VIII

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Concepción, Chile.
Jueves 06 de julio de 1978.

A ojos humanos, estamos escondidas acá en medio de la nada y, aunque sé que Zeus no es humano y sí puede observarnos si así lo desea, ignoro por completo ese hecho, eligiendo centrarme en la persona a mi lado.

Éste es nuestro adiós, a pesar de que ella no lo sabe, y ambas merecemos enfocarnos sólo en la otra, al menos por estos efímeros momentos que siento estamos tomando prestados y se nos escapan entre las manos.

Cuando llegamos al final del camino lleno de piedras y baches, Ro detiene su auto y a nuestro lado puedo observar que una rústica cabaña nos espera, acorde con el lugar; no demasiado elegante ni salvaje.

Una mezcla perfecta, al igual que lo somos ella y yo.

—Llegamos —anuncia, abre su puerta y yo imito el gesto—. Esta era la cabaña de vacaciones que tenían mis abuelos. Me la heredaron cuando murieron hace unos cuatro años. Mis padres nunca vienen porque, como puedes notar, no es de su estilo, pero yo siempre que puedo la uso —explica dirigiéndome a la entrada de esta, un fuerte olor a madera impregnando todo el lugar—. Encenderé la chimenea para que entremos en calor, luego, podremos hablar de lo que quieras.

Se dirige entonces en dirección opuesta a la mía, tomando un leño que se encuentra al lado de la chimenea junto a un buen montón, la construcción luciendo ordenada y abastecida de las necesidades básicas. Con bastante maestría, y evidenciando que sabe lo que está haciendo, crea con agilidad un pequeño fuego, que poco a poco va devorando las ramitas con que lo armó.

—Llevamos bastante tiempo esquivando lo que pasó... así que sólo quería saber qué fue todo eso. —Comienzo a hablar cuando se sienta a mi lado, viendo el fuego comenzar a arder. No soy específica, pero, aún así, sé que Ro entiende de qué quiero hablar. La vez que me ignoró.

—Ignacio... no sé cómo, se enteró de todo y habló con mis padres. Les dijo que sólo estabas interesada en mi dinero, así que ellos decidieron que lo mejor era alejarme de ti, para que me diera cuenta de que todo era sólo una ilusión, una mentira. —Hay lágrimas no derramadas en los ojos de Ro cuando la miro, relatando lo que no sabía que pasó—. Me hicieron ir a talleres de «recuperación» donde me dijeron lo malo que era estar con alguien del mismo sexo... que ardería en el infierno y todo eso. Cuando les prometí que sabía que todo había sido algo de momento, algo malo, por fin estuvieron de acuerdo en que ya era hora de volver acá.

—Ro, eso es... horrible, lo siento tanto... nunca fue mi intención meterte en tantos problemas.

No puedo mirarla, incluso cuando deja de hablar. Claro que es horrible, y así es cómo me siento ahora, sabiendo todo lo que tuvo que pasar por mi culpa.

Quizá Zeus tenía razón, esto nunca debió pasar.

—No es tu culpa, lo nuestro no está mal. Algo que se siente tan bien, no puede estar mal, Artemisa —señala. Es la segunda vez que me llama por mi verdadero nombre y, tal como la primera vez que lo hizo, amo cómo suena saliendo de sus labios.

—No, no está mal, pero no podemos continuar juntas, no así, ¿acaso no te importa todo el sufrimiento por el que has pasado? —Trato de razonar con ella, y así también traer algo de cordura a mis propios pensamientos, mi mente y corazón luchando.

—Si no fuera por ellos, podríamos estar juntas, ¿cierto? —No espera a que yo responda, evidentemente tiene mucho que decir, las palabras casi atragantándola a medida que salen de ella—. Me dan igual los prejuicios, si es amor del verdadero, da igual el género, eso es lo de menos. Lo que me importa, es compartir mi vida con la persona que amo, y esa eres tú —confiesa, mientras acaricia mi mejilla con aire ausente.

Alguien Que Amaste (Serie Más Humanos Que Dioses 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora