos cartones de veinte paquetes de cigarrillos cada uno.

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