El mayordomo tocó su puerta mientras Sarket estudiaba los coeficientes de transmutación de los metales. Selene no habría aprobado tal cosa de saberlo, pues prefería el aprendizaje abstracto a la memorización, pero Sarket esperaba que ver un montón de números lo iluminara de alguna forma.
—Joven Sarket, el joven William quiere hablar con usted.
—¿Por teléfono?
—No. Lo espera en la sala.
—Gracias, Ficks. —Se incorporó, olvidándose de cerrar el libro y devolverlo a su sitio. Le había colocado otra cubierta para tapar el título grabado en letras doradas y envejecidas: Principios rudimentarios del arte de la transmutación—. Enseguida voy.
El mayordomo hizo una reverencia y se retiró a seguir con sus quehaceres. Sarket, por su lado, se dirigió al vestíbulo y ahí giró a la derecha para entrar en una sala lateral donde usualmente aguardaban los invitados. Will esbozó una sonrisa de diablo tan pronto como lo vio.
—Por esa cara, veo que tu novia te mantiene feliz —dijo, haciendo hincapié en «feliz», de tal modo que no quedó duda de a qué se refería. Sarket tardó en contestar, aunque no fue por pudor. Con Will se deshacía de casi toda rigidez.
—Me hace feliz, pero no en el sentido que crees.
—¿Y me puedes explicar qué haces tanto tiempo encerrado en casa de una beldad accadia si no ocurre lo que pienso?
—Pues practicamos accadio.
—¿El accadio? —prorrumpió con una exuberante carcajada y una serie de señas rápidas—. ¿Qué posición es esa?
Sarket no pudo sino unírsele, aunque se contuvo tras un instante.
—Vamos, no seas tan seco —dijo Will con su semblante despreocupado—. Te tengo que sacar de la casa de esa chica, o no sé qué podría pasarte. Demasiada compañía femenina hace mal. Así que… —Extrajo un sobre del bolsillo interno de su blazer y de ahí sacó cuatro billetes para un partido de ewein—. Nos vamos a tomar un café y luego a ver el juego amistoso entre los Diablos Rojos y los Leones, ¿qué te parece?
—Por todos los dioses, claro que sí —respondió Sarket. De pronto, se percató de la poca atención que le había estado prestando a todo aquello con lo que antes se había obsesionado. Ya no leía las nuevas publicaciones de Aeronáutica Moderna ni anotaba en su calendario los partidos de ewein. Y era bochornoso admitirlo, pero también había descuidado a sus amigos.
«¿Estará bien tomarme un día de descanso?», se preguntó, y de inmediato llegó a la conclusión de que Selene, lejos de molestarse, alentaría que lo hiciera. Varias veces había sugerido que se quedara en casa para descansar y Sarket se había negado con obstinación inamovible. Decidió escribirle una breve nota explicando que saldría con los chicos y disculpándose por las molestias. Ella entendería.
Los gemelos no tardaron en bajar y los cuatro salieron a las calles de piedra, llenas de hojas amarillas, rojas, naranjas y pardas. El viento, repleto de toda clase de aromas atrayentes, las arrastraba y las hacía danzar en pequeños torbellinos. Los niños las perseguían entre risas y gritos, portando palos que hacían de espadas contra hojas que no eran hojas, sino ejércitos de monstruos que enseñaban los dientes ante los valerosos héroes.
Los chicos se instalaron en una mesa de un café cercano que en ese momento apenas tenía un puñado de clientes; de a ratos prorrumpían en estruendosas carcajadas. Sarket se dio cuenta de lo mucho que había extrañado eso, reír con tal fuerza que le dolieran los costados y poder hablar de cualquier cosa por más estúpida que fuera.
—Bueno, estaba el profesor Vaunt dando su clase de Biología y explicando los genes recesivos —dijo Emmerich, y su hermano tuvo que aguantarse la risa—. Por poner un ejemplo, dijo que los ojos marrones son dominantes sobre los ojos azules, así que dos padres de ojos marrones pueden tener hijos de ojos azules si son heterocigotos, pero como la gente de ojos azules son solo homocigotos, solo pueden tener hijos de ojos azules…
ESTÁS LEYENDO
Cazador y presa [Los moradores del cielo #1]
Fantasia«Sarket ya debería estar muerto. Debió haber muerto con su madre al nacer, y cuando se enfermó de neumonía, y cuando los cirujanos cometieron una negligencia al implantar el aparato que ayuda a su corazón a seguir latiendo. Lo cierto es que, por alg...