11) Retrospectiva II

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Era una bella tarde otoñal en un día sábado, una tarde en la que las hojas se teñían de un color un tanto anaranjado y comenzaban a caer suavemente, o a ser arrastradas por las suaves brisas que se producían. Eran las 10:00 am, o eso marcaba el reloj, reloj al que solía mirar de a ratos, debido al aburrimiento que dominaba mi mente. Sentía estar sólo en casa, por lo que sentía la libertad de ir a donde se me ocurra primero. Caminaba por el suelo de madera qué había en mi antigua casa, caminaba de un lado a otro, acomodando mis libros, mis videojuegos, y todo lo que tenía en ese entonces. Yo solía despertarme en esas fechas, y enterarme que estaba a solas, a lo que en ese momento sentí estarlo.

Inquieto como siempre, Abría a cada rato un envase de gaseosa y me servía eso en un vaso. No tenía ni la más remota idea de qué hacer, y me sentía con aburrimiento, así que había decidido salir al patio, saltar la cerca e ir al bosque. Ese es un día al que siempre recordaré, recordaré por el suceso que ocurriría, algo que hasta ahora, no sé lo que habrá sido. En el medio del bosque, había una cabaña, una cabaña vieja a la que al verla, me dio una sensación de escalofríos. En ese momento, entre los árboles, las hojas y los pájaros, notaba una presencia a lo lejos, que me indicaba qué algo andaba mal, ya que esa presencia, era una presencia qué me causaba pudor, una sensación enervante de inquietud en mi interior.

Mi madre, en ese momento, estaba comprando, y me había dejado en casa durmiendo. Ella me advertía que si veía una cabaña en el bosque, me aleje lo más que pueda, e intente no estar cerca de ella, aunque yo, por supuesto, hasta ese día no había visto la cabaña nunca, y en ese momento me fui... Nunca más la volví a ver, era como si hubiese desaparecido.

En mis días libres, solía ir a comer algo, con Jorge o con algún compañero, compañero cómo Nataniel, un joven prodigio de mi clase, qué siempre se las sabía todas, era un chico muy inteligente, y siempre nos sacaba de problemas cada vez qué Jorge y yo nos metíamos en uno.

-Jor, Ferucho, ¿no hay un lugar para comer por acá cerca?- Decía Natt, se notaba algo entusiasmado por el hecho de ir a comer algo, algo que creo qué era pizza... sí... era pizza.

-Ya me estoy muriendo de hambre- Decía Jorge, pues, a diferencia de la actualidad, él era un chico bastante alegre, y ambicioso; no tengo idea de lo que pudo haber ocurrido luego con él, para volverse lo que ahora es.

-Está bien- Repliqué, y asentí con la cabeza.

-Vayamos a "PizzaDel" está acá no más- Dijo Natt. No tardó en hacer esa afirmación, y ya íbamos dirigiéndonos hacia la pizzería, aunque cada uno a diferente ritmo, éramos un desastre, más desastre de lo que soy ahora mismo, y Jorge me acompaña en este miserable camino hacia un pozo. Un desasosiego interminable me ahogaba en un río oscuro, y un demonio terminaba de abatirme.

-¡Ya boludo!- Dijo Jorge a Natt cuando este por accidente pisoteó la parte de atrás de sus tenis blancos, sacándole una parte del talón de este.

-¡Ya, dejen eso!- Grité, tenía intención de calmarles, y lo logré. De pronto se sentía un ambiente a tranquilidad, un ambiente por el que caminamos hacia la Pizzería, a pesar de una que otra broma que surgía. Recorrimos los calmos caminos del pueblo hasta llegar a la pizzería. El letrero que relucía en el tejado del local, "PizzaDel", era más bien, reluciente, de colores variados, y sus letras tenían un diseño llamativo. Tanto así, qué cuando tenía sólo 5 años, me gustaba ir a la pizzería, y ver el relieve de estas letras en su máximo esplendor. ¿Quién podría decir qué un diseño era tan importante para un comercio?, pues, cuando era niño, no pensé en un motivo para que el letrero sea de esa forma, pero, a medida de que los años iban pasando, me enteraba de que tenía un propósito, algo qué lo motivaba a estar ahí.

La pizzería era un lugar bastante concurrido en ese entonces, pues la gente qué tenía sus quehaceres, y estaban en apuros, iban a ese lugar, ya que la comida era entregada de forma rápida. Por nuestra parte, íbamos a ese lugar de forma un tanto recreativa, y por otro lado, para bajar el estrés que nos producía el colegio, las tareas, entre otras cosas. La sensación de gusto por sentarse en un lugar era bastante, de estar con aquella gente qué uno tanto anhela, y disfrutar de esos buenos momentos, porque, los momentos se van volando, cómo los pájaros del bosque en pleno invierno, buscando un buen lugar para sobrevivir.

Por un instante sentía esa libertad de la niñez, en la que estaba libre de todo lo aquello que en la adultez, puede endeudarme. Era bastante despreocupado, debido a mi falta de responsabilidades, además del colegio, pensar qué en esa época, era preocupante aquello que ocurría dentro del colegio, sin saber que fuera, los problemas se incrementarían. Las vueltas de la vida, que hacen qué cuando uno espera y desperdicia el tiempo, termina pagando factura gracias a este mismo, pues, el señor tiempo odia ser ignorado.

Al igual que ir a la pizzería, a veces íbamos hacia el parque del lugar, a disfrutar un rato jugando con un balón, o algo qué llevásemos, cómo nuestras "Gameboy" , para compartir información con un cable. Por ejemplo, "Pokémon", o cosas así. Éramos muy unidos en todo, pero, el tiempo pasó, fue el que hizo el cambio. El parque en esa época tenía columpios, entre otras cosas, pero, sólo corríamos por todos lados golpeándolos con ramas de los árboles que caían. Al igual que hacíamos eso, nos sentábamos bajo los árboles a contarnos historias de terror.

El tiempo pasaba, y llegaba el fin del año. Había acabado la primaria y pasé a la secundaria, pero, no me encontraría más con ninguno de ellos. Un día recibí una llamada de Jorge, explicando que, debido a problemas familiares debía de irse. Él echaría de menos todo el pueblo, y no quería pero, era algo qué no podía evitar, un problema de fuerza mayor. Sin embargo Natt continuó durante primer año y segundo año de la secundaria, hasta que en tercero oímos, que él se había quitado la vida. Lo encontraron en su habitación colgado de una soga, que a su vez, esta estaba colgada del techo de su casa; parecía un muñeco de trapo sin vida alguna, con los brazos y las piernas colgando y meciéndose.


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