"Soberbia admiración aun de jadeante espíritu, usted posee ante sus ojos"
Dicha es la maestría de persuadir a los inocentes de saborear la carne infame de los caídos en un tumulto acuoso y fétido, al igual que en las salinas efervescentes en un caldo uniforme y sin sentido; con una pequeña pizca de pavor e indolentes seres.
De túnica blanca y delantal decorado con profundas pinceladas de sangre, éste reduce almas enteras a simples migajas por sus quiméricas fauces- ¡Ya ven!- yo les exclamé- Sólo asómense por el barandal que los discrimina de la discordia para así poder contemplar, a través del rabillo de sus ojos, la cavilación de nuestros procuradores vitales, la cual es ocultada por un consumo insensato lleno de avaricia!...- Y de ésta manera mi voz produjo eco a lo largo de los extensos pasillos del hospital.
Hacia la cocina se aproxima un vil rumiante preguntando por el horario de almuerzo; con los hombros cóncavos a la nuca y una giba de grasa pura, inclinaba la cabeza en señal de clemencia, mientras que el carnicero deleitaba su gusto con la sangre efervescente en su copa de bronce. Complaciente, éste sonreía luciendo sus ahuecados colmillos de oro reluciente. El fuego del candil dilataba las ollas y el agua hervía los trozos de carne desconocida, esbozando así un hedor infalible a los miasmas más pútridos. El carnicero, con un gran cazo de tejido óseo, revolvía su caldo con furor para luego colar el limo, concediéndole un banquete sofisticado a aquellos nobles jumentos y al regio porcino. Así es, es aquel que deshuesa el cuerpo, despelleja la carne y cocina también. Pues por supuesto, ¿acaso cómo se puede alimentar al enjambre de enjutos pensadores de seda que comparten la misma mesa?, ¿quién más lo haría si no?... Él es perfecto para alimentarlos, pero no confundir: Él no es un escanciador- Harapiento, de imagen muy desalentadora; famoso caminante del valle de la nada, es él quien a cada pisada produce eco en el paraje conocido como la migraña de los solitarios, y a sus pies, los cascos de marfil que resuenan al andar, desintegran las antiguas huellas de un formidable pasado; recuerdos olvidados de un futuro inclemente. Él se encargará de destrozarlos.
En la parte trasera de la trascocina cuelga a desangrarse la carne infame de humanos despellejados y tajeados. Unas puertas corredizas se abren repentinamente, dejando entrar de ésta forma, la luz de dicha cocina a ese cálido frigorífico. El carnicero encuentra pasible el silencio de aquellos fenecidos en reposo, incluso sus deudos también. Todos ellos asesinados por el filo de su cuchilla que descansaba amarrada al cinturón de cuero. La criatura, algo exhausta, comienza a buscar la carne más tierna para agregarla a su infusión de limo y sangre, pero no encontraba tal apreciada calidad, entonces recurre a las provisiones que aún palpitaban. La vida todavía seguía latente pero escondida. Humanos jóvenes y aterrados encerrados en las jaulas que ellos mismos crearon; personas pavorosas a sus propias decisiones e indecisas con respecto a los pensamientos de sus consciencias. Temblaban y algunos prorrumpían en llanto cada vez que observaban la sádica pero melancólica sonrisa del matarife con sus colmillos y dientes de oro puro. Algunos de ellos eran exitosos empresarios en el mundo del sucio comercio, otros eran simplemente burgueses que luchaban día a día por su propio beneficio, ignorando así la buena voluntad que podrían fomentar. Los demás eran estafadores, pendencieros, ladrones de vidas ajenas y la peor escoria de violadores y humanos de las mentes más perversas y quebradas tenían la celda más angosta. Los aullidos de dolor embelesaban el lar, por lo tanto el matarife escoge a los más fatuos, ase una palanca que no discrimina la misma obnoxia de todos aquellos y, al jalarla, el suelo de dichas jaulas se abre en dos partes, dejando descender a cuerpos de mentes vacías al candil hirviendo. La criatura observaba atentamente cómo aquellos bípedos, tejedores de falacias y mundos falsos, suplicaban por una segunda oportunidad; complementaban la infusión con su sangre y lágrimas de desesperación. La sopa ya estaba formando volutas de carne así que el carnicero toma a uno de ellos por la muñeca y lo sacude para quitarle el espeso contenido de la comida. Indolente al sufrimiento ajeno y a la escena de piel y carne en su cocción, escuchaba las repentinas súplicas del próximo difunto. Mientras tanto el rumiante se acomodaba el veguero hacia el extremo de su imponente mandíbula, y asía su cuchilla ensangrentada para cuartear al individuo en plena vida. Así los fue destrozando uno por uno, consecuente con que le agregase especias para condimentar los cuerpos esmirriados que flotaban en la sopa.
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El Matarife
HorrorEspecial de Halloween 2019. "De soberbia admiración aun de jadeante espíritu, usted posee ante sus ojos (...)" Los gritos ahogados en las lejanías de los pasillos de un hospital psiquiátrico serán las luces que iluminen el crudo escenario de la gen...