La Universidad. Personas que caminan, transitan, conversan. Es un día moderno, no hay sombras. Hay una especie de plataforma y sobre cada esquina un bloque de ce-
mento. Solo uno se diferencia por su tamaño distinto al del resto. En este me apoyo.Estoy esperando a Clea. Miro alrededor. En cuestión de minutos aparecerá. Yo la miro, y Clea también. Camina lentamente y espera que levante el rostro para mirarme como ella sabe. Me levanto, camino y no dejo de mirarla.
Una sala vacía, techo alto y piso de madera. Clea y yo estamos sentados. Nosabrazamos, acariciamos nuestras manos, pensativos. Apoyo mi mano en su mejilla y le beso el cuello. Clea hace un pequeño movimiento para alejarse, pero la aprisiono.
—Me observabas de todos lados. Yo sabía que estabas allí, al frente, al costado, arriba, abajo. Inmediatamente me di cuenta de que si no te veía me sentía sola.
Echaba de menos tu mirada.
Clea sonríe.
—Sabía que no te gustaba.
—No he dicho eso.
—Ahora es un puñal que no para.
Clea sonríe.
—Será el destino acaso.
—Seremos nosotros dos.La tarde desaparece del cielo. Las personas no cambian de color, sus caras parecen hechas en una misma fábrica. Clea sigue esperándome mientras escribo mirándola. Sospecha que escribo sobre ella, posiblemente algún cuento, alguna confesión, o nada, y simplemente pretendo aparentar que escribo. Pero a Clea le interesa que la mire y escriba a la vez. Se siente vanidosa, y yo me siento vanidoso.
La cocina limpia y ordenada. Clea pone a hervir el agua, saca del repostero dos tazas y sus respectivos platitos. Yo la espero detrás con los brazos cruzados. Sabe que me tiene a su lado. Los días de vacaciones pasan como haces de luz por mi mente.
Recuerdo su mirada, cada gesto del rostro; su cuerpo. Me acerco, la tomo de la cintura, respiro su cuello. Voltea. Nos miramos detenidamente. Hay silencio: es el tiempo. Se sostiene de mis brazos.Me he alejado de las fantasías, la trama y la fábula, de la literatura en sí.