Lluvia de besos
Candice Granchester abrió la puerta de su casa ubicada en Brooklyn, Nueva York, llegaba después de un turno de treinta y seis horas en el hospital donde era enfermera, inmediatamente después de haberse introducido a su hogar no pudo evitar una sonrisa que se pintó en su rostro al escuchar la estampida de pasos bajando corriendo las escaleras, apenas logró asentar sus llaves en el mesita que estaba junto a la puerta cuando su pequeña tropa se le fue encima para recibirla.
- ¡Mamá! - exclamó una linda jovencita de cabellos castaños y rizados- bienvenida a casa- decía al tiempo que se abrazaba a ella por la espalda.
- ¡Mami, mami! - era el grito de un rubio con carita de pícaro de diez años que se abrazó a su cintura.
- ¡Mamita! - dijeron al mismo tiempo unos hermosos gemelos pelirrojos de cuatro años mientras se abrazaba a sus piernas.
Como pudo la joven madre trato de abarcar con sus brazos a sus cuatro hijos, al pie de la escalera un hombre de cabellos castaños, varonil rostro y ojos zafiros miraba a su familia con el cuerpo recargado en el pasa manos, esperando turno para abrazar a su esposa.
-ya, ya me toca enanos- decía al tiempo que se abría paso entre los cuatro niños.
- ¡Ash luego te las acaparas, nosotros ya tenemos que ir a la escuela! - Rezongo la jovencita.
-cariño no pelees con tu padre- intervino la rubia- ven aquí señor pleitista- dijo haciendo señas con la mano a su esposo que ni raudo ni perezoso se acercó en el abrazo múltiple.
Por unos momentos la familia Granchester permaneció así, sin duda se habían extrañado, sin embargo, no duró mucho, pues los pequeños tuvieron que reclamar el apretón de los mayores.
- ¡Ay ay! Me apachurras Helen- decía el pequeño rubio.
- ¡Y tú me estás desepeinando Willy! - Reclaba la castaña.
- ¡Nos están pisando bobos! - gritaban los gemelos.
-ya chicos, veamos que les falta para irse- la joven madre haciendo uso de su dominio sobre la tropa; como llamaba a veces a sus cuatro hijos, instó a la calma porque se les haría tarde para ir a la escuela- vamos a ver - decía mientras se soltaba de los múltiples brazos que la aprisionaban.
Los niños soltaron a su madre para ir a recoger sus mochilas, al menos dos de ellos pues los pequeños todavía se quedaban en casa, los cuales renuentes a soltar a su madre se aferraban a sus piernas, el padre de estos al ver que sus pequeños diablillos no soltaron a su esposa optó por un método que nunca fallaba.
-bienvenida a casa pecas- dijo tomando el rostro de su esposa con sus manos para depositar un beso.
Los niños miraban a sus padres demostraron su amor, pero como infantes que todavía no entendían ese tipo de afecto y como tal reaccionaron inmediatamente.
- ¡Huácala! - exclamaron al unísono- ¡Papá deja de darle besos a mamá! - decían jalando de los pantalones a su padre y deja libre al fin las piernas de su madre.
-nunca falla- consideró el castaño sobre los labios de su esposa.
-eres incorregible- contestó la mujer poniendo los ojos en blanco.
- ¡ya nos vamos! - dijeron los dos hijos mayores de Candy y Terry asomándose con las mochilas al hombro.
-nos vemos en la tarde mamita- se despidió el rubio dándole un beso en la mejilla de Candy
-hasta la tarde William- contestó la mujer acariciando el cabello de su hijo.
-hasta luego mamá- dijo la castaña abrazando a su madre- a descansar, ¡Te ves horrible! - Dijo y salió corriendo antes que la dejara el autobús.
Candy suspiro, estaba cansadísima, sentía el cuerpo tan dolorido, como si hubiera sido atropellado por un tren y ni hablar de sus pies que aunque estaban cubiertos con unas cómo zapatillas deportivas estaban hinchados de tantas horas de pie, tenía sueño y necesitaba una ducha con urgencia pero se sentía feliz de estar en su casa, con su familia, ella que había crecido sola por ser huérfana y después de muchos años de soledad y sufrimiento encontró un hombre maravilloso que aunque al principio la hizo rabiar de coraje por sus maneras de tratarla al final resultó ser el hombre de su vida, aunque pasó por algunas dificultades en el camino, ahora formaban juntos una maravillosa y muy ruidosa familia.
-vamos pecas, debes descansar, yo me haré carga de los gemelos dinamita- dijo su esposo mientras la abrazaba- además te ves horrible- dijo como si nada.
-!ah, pero qué amable! - exclamó la rubia- pero es la verdad- dijo dándole la razón- me daré una ducha en lo que desayunan, porque me imagino que no lo he hecho ¿Verdad? - consulta señalado a los dos hombrecitos que se asomaban del lado derecho en donde se ubicaba la cocina.
-no, no hemos desayunado, prepararé algo y te lo llevo a la recámara, ve a ducharte- sugirió el castaño.
La rubia subió la escalera para dirigirse a su recámara mientras que abajo tres hombres, un adulto y dos pequeños entraron a la cocina a preparar el desayuno de la jefa del hogar.
-papa, ¿recogiste lo de anoche? - preguntó uno de los pequeños.
- ¿Qué cosa? - preguntó el hombre mientras sacaba fruta, jugo y leche del refrigerador para preparar un nutritivo desayuno para su esposa e hijos.
-las cajas de pizza que dejamos en tu habitación anoche- soltó como si nada el otro niño.
-qué cenamos- dijo el pelirrojo Hank.
-y nos dormimos tarde por ver una película- concluyó Harry.
La cara de Terrence Graham Granchester se desencajo ante lo que sus hijos acababan de recordarle, él un hombre de treinta y siete años, uno ochenta de estatura y setenta y cinco kilos de peso, estaba metido en un gran problema con una pequeña rubia.
- ¡GRANCHESTER! - Un grito estruendoso se escuchó desde el piso de arriba.
Abajo, en la cocina de la familia Granchester tres hombres se miraban con terror, ¡Ya estaban muertos! Y ni ojitos de gato con botas, o lluvia de besos los salvaría.
FIN.
Por: PRIMROSE.