Ramses Yair Ayala M. (Ciudad México, 1989) Egresado de la Facultad de Arte y Diseño de la UNAM, tiene cuentos publicados en Fanzine Eterno Sopor #2 y #3 (2016), Fanzine a los muertos #2 y #3(2017), Revista Fantastique #2(2016), Revista Fantastique #4(2017), Revista Nictofilia #2(2017), Revista digital Rojo Siena (2017) y Revista digital Letras y demonios #2 (2017).
Abrir la llave hacia la derecha, esperar un par de segundos y dar paso al extraño sonido que escapa de lo más profundo de una garganta metálica. Escupe sobre el rostro y la piel desnuda de un individuo cualquiera, hierático, cicatrizado, una descarga de agua cálida en la cual se fija una extraña cualidad mística y alquímica de convertir al hombre hecho mierda en algo más allá de un despojo de carne, huesos y un par de emociones mutiladas; porque es el sanitario un pedazo de universo donde el hombre se enfrenta con su ser escatológico y desprende de su interior, de sus entrañas, de lo profundo de su organismo un fragmento de sí que le parece repulsivo; la bañera, como parte esencial de ese universo, auxilia al cuerpo y al espíritu en esa liberación (engañosa pero necesaria) de sentirse diferente, relajado, listo para cualquier circunstancia que reproduzca un eco invisible pero presente en ese rincón traicionero que llamamos inconsciente, que gusta de tirar del hilo fino que separa la realidad de la fantasía, frontera peligrosa e inexorable. ¿O no es por ello que existe un extraño culto a tomar una ducha cuando nos sentimos sucios, cansados, desvalidos, y por qué no, desvariados?
—La televisión me ha vendido el Santo Grial de la ducha...—dijo Violeta con una risita irónica mientras el agua quitaba el jabón de su cuerpo y los malos pensamientos de su cabeza. En su mente, cantaba la canción del comercial con los ojos cerrados para distraerse un poco, y cuando sintió que el vapor invadía la habitación, se apresuró a cerrar la llave del agua y abrir la ventana.
Tomó la toalla y, con una sutil delicadeza, secó las gotas que escurrían de su piel, se envolvió con ella y salió hacia el pequeño pasillo que daba a su habitación. Cogió su ropa y cerró los ojos por unos cuantos segundos, se recostó y comenzó a recordar la canción que había escuchado en una película.
—No es nada, Violeta, no es nada, es un dolor cualquiera, olvídalo. ¿Recuerdas cuánta gracia te hizo esa canción? Kiriku es valiente...Oh, kiriku... Debería ser como Kiriku —se dijo mientras sentía la respiración profunda llenar su tórax. Aprovechando un instante de calma se vistió frenéticamente, sin importarle si sus agujetas estaban bien atadas, o el cinturón de sus jeans bien ajustado o los calcetines eran el par correcto.
Violeta dio unos cuantos pasos inseguros y se detuvo frente a la perilla del zaguán de su casa mientras su pulso se aceleraba y reconocía que, pronto, respirar podría costarle un poco de trabajo. Era casi lo mismo que abrir la llave de la regadera: al girarla, existía la probabilidad certera de que el miedo le hiciera una mala jugada, de que una vez más se abriera una brecha entre la elocuencia y el absurdo, entre la realidad y su mente que convertía la fantasía en una realidad sobrepuesta, exigiendo al cuerpo una reacción lógica para las situaciones peligrosas y nefasta por estar fuera de sitio, de momento y de contexto. Pero ella estaba convencida de que debía permanecer con la actitud que tuvo al despertar, de que el día era diferente al de ayer, un nuevo inicio, como cuando estaba en la ducha sintiendo la purificación de su ser y el agua arrancando un poco de aquel monstruo llamado miedo. Entretanto, tal acto le provocaba una breve sonrisa porque sentía que al monstruo comenzaba a quitársele un poco de su corporeidad alucinante y de sus garras puntiagudas clavadas a su cráneo, a sus ideas. La palaba inicio revolucionaba en su entendimiento un poco más.
Un nuevo inicio será también cuando abra la puerta y camine a la esquina, luego dos calles, tres calles y no regrese a casa porque sintió malestar por la irrealidad que la atormenta (considerando que la irrealidad es tan propia como ajena al otro); cuando tome el transporte y no se baje en la siguiente parada porque la multitud le provocó ganas de salir corriendo sin rumbo aparente y sienta las miradas que la observan extraña mientras se sienta en cualquier sitio, respira como le han enseñado y repite cualquier tontería o gran idea para distraerse. Porque, a Violeta, la agorafobia le ha enseñado que todo es un nuevo inicio. Inicio contra la frontera inexorable de una mente.
Giro la llave, abro la puerta, tomo aire, recuerdo el sonido del agua, inicio...
Kiriku es valiente...oh, kiriku...
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Enero 2018
RandomCuento: "El bucle", por Servando Clemens. Un cuento de Irina Jagodzinskaya. Un microrrelato de Carlos Artiagas Ensayo: "El chaka en México, ¿cómo llegamos a esto?", por El Brayan. "El mundial después de Galeano", por Fernanda Piña. "Goethe, el joven...