El resto del día transcurrió tranquilo, exceptuando cuando le di a mi madre el número de teléfono desde donde me habían llamado cuando encontraron su móvil. Era lo bastante mayor como para recuperarlo ella sola, pero eso ella no parecía entenderlo.
Me fui a dormir y en sueños volví a recordar la escena del baño en casa de Adam. Tenía metida su risa entre ceja y ceja y no sabía por qué.
La mañana siguiente me desperté feliz, hacía tiempo que no me encontraba tan bien. Salí de casa e iba a coger el bus, pero no lo hice. En la puerta estaba él.
- Buenos días preciosa, como no me has dicho nada he tenido que venir al final yo - me dice.
No quería malos rollos, así que me acerqué a él con la intención de darle un abrazo. Sentí su pecho y sus brazos rodeándome y me sentía tan agusto así, ojalá estar así todo el tiempo del mundo. Nos separamos y me sonrío. De nuevo esa sensación que me recorría todo el cuerpo de arriba a abajo. Céntrate Laia y compórtate como una persona normal.
- Perdona que no te haya hablado, no he tenido muy buenos días últimamente y no he estado de humor para hablar con nadie - intenté disculparme.
- No te preocupes, yo tampoco estoy acostumbrado a chicas con un carácter como el tuyo -.
- Es que tengo las cosas muy claras y aveces me paso de cabezota puede ser -.
- Me gusta que seas así no se muy bien porqué - me confiesa mientras yo me sonrojo.
- Anda, déjame que te lleve hoy a clase. Me dejarías? - pregunta con miedo a que me vuelva a enfadar.
- Claro tonto, pero no te acostumbres a que estemos de acuerdo... Ya has visto que es difícil hacerme cambiar de opinión - le digo acercándome a la puerta del coche.
Una vez subimos y arranca me atrevo a preguntarle por su familia, me contesta bastante incomodo así que decido no seguir por ahí. Averiguo que tienen un imperio alrededor del mundo de la hípica, se dedicaban sobretodo a la cría y entrenamiento de caballos de pura sangre para llevarlos a competición. Sus tíos vinieron desde Italia porque los caballos españoles eran mejores que los italianos y era mucho más complicado hacer los traslados hasta allí, y aquí tenían las cosas más sencillas.
Tras este descubrimiento me preguntaba si alguna vez Adam habría estado compitiendo como jinete. No se porque pero no le pegaba demasiado, quizás lo veía haciendo algún deporte más común como fútbol o natación.
A raíz de eso, él me preguntó por mi familia y le hablé de mi madre y mi hermana, pero nada más allá de que vivía con ellas desde que mis padres se divorciaron años atrás y de mi padre no sabía nada desde entonces. Pero tampoco le guardaba rencor, intentaba ser positiva en ese tema y creer que tendría alguna razón para irse así, lo único que no me gustaba era que no hubiera sido capaz de al menos mantener el contacto con sus hijas.
Hablando de nuestras respectivas vidas finalmente llegamos a la universidad y aparcamos el coche. Era normal que con ese coche todo el mundo nos mirase al bajar, no era muy habitual que los alumnos pudieran permitirse el coche que Adam llevaba. No me molestaba que nos miraran, total no me conocía nadie. Pero hubo una mirada que no me gustó. De nuevo aquella que de vez en cuando volvía a mis pesadillas.
- Adam, como tu por aquí? - dice Emma acercándose a nosotros.
- Ey hola Emma - saluda Adam mientras la chica se le echa prácticamente encima para darle dos besos - emm... bueno, no vengo solo y es un buen sitio para aparcar-.
De que narices se conocerían esos dos me preguntaba
- Esta es Laia - me presenta, aunque no era para nada necesario.
- Si, nos conocemos - responde Emma lanzándome una mirada de arriba a abajo.
No se como lo hacía pero a pesar de que algunas veces no me decía nada malo, siempre me hacía sentir incómoda. La presencia de Adam ayudó a que no me dirigiera a ella de peores formas.
- Íbamos juntas al instituto - añado yo intentando ser amable.
- Bueno Laia, luego nos vemos voy para clase - dice mientras Emma lo agarraba del brazo - luego podemos volver juntos si quieres -.
- Vale, te escribo algo cuando salga -.
Tras eso, los observé marcharse juntos en dirección contraria a donde estaba mi clase. No entendía como aparentemente podían llevarse tan bien, por lo que los conocía a ambos sus caracteres no tenían nada que ver. ¿En que momento se habrían conocido'. Quizás el que vinieran de dos familias con dinero tenía que ver, no sabía si los ricos hacían ese tipo de cosas pero era lo que había visto en las películas. Las familias ricas siempre se relacionaban con familias ricas, y la gente de clase más baja no eramos muy bien vistos en esos entornos.
Las clases marcharon con normalidad, nada muy entretenido quitando los chistes de Teo que siempre me hacían reír y algún día me iban a tirar de clase por su culpa. Pero realmente no podía culparlo nunca, ya que él y Pe eran lo que más alegraba mis días.
Al salir de clase miré mi móvil para ver si me volvía con Adam a casa, pero en lugar de ver un mensaje suyo encontré un correo electrónico respondiendo a una de mis solicitudes de trabajo. Era la de niñera, querían entrevistarme esa semana porque les había interesado mi perfil. La verdad que me hacía bastante ilusión empezar a trabajar y ganarme mi propio dinero, a mi madre no le iba a hacer ninguna gracia pero me daba lo mismo, estaba dispuesta a discutir con ella por hacer algo que me apetecía y además no tenía nada de malo. Tras leer el mensaje no pude evitar sonreír y que se me viera la ilusión en la cara.
- A que se debe esa sonrisa que te queda tan bien? - una voz familiar me dice mientras yo levanto la cabeza en esa dirección.
-Tal vez consiga un trabajo y te pueda pagar la moto - le digo feliz.
- Eso son muy buenas noticias Laia, ¿te apetece celebrarlo? - me pregunta.
- Depende de cual sea la celebración - contesto dubitativa, no sabía que tenía pensado y este hombre era toda una caja de sorpresas.
- Confía en mi te gustará - me dice con voz calmada.
Esta vez decidí darle una oportunidad, no me apetecía volver a casa y estar con Adam me hacía sentir muy bien así que acepté su propuesta.
- Te va a parecer un poco raro todo esto, pero no te asustes - me dice - quiero que sea una sorpresa, ¿me dejarías taparte los ojos?-.
Era todo muy extraño, pero había decidido confiar en él. Me senté en el asiento de copiloto de su coche y me puso con mucho cuidado un antifaz. Noté que tenía las manos temblorosas y tengo que admitir que me hacía un poco de gracia que estuviera nervioso, así que no pude evitar sonreír.
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Entre rosas y espinas
RomanceLaia tiene 19 años y empieza la universidad intentando dejar atrás el dolor que ha sufrido en su pasado. En su búsqueda de la felicidad encontrará obstáculos que taparan su camino, pero mientras lucha por sus sueños apareceran personas que la ayudar...