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Deslizó la fina media de encaje por su esbelta pierna y como de costumbre puso dos dagas a la altura de la liga, siempre que bajaba al club le gustaba hacerlo con armas que pudieran serle de ayuda en caso de que algún pelele intentara sobrepasarse con ella.

Se aceró al espejo para darse una última evaluación y sonrió satisfecha al ver como el glorioso vestido color esmeralda se ajustaba a sus curvas. Madame Gale conocía sus gustos y los escotes profundos siempre sería su corte preferido, se podría decir que era la única amiga que tenía por ahora, conocía su situación y estaba decidida a diseñarle los mejores vestidos para la seducción.

La peluca color azabache contrastaba perfectamente con sus ojos color cielo y enarcó una oscura ceja por el gran cambio que el maquillaje conseguía causar en sus facciones. No le sorprendía que nadie la reconocería, cada vez que se ponía en la piel de Rosemary Seraphina dejaba de existir.

Sujetó su abanico con maestría y pasó el lujoso accesorio por el nacimiento de sus senos. El guiar un club le enseñó ciertos trucos de seducción, pero debía confesar que nunca sintió la necesidad de implementarlos porque no le atraían los inútiles que perdían su dinero en tonterías.

Salió de su alcoba con paso resuelto y una enorme sonrisa se dibujó en su rostro al ver al conde de Ross aguardando por ella.

Zachary no se había mostrado muy animado con la idea de que ella volviera a salir al club, pero eso tenía sin cuidado a Seraphina, quien ya se consideraba un alma libre.

—Milord.

El castaño de labios gruesos y mirada profunda esbozó una sonrisa perversa y la evaluó con la mirada.

—Se ve maravillosa, milady.

—Rosemary —corrigió con coquetería y Ross le entregó el brazo.

Les tomó menos de tres minutos llegar al club y no le sorprendió ver el lugar repleto, sus chicas esa noche sacarían buenas ganancias si sabían cómo moverse. Manteniendo la política de Triunfo o derrota, en su club las cortesanas debían ser tratadas con respeto y no se aceptaban actos vandálicos en contra de las mujeres, eso permitía que se desplazaran por el establecimiento con los rostros sonrientes y muy seguras de su bienestar.

—Admito que me sorprendió su decisión de acercarse a su esposo —musitó Ross sólo para que ella escuchara y sonrió de lado.

Todo tenía una razón de ser y en este caso ella tenía mucho que ganar, si lady Victoria estaba de su parte, nada ni nadie salvaría al mequetrefe de su esposo de lo que le esperaba a continuación.

—Tengo mis razones.

—¿Deseos de venganza, quizá?

—Quizá.

—Sólo vaya con cuidado. —Ella asintió, percatándose de como más de un par de ojos se posaba sobre ellos.

Siempre era lo mismo, cada vez que visitaba el club del brazo de Ross se sentía malditamente observada. No lo comprendía, en un principio llegó a pensar que la habían reconocido, pero cuando un día su esposo se puso frente a ella y se limitó a saludarla con picardía, Seraphina pudo olvidarse de esa preocupación; pero incluso así no le gustaba el saberse tan observada.

Al final llegó a la conclusión de que todo se debía a que el conde de Ross tenía una amante como ella.

—Jugaré con él —comentó el conde y ella asintió levemente, viendo cada vez más cercano el rostro de su marido—. Caballeros, ¿tienen un lugar para mí?

Por supuesto, la mayoría de los burgueses recibieron con entusiasmo al conde de Ross y le brindaron dos espacios para él y ella, no todos los días uno tenía el honor de cruzar palabras con el noble; no obstante, Portman se mantuvo serio y los miró con dura frialdad.

La prima del vizconde 4.5 (Libertinos Enamorados)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora