En cada estrofa, sus lágrimas se entrelazan con las letras, desvelando la inestabilidad que brota de su quebrantado corazón, las penumbras de su existencia se tornan versos etéreos, y en cada poema, su voz fluye como un río de suspiros.
En el lienzo...
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Perdóname, noble dignidad, cuyo esplendor ha sido mancillado, al rendirme a la vileza de su forma, creí que su amor era la pura realidad.
Pero solo fueron juegos efígeros, fui un simple entretenimiento pasajero, sus ruegos no encontrarán lugar en mi vida.
Tan rápido me cambió, como el cierzo en un instante, en apenas dos lunas se desveló la verdad, confesó su entrega a otro dueño.
Las promesas que un día sus belfos pronunciaron, ahora se han convertido en la cruda tangibilidad, destinadas a otro ser, alguien que no soy yo.
Perdóname, mi estimada dignidad, por anhelar, por desear con cada latido, el dulce roce de sus labios.
Perdóname, dignidad, por haber gritado a las siete bóreas, que de él, sí, me he enamorado, cuando es un hecho que solo fui un peón en su ajedrez despiadado.
Ahora, me elevo sobre los escombros de mi valor, renazco con la fuerza de una rosa en primavera, recobro mi esencia, mi resplandor interior.
No me postraré ante su falta de lealtad, ni buscaré redimirme en su indiferencia, mi dignidad prevalecerá en esta triste danza.
Pues, aunque me haya engañado con sus mentiras, mi subsistir no perderá su brillo ni su color, y caminaré con altivez, con la cabeza en alto.
Perdóname, dignidad, por haber dudado de ti, pero ahora, en mi corazón, yace la certeza, de que merezco un amor auténtico, sincero y fiel.
Así, alzo mi voz en un canto de liberación, reafirmo mi valía y me abrazo con ternura, porque merezco más que ilusión.
Perdóname, dignidad, por haber caído en la trampa, resurjo como el ave fénix de las cenizas, y centello con la intensidad de mil soles en el firmamento.
Tu perdón me acompaña en este nuevo renacer, donde mi alma se eleva hacia hontanares desconocidos, en busca de un amor que me reconozca y me exalte.
