Capítulo 8.

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Los nervios me apretaban el estómago y amenazaban con salir por mi garganta y acabar en la alfombra que redecoraba la habitación. Lo sé, demasiado exagerada para ser verdad. Miré a Ingrid frente a mí que me miraba como si fuera el bicho más extraño sobre la tierra, seguramente por mi expresión que tenía que ser un cuadro.

No conocía a esa tal "María" de nada, pero había algo en su presencia que me incomodaba y sacaba mis nervios a flote. No me daba buena espina y eso solo me hacía pensar que estaba loca pues a esa chica no la había visto en mi vida y era totalmente paranoica por creer cosas que no sabía.

A duras penas, agarré la enorme maleta que yacía en una esquina de la habitación y la subí encima de la cama rebuscando dentro de ella los cientos de bikinis que me había traído para estas ocasiones. Aunque la ocasión de ahora no estaba para nada planeada.

¿Se daría cuenta de las miradas que echábamos su novio y yo? La sola idea de que se hubiera dado cuenta me ponía los pelos de punta. Yo mejor que nadie sabía lo que era que te fueran infiel y no hacía ninguna gracia porque dolía como el infierno. A pesar de que a penas conozco a su novio y nunca ha habido contacto físico entre nosotros ni nada parecido; sinceramente, la sola idea de que tu novio se eche miraditas con otra te hace hervir la sangre.

No pensaba que fuera mala chica, ni nada, tampoco la conocía y no podía opinar. Solo esperaba no llevarme mal con ella porque si no tendríamos un problema y de los gordos.

Me metí en el baño bajo la mirada de Ingrid que me esperaba impaciente en el lumbral de la  puerta. Nada más entrar, me despojé de la ropa que vestía y empecé a ponerme el bikini. Un poco de desodorante y colonia. Me había depilado la noche anterior por lo que estaba preparada para salir al sitio que fuera.

Salí del baño y me coloqué un vestido amarillo veraniego y mis chanclas. Con una mirada me dirigí hacía mi amiga que ya estaba vestida y lista. Ambas empezamos a andar por los pasillos del hotel hacía la salida. Cuando salimos al exterior noté que el calor era demasiado intenso, por lo que mientras nos dirigíamos a las chicas me recogí el cabello en un moño alto. La playa estaba llena de gente y las voces estaban por todas partes.

Nos acercamos hacía dos chicas que estaban tumbadas en unas tumbonas bajo el sol, había otras dos tumbonas libres al lado, supongo que reservadas para nosotras. Los bolsos que llevábamos Ingrid y yo no pesaban mucho pues llevaba lo justo y necesario: una botella de agua, una toalla, un monedero con dinero y nuestros móviles.

Nos acercamos a ellas, al principio no nos vieron pues las gafas y los rayos de sol las cegaban pero casi al instante se levantaron con una sonrisa para saludarnos.

—¡Hola! —saludó primero Victoria dándole dos besos a Ingrid y después a mí. Después de ella María repitió el proceso y me dedicó una enorme sonrisa que en vez de relajarme solo consiguió ponerme más nerviosa. Victoria se levantó las gafas acomodándoselas en lo alto de la cabeza—. Os hemos reservados estas tumbonas —comentó Victoria mirándonos.

Era preciosa, de cabello castaño claro, brilloso y casi le llegaba al culo de lo largo que era, sus ojos eran marrones y de largas pestañas. Llevaba puesto un bikini que dejaba a la vista su enorme barriga sin estrías —cosa que me sorprendió—, por su figura estaba segura de que había sido una gran deportista antes de quedarse embarazada y aunque daba lástima que su bebé le hubiera casi deformado el cuerpo aun así se notaba que se cuidaba diariamente.

Ver a esta chica me hacía cuestionarme continuamente que dirían mis padres si me quedara embarazada, solo de pensarlo me reía porque literalmente me matarían a golpes. Siempre he tenido la responsabilidad y consciencia de saber cuidarme cuando hacía falta. Cuando perdí mi virginidad con Axel, el hacía de todo menos cuidarme así que no me quedó de otra que hacerlo yo porque si no nadie lo haría por mí.

Un perfecto verano © (Completa, en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora