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Los lunes eran para empezar de cero, y eso fue lo que hice nada más levantarme de la cama. Me había despertado de un inusual buen humor, e incluso me duché más rápido de lo normal para poder desayunar con tranquilidad. Nuestros padres siempre dejaban preparadas tostadas, croissants y zumo de naranja antes de irse a trabajar.

Eso último era lo que Timothée estaba bebiendo cuando entré en la cocina. Se giró para dedicarme una sonrisa que yo devolví mientras me ponía de puntillas para alcanzar un plato en el que colocar mi desayuno. Preparé un café y me senté junto a él, en la isla de la cocina.

-Buenos días, señorita – saludó, moviéndose de un lado a otro en su silla.

-Buenos días, Timmy – respondí, antes de darle un mordisco al croissant.

Mmm. Estaba delicioso. Relleno de chocolate.

-Hoy estás contenta – dijo, sin dejar de sonreír – Me gusta.

-Sí, me he levantado de buen humor, la verdad. Pero se me pasará en cuanto lleguemos a clase, tranquilo.

-Podemos pirar, si quieres – sugirió, acercándose un poco más.

-¿Ah sí? ¿Y qué haríamos? – pregunté, mirándole con una ceja alzada.

-Pues... la verdad es que se me ocurren muchísimas cosas que podríamos hacer – dijo, con un tono diferente al que solía utilizar – Pero... podríamos ir al centro comercial. Te invito a un helado y a una partida de bolos, ¿qué me dices?

-No sé...

-Oh venga, hace muchísimo que no faltamos a clase. ¿Cuándo fue la última vez? Casi ni me acuerdo.

-Pues yo sí que me acuerdo – respondí – Te empeñaste en que fuéramos a Wall Street a ver si podíamos subirnos al toro y hacernos una foto y terminamos escapando de la policía. Casi me da un infarto.

-Pero esta vez te estoy proponiendo ir al centro comercial, ¡y te encantan los bolos!

-Hace mucho que no practico – añadí, encogiéndome de hombros – Seguro que ya no sé ni coger la bola.

-Bueno, pues yo te lo recuerdo.

Puse los ojos en blanco y él se bajó de su taburete para colocarse a mi espalda. Posó ambas manos sobre mis hombros y apretó levemente, antes de comenzar a masajearlos. Se agachó un poco, hasta llegar a mi oreja, para susurrar.

-Venga, por favor. No quiero ir a clase a aguantar a la señora Smith... ni siquiera he terminado todo lo que mandó hacer para el fin de semana – volvió a erguirse para seguir dándome un masaje - ¡Haz novillos conmigo, Harper! ¡No volveré a pedirte nada mas, lo prometo!

Eché la cabeza hacia atrás para mirarle. Le veía del revés, y aun así me parecía guapo. Me fue imposible aguantar la sonrisa, que él devolvió.

-¿Eso es un sí? – preguntó.

No contesté, simplemente emití un "mmm" pensativo, mientras seguía absorta en el color de sus ojos, que eran verdes y, sin embargo, tenían un montón de destellos dorados. En aquella posición, podríamos haber compartido el mismo beso que Mary-Jane y Spiderman en las películas de los 2000, pero se apartó, para volver a colocarse a mi lado, apoyando un codo encima de la encimera de la isla.

-Responde ahora o calla para siempre, Harp, porque si al final no aceptas, llegaremos tarde.

-Tenemos que ir, Tim – sentencié, antes de terminarme el café de un trago y saltar del taburete para subir a mi habitación a coger la mochila.

Me miré una última vez al espejo e hice una mueca. Odiaba aquel uniforme azul cielo que nos obligaban a llegar, y odiaba el instituto. No quería ir, pero tenía que hacerlo. Era mi último curso -y el de Timothée también-, el más importante... no podía andar perdiendo puntos por culpa de las faltas de asistencia injustificadas, iba a necesitarlos si quería entrar en Columbia.

OUT OF TOUCH (Timothée Chalamet)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora