Penúltimo jefe (II)

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Mientras recuperaba el maná y tomaban un rápido tentempié, el platillo jefe se había detenido y permanecía oculto, recuperándose del daño sufrido. No era mucho, comparado con su vitalidad, pero no logró recuperarse del todo antes del segundo asalto.

–Seguimos como antes. Esta vez lo esquivaré– aseguró la lince.

–Ves con cuidado– le pidió su hermana.

Es cierto que había podido curarla y volvía a estar en plena forma, pero la elfa no podía soportar la imagen de su hermana sufriendo. O incluso de que pudiera pasar algo peor.

La lince volvió a atraer a su enemigo, que se abalanzó hacia ella como lo había hecho en la ocasión anterior. La primera vez fue relativamente fácil de esquivar, pues aún estaba acelerando, pero la segunda, al rebotar contra la pared, ya había alcanzado el pico de velocidad.

Pero, en esta ocasión, la felina se había quedado en medio de la caverna, alejada de la pared, con más tiempo para reaccionar. Y, además, el segundo ataque no la había cogido por sorpresa. Estaba preparada para esquivar incluso antes de que el jefe cambiara de dirección.

Mientras, la arquera lanzaba las Flechas de Luz de tres en tres, apuntando a la zona donde iba a llegar su objetivo, y sin fallar una sola vez. Su puntería y el cálculo de las trayectorias era tan encomiable como natural, como si lo hubiera hecho desde siempre.

De hecho, en su mundo natal, tenía una facilidad enorme para rescatar la vajilla que estaba a punto de chocar contra el suelo, y era muy hábil jugando a dardos. Lo que no estaba claro era si su habilidad natural se había trasmitido a Jorgaldur de algún modo. O si quizás había ocurrido el proceso inverso, llevándose consigo parte de lo que había percibido en la parte real del juego. O si simplemente era casualidad.

Pero no era aquello lo que en aquel momento pasaba por la cabeza de Goldmi. Estaba plenamente concentrada en su objetivo y en su hermana, y no se sorprendió cuando el enorme platillo se dirigió hacia ella.

Se había adelantado unos pasos, en parte para tener mejor ángulo de disparo, y en parte para atraerlo, liberando a su hermana de la presión, aunque fuera por un momento.

Como había planeado, inmediatamente uso Retroceder y Tornado. Este último no es muy efectivo contra este tipo de enemigos, pues es difícil meterlos dentro, pero en esta ocasión había venido él directamente.

No fue mucho el tiempo en el que el Tornado pudo dañarlo, ni el daño cortante era el más efectivo, pero aun así fue un gasto inteligente de maná. Al haber pasado a través de él al ir y al volver, el jefe había sufrido bastante más daño que con unas pocas flechas. Además, tuvo el efecto adicional de ralentizarlo un poco. No obstante, el efecto no duró mucho, pues pronto volvió a acelerar.

Con tiempo para prepararse y aprovechando la menor velocidad, la lince no sólo apuró más la distancia que dejaba con el jefe, sino que contraatacó. Uniendo Desgarrar y Toque Purificador, hizo que sus garras atravesaran el cuerpo semietéreo de su enemigo, añadiendo un poco más de daño. El poder hacer algo más, aparte de esquivar, le resultaba reconfortante, a pesar de que a su hermana casi le diera un ataque al corazón.

No cambiaron la estrategia en ningún momento, deteniéndose incluso a descansar en la seguridad del túnel cuando las reservas de maná se agotaban, y consiguiendo bajar la vitalidad de su enemigo al 50%, aproximadamente. Fue entonces cuando sucedió algo inesperado: el jefe se Dividió en dos.

–¡Hermana, vuelve!– gritó la elfa, asustada.

–No hace falta, puedo con esto– se negó su hermana.

Aunque el tono de voz ya no era tan alegre como unos instantes atrás, cuando se jactaba de haberse acostumbrado a esquivar a su enemigo. Ahora se había puesto seria.

Por suerte, las trayectorias de los platillos eran telegrafiadas. Siempre iban en línea recta hacia su objetivo. Por ello, solo necesitaba moverse una vez chocaban contra la pared. El problema era que ahora tenía que hacerlo con más rapidez, incluso saltar dos veces seguidas en más de una ocasión.

Era más cansado y peligroso. Ya no podía permitirse jugar a rasgar el platillo, pero lo tenía bajo control. Eso sí, cuando paraban para que la elfa recuperara el maná, ella aprovechaba para descansar y recuperar energía. Lo único bueno era que cada platillo había reducido su volumen a la mitad, por lo que parecía algo menos peligroso.

Goldmi, por su parte, no tenía mayores problemas. Se limitó a elegir un objetivo, con la intención de acabar con él. Suponía que condiciones como tener que eliminarlos a los dos a la vez, como a veces sucedía en el juego, resultaban absurdas en las actuales circunstancias.

Aquí, sus ataque disipaban el maná, que es el efecto que causan las heridas a los seres de las mazmorras, por lo que no tenía sentido una condición de ese tipo. Por lo tanto, parecía mejor idea acabar con uno que ir dañando a los dos por igual. Reduciendo el número, se reducía el riesgo.

Pero los problemas siempre pueden ir a peor. En el momento en el que la vitalidad de uno de los platillos llegó cerca del 25%, se volvió a Dividir, aumentando la presión sobre la felina. Fue cuando, tras algunos rebotes, uno se dirigió hacia la elfa, que se dieron cuenta de un pequeño detalle: Ahora dos de ellos cabían en el túnel.

–¡Hermana!– la llamó esta vez una asustada lince.

Goldmi se agachó a tiempo. Luego miró hacia atrás, sorprendida por el ataque, para ver que la luz del platillo se alejaba, para luego acercarse de nuevo.

Salió rápidamente del túnel, colocándose en un lateral de la salida, dejando así que, poco después, emergiera de ésta el trozo de jefe. Y volvió a meterse cuando otro platillo fue hacia ella.

Era evidente que la situación era mucho más peligrosa. Resultaba suficiente con que la elfa no estuviera más cerca que la felina cuando rebotaban en la pared, pero no era algo fácil de controlar. Quizás lo hubieran conseguido con uno, pero no con tres.

Y Goldmi no estaba muy segura de poder esquivarlos si se iba al centro de la caverna. Además de que sería más difícil atacar desde allí. Así que tomó una decisión algo arriesgada. Seguirían como hasta ahora, sin poder descansar, y asumiendo que podían atacarla. Si podía, esquivaría los ataques. Y, si no, tendría que aguantar el dolor y curarse. Esperaba que su armadura pudiera disminuir el daño. Y, en el caso peor, tendrían que retirarse.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora