La chica apresuró el paso y acto seguido se ajustó aún más su largo abrigo. Sus pisadas podían escucharse por encima del sonido de la lluvia y sentía el frío calar en lo más profundo de sus huesos. Aún le quedaba un angustioso camino por delante hasta llegar a su casa. Maldijo una vez más cuando sus botas volvieron a chapotear en un charco, haciendo que sus pantalones se llenaran de barro. Se arrepentía por ser tan impulsiva, si no hubiera escapado de casa tras aquella discusión ahora estaría tranquilamente echada en el sofá, tal vez leyendo, tal vez con su grupo favorito a todo volumen. Un extraño sonido hizo que se pusiera alerta, dejando sus pensamientos a un lado. No vivía en un mal barrio pero aún así no pudo evitar sentirse nerviosa, podía ser media noche o incluso más tarde, ya había perdido la cuenta de las horas transcurridas. El caso era que el oscuro cielo no estaba dispuesto a ponerle las cosas fáciles a la muchacha, y la niebla y la lluvia estaban muy lejos de mejorar las condiciones. Ese extraño sonido volvió a repetirse, esta vez más cerca de la chica, la cual salió prácticamente corriendo, apretando los dientes y las manos con fuerza, sintiendo como sus uñas se clavaban en su piel. De repente una fría voz la hizo frenar y poco a poco giró sobre sus talones, si su imaginación no le estaba gastando una broma, esa voz era totalmente reconocible. Entrecerró los ojos y escudriñó la oscuridad, hasta que consiguió divisar una silueta que salía de un callejón, se movía con rapidez, sin apenas hacer ruido. Instintivamente dio un paso hacia atrás esperando verle la cara, que no tardó en aparecer, mostrando una cálida sonrisa. La chica respiró de nuevo con tranquilidad y se aproximó al chico castaño.
-Me has asustado, por un momento pensé que me iban a robar.
-Vaya, lo siento.-contestó con un brillo de maldad en los ojos.
-¿Qué haces en la calle?-preguntó la chica con curiosidad.
-Yo podría preguntar lo mismo.-contestó el chico, evadiendo la pregunta.
-Bueno, me he peleado con mis padres.
-¿De nuevo?.-el chico frunció el ceño pero no era más que un gesto teatral.
-Sí, dicen que no debería confiar tanto en las personas, que mis amigos y sobretodo tú, no les dabais una buena impresión, menuda tontería ¿eh? Bueno, creo que debería volver ya...-La chica hizo ademán de irse pero el chico se interpuso.
-Yo creo que no, deberías escuchar más a tus padres.-Dijo agarrándole la muñeca con fuerza.
-Qué..¿Qué quieres decir con eso?- La chica tragó saliva.
-Digo que eres demasiado incrédula y estúpida.
-Si esto es una broma...oye, me haces daño.
-Vaya, pues que pena.- soltó con notable ironía.
-Déjame en paz.- el corazón de la joven empezó a acelerarse.
-No creas que será tan fácil.
-¿Qué es lo que quieres?- contestó mientras las lágrimas amenazaban con salir.
-Tranquila, solo quiero tus pertenencias.- el chico fijó la vista en una cara pulsera que descansaba en su muñeca y luego en su bolso.
-No, ni hablar.- dijo la chica aferrándose a sus cosas.
-Lo diré de otra manera: quiero que me des todo lo que tengas.- el chico posó su mano en el hombro de la joven y acto seguido colocó una navaja en su costado.
-De-de acuerdo...pero luego dejarás que me vaya.
-Por supuesto.- contestó levantando las manos en gesto inocente.
Con manos temblorosas, empezó a dejar todas sus cosas en el suelo, rezando para que aquel al que había considerado su amigo la dejara irse. Pero las cosas no son tan sencillas. Cuando terminó, ella solo llevaba un chaleco y sus pantalones. Mientras tiritaba de frío, observó una vez más al chico, el pelo se le pegaba a la frente a causa de la lluvia y su mirada revelaba toda aquella maldad que, él había escondido y ella no había sabido interpretar.
-Muy bien, ya puedes marcharte.
La chica inocentemente se dio media vuelta con intención de volver a su casa y olvidar lo sucedido, si es que podía. Pero la astucia del chico volvió a jugarle una mala pasada y en un rápido movimiento hundió la navaja en su costado, haciendo que su respiración se cortara y se le debilitaran las rodillas. La chica cayó al suelo intentando con todas sus fuerzas levantarse pero su muerte ya era inminente. El chico se agachó para susurrarle con voz escalofriante unas palabras al oído "No deberías confiar en nadie."
Y así la chica observó como su silueta se desvanecía de nuevo en la oscuridad. Su vista se nublaba y su vida se escapaba dolorosamente entre sus manos. Pronto dejó de importarle el frío, o lo sucio que estaba el suelo, mucho menos la cantidad de sangre que emanaba su herida que parecía quemarle por dentro. Solo podía recordar lo tonta que fue al no seguir un simple consejo. Y así, antes de cerrar los ojos, una lágrima se deslizó por su mejilla, perdiéndose entre las tantas gotas de lluvia.