Capítulo 5.

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La mariposa empezó a volar demasiado rápido, me levante del suelo instantáneamente y empecé a seguirla. Iba demasiado deprisa y mis pies hundidos en el barro apenas me lo permitían. No sé cuánto tiempo estuve corriendo pero una enorme casa apareció frente a mis ojos. Mis ojos estuvieron mirándola fijamente el tiempo que fue necesario para empezar a andar hacia ella. Mis pequeños pies dejaban huellas en el barro del suelo. El viento removía mi pelo rubio tapándome los ojos, los quitaba continuamente de ellos sin querer perder de vista la casa frente a mí.

Subí los pequeños escalones que estaban a unos metros antes de la puerta principal, la madera crujió causando un ruido chirriante. Avancé hacia la puerta principal y apoye mis manos en esta, la puerta se abrió. Entré en la casa con una sensación de peligro en el estómago. Cuando pensé que irme de aquí sería lo mejor que podría hacer escuche un casi sordo quejido y entonces la vi: la mariposa estaba en el suelo y se movía de manera casi violenta. Me acerqué a ella con rapidez y vi una de sus alas rotas. Mis ojos se aguaron.

—¿Qué te ha pasado? —grité con la voz débil. Mi voz sonó demasiado chillona, tanto que hasta me sorprendí. Estiré mi mano intentando tocarla pero nuevamente un quejido salió de ella.

—No la toques —escuché a mis espaldas una voz grave, me levanté de un tirón y miré al suelo. ¿Qué está pasando?

—¡¡Ingrid!! —grité con fuerza desde la calle a la ventana del cuarto de mi amiga. La mochila en mi espalda y las maletas en mis manos pesaban como un muerto. Para rematar; el día de hoy estaba soleado a mas no poder y eso junto a todo el peso que estaba cargando no era muy buena combinación.

—¡Ya voy, ya voy! —escuché la voz chillona de Ingrid desde el interior de su habitación, bufé y di un pequeño salto al notar como se me escurría la mochila.

—¿Sale ya o no? —me preguntó mi madre desde dentro del coche, me di la vuelta. Llevaba un sombrero enorme en la cabeza junto a ropa veraniega. Mi padre por su lado con sus inseparables gafas de sol y la ropa de playa. Llevábamos unas tablas de surf atadas a la baca encima del coche y una enorme lancha en un remolque enganchada a la parte trasera del coche, el maletero estaba qué iba a explotar de maletas y me había tocado justamente a mí llevarlas a mano.

Asentí con la cabeza mirando a mi madre.

—Me ha dicho que ya baja —contesté, de repente la puerta de la casa de mi amiga se abrió dejándome verla junto a su madre y padre que le hablaban de manera rápida pegados a ella como una lapa mientras caminaban hacia nosotros.

—Ya sabes, Ingrid... protección solar todos los días, come bien y las verduras no pueden faltar, duerme tus ocho horas diarias y si puedes más mejor, llámame todas las noches... —habló la madre de Ingrid; Sonia. Nunca había escuchado a alguien hablar de manera tan rápida sin trabarse. Era una mujer bastante atractiva físicamente y se entendía en sobremanera porque Ingrid tenía tanta belleza, también porque era idéntica a su hija.

Ingrid rodeaba con ojos dando pequeños golpecitos en el suelo con su pie y con los brazos cruzados. Llevaba un vestido blanco con dibujos de palmeras y unas chanclas, su pelo rubio estaba recogido en un moño alto.

—¡Mamá, que ya lo sé! —la cortó exasperada por la charla de su madre, hasta a mí me había puesto nerviosa.

—Ahí hija... te voy a echar tanto de menos —dijo echándose sobre los brazos de su hija con los ojos llorosos. Ingrid me miró con los ojos abiertos reteniendo una carcajada.

—Ya está... venga, ya está —dijo dándole toquecitos en la espalda a su madre.

—Sonia, ya está bien, no seas pesada —se metió su padre; Albert, agarrando a su esposa y separándola de su hija.

Un perfecto verano © (Completa, en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora