Cedrón

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Ya cansado de tamborilear los dedos sobre la rodilla, Alfred decidió que no tenía caso mirar a cada momento la pantalla que mostraba el número de turno para ser atendidos. Ver los números avanzar tan lentos solo llegaba a frustrarlo. 

El bullicio de la sala de espera empezaba a sofocarlo. A un lado, Arthur, encogido como un animal pequeño. Y por el otro, el Sr.Winger roncaba en una posición extraña, también acomodado sobre él. Como si sus hombros fueran almohadas. Se le estaban acalambrando las articulaciones pero no se atrevía a despertar a ninguno.

Apoyando la cabeza sobre la pared, pasó una mano por la cara en un intento tonto de espabilar la impaciencia que amenazaba con comérselo. Sacó el celular y se fijó que ya era una hora considerablemente tarde. En este momento tendría que estar en una conferencia de la universidad sobre psicología social. Miró de reojo a Arthur; su respiración era pesada y aunque no decía nada era evidente que se esforzaba por quejarse lo menos posible. De repente volvió a pensar sobre lo que pasó en la mañana, sobre la actitud de Arthur,  y su rostro angustiado  cuando lo encontró a unas calles del departamento. 

Si algo había aprendido del año que llevaba en la carrera era que la mayoría de las personas eran consecuentes. Muchas de sus acciones llevaban una razón justificable detrás, lo cual no era lo mismo que una excusa. Esta razón podría ser de diferentes naturalezas y llegar a comprenderlas, era parte de la simpatía humana. Pero, ¿cómo podría entender si no sabía de las razones? 

Con los ojos agotados y los brazos cruzados, decidió que iba a cerrar los ojos un momento. La noche anterior que no había dormido casi nada empezaba a cobrarle factura.

De repente el sonido de la pantalla le pidió que se quedara despierto. El número cambió en un instante y el nuevo código brilló en la pantalla. Al ver que había llegado su turno, la emoción lo tomó preso. Sacudió levemente a Arthur para avisarle y al levantarse, lo primero que notó el británico fue que había reposado su cabeza en el hombro de Alfred. 

—¿Arthur Kirkland?

—Voy —Se levantó con rapidez. 

La enfermera se había asomado, acompañada de una voz fogosa que logró despertar completamente a los tres. El Sr.Winger fue el primero en saltar de su asiento con cara de conejo asustado. 

Arthur se puso en pie. Y antes de irse, se volteó a ver al par que ya se estaba poniendo de pie también para acompañarlo.

—Sr.Winger, Alfred, gracias por traerme aquí y esperar conmigo—comenzó diciendo con el marcado y sosegado acento británico—. Ha sido muy gentil de su parte, de verdad. Pero desde aquí puedo ir yo solo.

El anciano hizo una mueca con la nariz y volvió a sentarse.

—Mueve, que aquí te esperamos para ir todos juntos.

—No...no es necesario—Los ojos verdes se clavaron en ellos como dos dagas—. De seguro tardaré, y no quisiera molestarlos más. Alfred, tú a esta hora, deberías estar en clase y no aquí. Váyanse sin mí.

—¡Señor Arthur Kirkland!

La enfermera volvió a asomarse esta vez con un tono más molesto. 

—Arthur—Lo llamó Alfred y el inglés regresó a verlo—, ¿estás seguro?

—..Sí, sí. Completamente. Solo-

—Lo digo en serio, es que si pasa como hace un rato y-

—En serio Alfred-

—Mira, no quiero que-

—Solo vete a clases ¿quieres?—dijo con una lentitud fría, alzando la voz, llamando la atención de unas cuantas personas. Alfred se guardó las palabras esta vez.

Después del Invierno (UsUk)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora