Invitados Especiales.

284 20 58
                                    

Hacía muchas horas ya que la obscuridad había caído en un pequeño poblado mexicano que se hallaba a las faldas de la una de las más impresionantes montañas del país y a pesar de ser inicios del mes de noviembre, el ambiente era bastante agradable para estar al aire libre; las noches de otoño en estas longitudes y latitudes del planeta jamás eran tan frías como lo podían ser en Europa, por lo que para Gino Hernández la temperatura al exterior era más que agradable, siendo que además, esa noche el cielo estaba totalmente despejado dejando ver a la luna, sus estrellas y constelaciones. El portero se hallaba tranquilamente sentado en una poltrona de mimbre en color café claro con cojines beige que formaba parte de un pequeño juego de sala de estar del mismo estilo, el cual se situaba en uno de los amplios corredores que la hacienda, convertida en el nuevo hotel De Angelis, tenía.

El joven italiano se encontraba acompañado por dos colegas suyos: el japonés Genzo Wakabayashi y el alemán Karl Heinz Schneider, con quienes conversaba animadamente sobre temas futbolísticos, su gran pasión, al tiempo en que disfrutaban tomando unas cuantas cervezas; los jóvenes deportistas se hallaban sentados a las afueras de uno de los salones de la hacienda, el cual habían sido convertido en un bar y que a esas horas tan avanzadas de la noche ya estaba cerrado, siendo que sólo el personal del área se encontraba limpiando en su interior. Este salón-bar daba vista a uno de los jardines más amplios de la hacienda el cual terminaba, en su otro extremo, en una hermosa reja de herrería que se hallaba sobre la barda perimetral de la propiedad, siendo que a través de dicho acceso se podía alcanzar a ver una callejuela empedrada que pasaba a un costado de la hacienda. La plática fluía de lo más natural y amena cuando de pronto, a Gino le pareció escuchar un ruido bastante extraño a las afueras del lugar.

— ¿Escucharon eso? —comentó Hernández, algo sorprendido, por lo que se puso en alerta.

— ¿Qué? Yo no escuché nada —respondió Wakabayashi, sin inmutarse, dándole otro sorbo a su cerveza.

— Yo tampoco escuché nada —comentó a su vez Schneider, tomando un poco más de botana—. Creo que ya te hicieron efecto las cervezas.

— No, para nada —respondió Gino, riendo y decidiendo restarle importancia al asunto—. Quizás sólo me lo imaginé.

Una vez que el joven descartó los ruidos, los futbolistas continuaron con su plática, pero cuando el italiano estaba por olvidar el asunto, se volvió a escuchar el ruido; éste sonaba como si un grupo de personas anduvieran caminando por la empedrada, pues a lo lejos se escuchaba una especie de golpeteo rítmico sobre las piedras como si fueran pasos o como si llevaran algo a cuestas que fuera golpeando en el suelo; además, se logró escuchar una especie de rumor o murmullo como si se trataran de voces que estuvieran platicando entre sí o que fueran cantando en voz baja o rezando.

— Ahora sí lo escuché —dijo Karl, poniéndose también en alerta.

—Yo también —comentó a su vez Genzo, igual de intrigado que los otros dos.

— ¡Qué raro! —exclamó Gino, bastante extrañado por la situación—. La gente de por aquí no suele salir una vez que anochece o por lo menos no lo han hecho desde el día en que llegué, ¿quién podría andar afuera a estas horas? —se preguntó con bastante curiosidad.

Al parecer, los sonidos que habían escuchado los jóvenes se iban acercando cada vez más lugar en donde ellos se encontraban, pues los murmullos y ruidos que en un principio se habían percibido a la lejanía estaban incrementando de volumen, y a pesar de que parecía que quien sea que estuviera afuera hablaba en voz queda, los jóvenes lograban alcanzarlos a oír cada vez más fuerte; sin embargo, desde el sitio en donde ellos estaban sentados no lograban ver la calle por lo que no sabían qué podría ser.

Invitados EspecialesWhere stories live. Discover now