s e v e n.

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Huellas en el polvo de años.

«Cuando las cosas se ven de cerca y cara a cara, desaparecen las sugestiones extrañas», se repitió por última vez Yoongi aquella noche, antes de iniciar su incursión a través de la cornisa. Había colocado un bulto en la cama para simular que estaba durmiendo. Le rondaba el temor de que la señora Taeyeon subiese a espiar mientras él estaba en el edificio Kim. Más que nunca, lamentaba que la puerta de la habitación careciera de cerrojo y de pestillo. Pero no creyó aconsejable arrastrar muebles para inmovilizarla, pues el ruido habría alertado a la patrona.

Se asomó afuera. Le tranquilizaba un hecho: su ventana era la única del edificio que daba al patio del palazzo. Taeyeon no podría observarle desde ninguna otra.

Sentado en el alféizar, apoyó los pies en la cornisa. Parecía muy sólida, capaz de sostener a varios como él sin quebrarse. Se puso en pie, cogido aún al marco de la ventana. Después, sintiéndose seguro y afianzado, la entornó para que desde dentro pareciera cerrada.

La cornisa era tan amplia que le habría permitido incluso avanzar de frente. No obstante, por precaución, lo hizo con la espalda pegada al muro. Aunque la altura era moderada, evitó mirar abajo, para no acobardarse.

Concentrado en sus movimientos, llegó casi sin darse cuenta a la balaustrada de una de las galerías del palazzo. Al momento, y sin dificultad, se encaramó y saltó adentro.

Antes de internarse en las tinieblas de la mansión Kim, echó una rápida ojeada a su ventana. Todo continuaba como lo había dejado.

Alejándose de la galería y los ventanales, casi a ciegas, se introdujo en el palazzo. El silencio, denso y extraño, resultaba opresivo. Pero Yoongi se había hecho el firme propósito de no acobardarse. Cuando se adentró lo bastante, encendió la vela dentro del farol que llevaba consigo. El leve resplandor no podría ser visto desde fuera, ni aun cuando Taeyeon se asomara a la ventana, cosa que creía poco probable. Confiaba en que el bulto que había dejado en la cama surtiera efecto en caso necesario. Las enormes estancias estaban totalmente vacías. La progresiva decadencia económica del último Kim había obligado a ir vendiendo muebles y enseres. Y los pocos que habían quedado tras la desaparición de Taehyung habían sido presa inmediata de los acreedores.

Acompañado de su sombra, Yoongi recorrió salones y aposentos. Le parecía visitar los desnudos restos de un naufragio, el interior de un navío saqueado mucho tiempo atrás. No quedaba ni rastro de muebles, cuadros, tapices, alfombras, cortinajes, lámparas, relojes u objetos de arte que habían enriquecido aquellas estancias en la época de esplendor de los Kim.

Sólo un manto de polvo, presente en todas partes, constituía el patético alfombrado. Nadie había entrado allí en muchos años. No había más pisadas que las que él iba dejando. Se sentía como el profanador de un lugar vedado a los mortales. Esa idea le causó un estremecimiento, y miró de pronto a su alrededor, como si temiera descubrir alguna presencia que le llenara de espanto.

Descendió a la planta baja. Allí el saqueo había sido aún más feroz. Hasta las puertas, arrancadas de sus goznes, faltaban. Yoongi no había pensado en proveerse de una caperuza para la vela. La cera derretida goteaba en su mano, fluyente, cálida. Contrastaba con la gelidez de aquel ambiente, que le iba helando el alma.

De repente se sobresaltó, la llama de su vela abría a derecha e izquierda dos senderos interminables. Tuvo la angustiosa sensación de que a ambos lados, le acechaban figuras desconocidas.

Entonces vio por primera vez dos espejos. Estaban uno frente al otro, en muros opuestos de una pequeña cámara. Yoongi se encontraba entre ambos.

Los espejos eran muy grandes, y su altura mucho mayor que la de una persona. Reflejaban de manera opaca, velada. Una densa pátina de polvo y suciedad los empañaba.

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⏰ Última actualización: Nov 11, 2019 ⏰

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