Hard decisions

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Una semana después del cumpleaños de la sobrina, Regina Mills se encontraba en la cafetería esperando a Richard, el hijo de Robin para una clase más de francés.

Desde el último domingo, pensar en Emma se hacía más frecuente. La mujer solo pensaba en cuándo y de qué manera tendría a Emma solamente para ella, sin necesitar esconderlo de nadie. Regina se sentía sola, aunque sus días estuvieran llenos de compañeros de trabajo. Aunque su cuerpo estuviera presente en la sala de profesores o en aquellos pasillos repletos de gente, su corazón se encontraba aislado en un gran agujero que suplicaba por ser colmado, preferentemente por Emma.

Emma Swan. Acordarse de la joven era una perdición para la de más edad. Desde el primer contacto que habían tenido, Regina supo que nunca había visto a nadie tan hermoso como Emma, ni a nadie con una personalidad tan fuerte como la de ella. La manera en cómo caían sus cabellos rubios sobre sus hombres cada vez que la joven los hacía a un lado, la forma en que sus ojos brillaban al mirar algo que le gustaba e incluso la sencilla manera en que fruncía la nariz cuando se extrañaba por algo. Emma era un cúmulo de pequeños detalles y de perfectas imperfecciones.

Regina se veía perdida en sus ojos, en su voz, en toda ella. Estar sintiendo eso por primera vez en tantos años ya no le era extraño, sino agradable. Mills podía contentarse con el hecho de estar loca y completamente enamorada de Emma Swan, la muchacha que se puso un chándal en la primera cena en su casa y que la llamó monstruo cuando se emborrachó.

La mujer sonreía como una tonta mientras miraba la carta, sin darse cuenta de que Richard ya estaba delante.

—Oh, has llegado— dijo algo avergonzada

—Sí...Incluso te he llamado varias veces— dijo mientras dejaba su libro y cuaderno sobre la mesa.

—Estaba inmersa en mis pensamientos, discúlpame. Vamos a empezar—dijo con una sonrisa tímida antes de recorrer con la vista el local, y ver a Robin acercándose a la mesa —¿Qué está haciendo aquí tu padre?

—Ah, dijo que quiere ver qué tal me está yendo— respondió Richard

—¡Regina! Siempre es un honor verte—Robin saludó a la mujer, que reviró discretamente los ojos —He venido a ver cómo le está yendo a mi hijo, si no te importa.

—En realidad, sí, sí me importa, Robin. Le doy clases a él, no a ti. Y le está yendo muy bien, no tienes de qué preocuparte. Hago mi trabajo.

—¡Eh, calma! No estoy para molestarte. Solo quiero ver cómo le van las clases. No seas tan desagradable— dijo el hombre guasón

La mujer respiró hondo, apretando los ojos con fuerza.

—¿Desagradable? Robin, le estoy dando clases porque quiero ayudar. No necesito ese dinero y lo sabes.

—Papá, déjala en paz—se manifestó el muchacho —Es una buena profesora y los dos sabemos que no estás aquí por mí.

Robin y Regina-que esbozó una sonrisita-se miraron y el hombre se pasó la mano por la cara.

—Ok, pero estaré al otro lado de la cafetería. No me voy a marchar para después volver a recogerte— dijo

—Ok—respondieron a la vez

—Perdóname, pero la presencia de tu padre realmente me incomoda un poco. No iba a poder darte una buena clase con él cerca— se disculpó Regina.

—Está bien, lo entiendo. A mí me pasa la mismo— sonrió


—¿El precio de lo prohibido?— ya era martes y Mary y Emma conversaban en la cafetería tras una clase. Emma le había contado a la profesora el título que había decidió para su futura novela —Buen título. Me gusta.

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