No lo deseo. No confunda mi malestar con deseo porque le doy mi palabra de que usted es la última persona que yo desearía entre mis piernas.Sin poder quitar esas malditas palabras de su cabeza, Lucien giró sobre su lugar con frustración y abrió los ojos al sentir la desagradable fragancia de su amante de turno.
Jamás olvidaría la noche que Seraphina lo rechazó, su estúpido comentario había generado que su ego se viniera abajo y se propusiera a sí mismo nunca tocarla para que algún día se diera cuenta de lo triste que sería no saberse deseada por él; no obstante, nunca esperó que la insensata se marchara y se olvidara de su existencia como si él no fuera alguien importante en su vida.
¡Ella lo había abandonado!
Pero él la había dejado ir... Lucien pudo haberla retenido, incluso pudo haberla seducido y conquistar el corazón de la rubia de curvas irresistible, pero la política de Lucien consistía en no obligar a ninguna fémina a permanecer junto a él, que cualquier dama que merodeara a su alrededor debía hacerlo por voluntad propia y no porque un contrato matrimonial la atase.
Llevaba dos años sin saber de ella y siempre atormentaba sus recuerdos, más cuando la irresistible Rosemary decidía pasear por Las garras de Lucifer del brazo de su amante, el acaudalado conde de Ross.
¿Podría divertirme con usted?
Sí que podría divertirse con ella, estaba seguro de ello, pero siempre que estaba junto a la pelinegra la imagen de su esposa venía a su mente y la idea de que una noche con ella bastara para que decidiera ir por Seraphina a Wiltshire lo atormentaba.
Su matrimonio nunca se efectuó de buena manera, él no fue el mejor hombre después de su boda y vergonzosamente había perdido toda su dote en el juego y ahora estaba endeudado hasta el cuello.
Era un desastre y no quería que Seraphina lo supiera.
Ahora, hacer de Rosemary su amante era un riesgo que no pensaba correr; primero porque no tenía dinero para brindarle sus comodidades y segundo porque no pensaba ganarse la enemistad de Ross, suficiente tenía con Sutherland y Beaufort como para lidiar con otro socio del club Triunfo o derrota.
Se incorporó con disgusto y empezó a vestirse sin reparar un solo segundo en su amante.
Siempre pensó que las mujeres servían únicamente para brindar placer y ayudar a uno a desfogarse, pero últimamente le estaban resultando un dolor de cabeza y ninguna era capaz de hacerlo sentir complacido.
Llegó a su casa sin hacer mucho revuelo y se imaginó como sería su hogar si su esposa estuviera allí para hacerse cargo de todo.
¿Pacifico?; lo dudaba.
¿Divertido?; posiblemente.
No quería confesarlo pero extrañaba el espíritu entusiasta de Seraphina, incluso antes de ser marido y mujer ellos ya compartían disputas que si bien a veces eran un poco toscas, siempre conseguían robarle más de una sonrisa.
Ella era única en su especie, fuerte y decidida; la única dama que tiempo atrás se atrevió a ponerle en su lugar.
Era una lástima que hubiera demostrado ser igual de ordinaria que todas las demás damitas respetables y hubiera huido a Wiltshire, puesto que él jamás se plantearía la idea de hacerle una visita a su mujer por más deseoso de poseerla que estuviera. Nunca debió decirle que el matrimonio no se consumió, lo mejor habría sido dejarla vivir en la ignorancia en cuanto al tema.
Miró la hora.
Eran las cuatro de la mañana.
Ese día tendría que hacerle una visita a Victoria, necesitaba cubrir la deuda que tenía con Las garras de Lucifer si no quería tener problemas con el dueño, su abuela siempre lo ayudaba con esos temas porque como toda dama respetable quería seguir teniendo el nombre del título en alto.
Sin contar que era malditamente rica y por eso drogó a Seraphina para hacerla su esposa; porque si no era ella, Victoria no le heredaría nada cuando muriera. Hecho que por cierto, hace dos años lo vio muy cercano y ahora cada vez más lejano.
Se despertó a las tres de la tarde, ni siquiera compartió el almuerzo con su madre, por lo que algo confundido y cansando llamó a su ayuda cámara para que lo preparara para visitar a su abuela. Le hubiese encantado ir más temprano, pero su ajetreada vida nocturna lo tenía muy ocupado en lo que perdía dinero y gastaba su energía con viudas necesitadas que no fueran a cobrarle por sus favores.
Toda intención de ir donde su abuela se dilató cuando le dijeron que el conde de Devonshire estaba en el salón verde. Matt Gibbs era su compañero de juergas y al igual que él; disfrutaba de mujeres mientras ignoraba la existencia de su esposa.
—¿En qué puedo ayudarte? No es común que me visites a esta hora del día —dijo nada más entrar al salón.
Devonshire lo visitaba cuando estaban a minutos de ir por nuevas conquistas.
—Dado que Blandes se encuentra en una etapa de reconciliación con su esposa y Grafton pasa la mayor parte del día con ellos, eres el único amigo que me queda —espetó con frialdad, generándole un escalofrío en la espina dorsal.
¿Por qué tenía que ser tan aterrador?
—¿Y para qué me necesitas?
—En una semana es el cumpleaños de mi hermana y quiero hacerle un regalo, tú sabes mucho del tema que féminas y obsequios respectan por lo que requiero de tu ayuda.
Enarcó una ceja, burlón.
Aún no comprendía como era que el castaño conseguía amantes, Devonshire era el tipo de hombre que jamás hacía un regalo, las únicas damas que se llevaban sus atenciones eran su madre y hermana.
—¿Harás una fiesta? —inquirió con curiosidad y el conde asintió.
—¿Crees que sea prudente? Si mal no recuerdo, tu esposa cumplió años hace poco y no hiciste nada.
—No sabría decirte, no estoy al tanto de lo que ocurre con ella.
Pero vivían en la misma casa, el caso de lady Devonshire era muy distinto al de Seraphina. Incluso él le enviaba regalos de cumpleaños a su esposa.
—¿Está en Londres? —curioseó.
¿Y si todo era una mentira?, ¿y si lady Devonshire estaba exiliada en el campo?
—¿Me ayudarás o no?
Quizá podría aplazar un poco la mala noticia que tenía para Victoria, aún no le habían hecho el cobro en Las garras de Lucifer, por lo que no tenía por qué alarmarse o adelantarse. Con la noche de ayer había sumado otras mil trecientas libras a su deuda, esa suma no era nada para Victoria.
—De acuerdo.
El mejor regalo para una mujer como Laurine Gibbs era un hermoso y costoso collar de diamantes, no le cabía la menor duda de ello. La dama era toda una belleza que requería de riquezas en sus accesorios para presumir su poder ante las personas que quisieran destruirla por su ilegitimidad. Ser la bastarda de un conde no era algo ventajoso para una mujer y la clara prueba de ello era que la hermosa rubia seguía sin recibir una sola propuesta matrimonial.
Si no fuera porque su hermano fuera rico e influyente, ella ni siquiera pondría un pie dentro de un salón de baile.
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La prima del vizconde 4.5 (Libertinos Enamorados)
Ficción históricaDISPONIBLE EN AMAZON. Para toda la población londinense: los vizcondes de Portman tienen el matrimonio perfecto que se basa en el respeto y se rige por la cordialidad, lo que cualquier noble espera de una unión por conveniencia. Lo que nadie sabe...