El encendedor escupió una llama y se acercó a la punta del porro que Carlos sostenía con los labios. Él le ofreció un beso y se hizo pasar el humo por la garganta. Aguantandose la respiración extendió la mano y gentilmente se lo hizo llegar a Óscar, quien tomó la base del objeto entre sus dos dedos y al tenerlo en la boca aspiró lento y profundo. Al extremo del cuarto estaba Alan mirando por la ventana hacia el cielo que se iba tornando naranja conforme el sol descendía sobre las cordilleras que resguardaban su refugio. Las estrellas empezaban a aparecer una a una en la gran pared azul del planeta, y la luna palideció. Al lado de aquella circunferencia llena de cráteres, se deslumbraba un destello que bailaba como la misma llama del encendedor que inauguró el momento en que los presentes compartían de un ritual tan viejo como su amistad.
El humo ascendió hasta el techo tras salir de la boca de Óscar, seguido de la clásica tos que le hacía pensar que seguramente había fumado como debía, pues empezaba a sentir sus pulmones rellenos de una sensación que jamás había sido capaz de describir de la forma más apropiada. Giró la cabeza hacia la ventana y con un "psst" quiso llamar la atención de Alan. "Psst, psst" repitió. Alan dió un sobresalto y se volteó para mirar a su amigo. Óscar alzó su mano con la que sostenía el porro.
— No, gracias — dijo Alan y volvió a observar las estrellas que se formaban.
Carlos se rió tan silenciosamente que sólo él fue capaz de escucharse. Luego levantó su voz:
— Date otro, ándale.
— No, ya — replicó Alan.
— ¿Apoco ya te pegó?
— ¿Pues qué tiene? — Óscar intercedió mientras sacaba humo — es la primera vez que le da.
— No, no me ha pegado tanto, pero ya no quiero — Alan cerró la ventana tras de sí y se sentó en la orilla del sillón.
— Entonces date otro — volvió a sugerir Carlos —, ¿o de verdad a este punto te siguen preocupado los "efectos a largo plazo"? Ya da lo mismo, date.
Intervino Óscar:
— Justo así piensan todos los cabrones que andan haciendo tanto desmadre. Como ya no se preocupan de nada creen que pueden hacer lo que se les antoje.
— Sí, pero hay niveles. Yo no le estoy haciendo daño a nadie. Me pondré tan marihuano como yo quiera, no estoy afectado a nadie, deberían de hacer lo mismo.
— Nunca entendí su necesidad de siempre estar fumando para evadir la realidad — Alan recriminó.
— Cállate que hace rato le diste un jalón bien mamón — argumentó Carlos seguido de otro beso al porro.
— Sólo porque ustedes no dejaban de molestarme. Ni me gusta el olor.
— Oye, pues si ya no lo quieres hacer no te volveremos a ofrecer — dijo Juan tratando de mostrarse más compresivo que su compañero.
— Aparte se ve que tú no entiendes — Carlos intentaba defenderse —. No es evadir la realidad como tú dices, es algo más así como aderezarla, ¿entiendes? No es como si andar marihuano fuera lo mismo que estar borracho y apendejado, al contrario, es ver la vida de una forma más profunda, viendo cada pequeño detalle...
— Ya has dicho eso un chingo de veces, Carlos — Alan rodó los ojos.
— ¿Apoco no te sientes menos ansioso ahora que fumaste?
— No, me siento igual. Tan solo el corazón me late más rápido y me empiezo a sentir peor de a ratos.
— Es que no te estás dejando llevar.
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En Picada
Mystery / ThrillerMorir siempre ha sido inevitable para algunos y para otros; ahora lo es para todos.