III

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—Sabía que le agradarías a mis padres, te lo dije, y no me voy a cansar de repetirlo.

Por supuesto que no se cansará, aunque yo sí me estaba hartando un poco. No entiendo la importancia que le da ella a la dichosa cena, mucho menos su emoción sobre esta. Ya han pasado dos semanas desde esa noche y Rosalie sigue con el tema.

—Sí, Ro, ya me lo has dicho varias veces. ¿Acaso surgió algo nuevo desde ayer?

—Puede que sí. —Se hace la interesante al mismo tiempo que intenta comer rápido su almuerzo durante nuestro corto receso entre una clase y otra—. Mi madre me preguntó por ti. Quería saber cómo estabas y si volverías a cenar en casa.

—Dile que no, que nunca volveré a entrar ahí —respondo seria, provocando que Ro se detenga a medio comer, el tenedor entre el plato y su boca.

—Si es una de tus bromas, no es divertida. ¡Eres la primera amiga que le agrada a mis padres! De las otras siempre tenían algo negativo que decir. «Demasiado malhablada», «no tiene modales en la mesa», «su nivel socioeconómico es inferior al nuestro», etc. —refunfuña haciendo rodar sus ojos cuando repite cada palabra dicha por sus padres, dejándome más que clara su opinión sobre estas.

—Y es eso lo que me pone alerta, Ro, ¿a ti no? —cuestiono, pensando que pueden ser sólo exageraciones mías.

No obstante, mi intuición raramente falla, y en este preciso momento siento que, agradarles a los padres de Ro, no es un buen presagio, sino que todo lo contrario. Más aún teniendo en cuenta que soy la única amiga que le han aceptado de la vasta lista que les ha presentado. Sí, me inventé una historia llena de lujos, viajes y extravagancias dignos de la clase alta, pero no deja de parecerme algo sospechoso que me acepten tan a la ligera en su hogar.

—No, y no es porque sepan sobre Ignacio —murmura, agachando la cabeza para acortar la distancia entre ambas y así poder hablar más bajo—. Los pocos testigos que consiguieron no saben quién lo atacó y yo ya te prometí que no diría una sola palabra.

Quizá notando que de verdad me encuentro preocupada, de seguro pensando que no quiero que se enteren sobre mi involucración en el «asalto a su prometido», Ro une nuestras manos y les da un apretón a las mías, dejándolas juntas hasta que noto cómo mis hombros se destensan, la verdadera razón de mi preocupación, el tener que irme y dejarla, alejándose como un mal sueño.

—Tienes razón, sólo estoy exagerando. Me alegra agradarles a tus padres, ser la primera amiga y todo eso. —Río por lo estúpido que suena. Si en mi mente sonaba mal, escucharlo en voz alta es aún peor.

—Y una vez más, tengo razón y...

—Disculpen la interrupción. —La voz de la señorita Díaz, secretaria de nuestra carrera, interrumpe nuestra conversación de forma abrupta, y ambas nos alejamos para mirarla y descubrir qué es lo que quiere—. Señorita Rivera, la señora Smith ha llamado a mi oficina, desea hablar con usted.

—¿Mi madre? —Enarca una ceja en mi dirección y sólo me encojo de hombros, si ella no sabe, ¿cómo voy a saber yo?—. Espera un segundo —pide, levantándose apurada a medida que recoge sus cosas.

Sin embargo, debido al modo riguroso en que se mueve, decido que lo mejor que puedo hacer es rechazar su petición y acompañarla. Llegando a la oficina, entramos con rapidez en esta y ella toma el teléfono luciendo bastante contrariada.

—Hola, , ¿cómo estás, ocurre algo?... Claro, estaré en casa después de mi última clase, ¿por qué? —No escucho la respuesta de Melanie, pero veo cómo Ro palidece a causa de lo que sea que le dice—. Sí... emmm.... Mamá, yo había invitado a Isa a casa hoy, tenemos que hacer un trabajo para «Introducción a Derecho Penal» —informa dándome la espalda—. Claro, hablaré con ella, no te preocupes. Nos vemos.

Alguien Que Amaste (Serie Más Humanos Que Dioses 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora