2.

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Podía oír voces lejanas, pero sin importar cuánto intentara descifrar qué decían, el sonido no tenía coherencia para su comprensión. Intentó abrir los ojos, sin embargo, sus párpados se negaban rotundamente a obedecer las órdenes de su cerebro.
Le dolían cada una de las células de su cuerpo, incluso las que era anatómicamente imposible de sentir. Intentó con todas sus fuerzas mantenerse despierto, pero además de su cerebro, era como si ninguna otra estructura de su cuerpo respondiera a sus órdenes. Comenzaba a desesperarse, el miedo se estaba tornando en pánico y los inminentes deseos de llorar de la frustración se hicieron presentes. Luchó con toda su energía por reaccionar, pero solo logró caer nuevamente a la infinita oscuridad de su subconsciente. Sin saber realmente si se trataba de un desmayo, el sueño o simplemente algo en él se apagó junto a todo lo demás.

No supo cuánto tiempo había pasado, podrían haber sido minutos o días, era imposible determinarlo, pero cuando finalmente logró despertar del estado de aturdimiento, por fin consiguió abrir los ojos y admirar la habitación en que se encontraba. Ciertamente no estaba muerto, el electrocardiógrafo que se encontraba a su izquierda y su constante pitido era una clara prueba de ello. Eso, y el dolor que parecía aferrado con dientes y garras a su cuerpo, porque se negaba a creer que el dolor te siguiera más allá de la vida. 

Quería suspirar, dar una respiración profunda, pero tenía terror del cómo dolería la acción, asi que se abstuvo. En su lugar, solo cerró los ojos nuevamente y se permitió descansar la mente de los miles de pensamientos que comenzaban a comerle la conciencia. Entonces reaccionó, le habían atropellado, y no un simple auto, si no que un jodido autobús.

¡Dioses! Con justa razón le dolía hasta el alma.

Entraron nuevas dudas a su mente: ¿Cómo demonios no estoy muerto?;
la más importante: ¿A qué hora me darán la comida?; sabía que era un mal momento, pero es que enserio tenía hambre, la última vez que estuvo despierto y consciente antes del accidente, eran cerca de las 10 am y se dirigía a visitar a su tía. ¡JESÚS, tía May! Debe estar furiosa.
Le aterraba la idea de su tía gritándole, ya podía imaginar la migraña que le daría luego de la reprimenda, seguido de un guantazo por no quitarse del camino de aquel autobús a tiempo. Casi se rió ante la imagen que se formó en su cabeza, se le hizo imposible no pensar en cómo May se disculparía y le consentiría durante semanas con sus postres favoritos, mientras le acosaba diario para asegurarse de que se cuidara debidamente.

Abrió los ojos nuevamente cuando sintió la presencia de una enfermera acercándose a la habitación por el pasillo. Sabía que no era su tía, sus pasos era más cortos y suaves, y llevaba tacones, por lo que tampoco se trataba de un hombre. Entonces notó lo oscura que era la habitación en la que se encontraba, y lo mucho que difería de los cuartos de hospital en que había estado en ocasiones anteriores. Las cortinas cubrían por completo el ventanal que daba hacia el oeste, evitando la entrada de luz natural.

Miró a su alrededor sin mover el cuello por miedo a las posibles fracturas que había sufrido, y notó, aun a pesar de la poca luminosidad, que definitivamente no estaba en un hospital. Si bien se encontraba sobre una camilla, se dio cuenta que, a la distancia, se elevaba un gran armario de madera, también se percató en cómo las paredes se encontraban cubiertas con grandes piezas de arte que su mente conocía muy bien. Miró hacia el lado opuesto y escuchó la suave respiración de la mujer que estaba girando el pomo de la puerta al entrar. Cerró los ojos esperando a que encendiera la luz del cuarto antes de acercarse a él, pero no ocurrió, en su lugar, la oyó acercarse al ventanal y correr las persianas, iluminando la habitación con el descendiente sol del atardecer. Luego de unos segundos, volvió a abrir los ojos para mirar a la mujer que, a su izquierda, revisaba sus niveles en alguna extraña máquina conectada a su cuerpo. Con esfuerzo, ahogó el chillido de emoción que comenzó a abrirse paso en su garganta. Controló el impulso frenético de ponerse a saltar de la emoción.

Él.     [Starker]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora