-Adeline-
Me había despertado antes de que sonara el despertador porque sentía un calor intenso y abrazador. Al abrir mis ojos la vi a ella, tan calmada, tan en paz... Su tranquilidad me hacía sentir bien, me obligaba a sonreír sin motivo alguno. Pasé mis dedos por su cabello, estaba un poco maltratado y enredado, pero era agradable la sensación de tenerla tan cerca de mí. Dejé que el tiempo corriera con la esperanza de quedarme dormida una vez más, sería un día importante y necesitaba estar descansada. Mientras miraba su nariz respingada y sus cejas despeinadas un pensamiento abordó mi cabeza. ¿Quién era ella? Hasta ese momento lo único que sabía era que había venido a Francia a estudiar medicina, que no le gustaban las ensaladas y que tenía una especie de necesidad de ordenarlo todo. Pero fuera de eso... Era una completa desconocida para mí. Y otra cosa. Era una mujer... Lo cual no debía suponer un problema. Las personas habían avanzado lo suficiente para darse cuenta que el amor es amor y se respetaría como tal. Pero... Yo no sentía eso. Definitivamente no me sentía enamorada por una mujer a la que acaba de conocer. Solo estaba confundida, quería experimentar algo distinto, probablemente me había dejado llevar por impulsos dentro de mí.
¿Qué estaba haciendo? Era un error, una fase, no podía ser algo real. Por eso se sentía tan falso. Si ningún hombre me había hecho sentir de esa manera, ¿porqué una mujer podría hacerlo? No, no había una razón coherente. Me levanté de la cama de un golpe y toda la calma que mirarla me había causado ahora me traía angustia y terror. ¿Qué pensarían mis padres? ¿Qué dirían mis conocidos? No tenía porqué meterme en un lío tan enorme como el que tenía enfrente. Caminé agitada. Lo único que quería era que se fuera. No quería verla. Ya no quería sentirme de esa forma. Estaba teniendo un ataque de ansiedad nuevamente, pero no podía dejar que me ganara, no habría alguien para tranquilizarme. Me senté en el suelo y apreté mis piernas contra mi pecho para calmarme, pero los pensamientos no dejaban de perseguirme y cada vez se hacían más difíciles de controlar. Necesitaba que saliera de mi casa o todo se tornaría aún más difícil. Era una desconocida. Había besado a una desconocida. La había dejado entrar a mi casa, a mi habitación, a mi vida. Pero no podía quedarse. Tomé mi desición así que la desperté intentando sonar calmada, cosa que no logré. La eché de mi casa sin piedad, pero era lo corrrecto, así no buscaría verme nunca más.
En cuanto escuché que cerró la puerta me derrumbé sobre mi cama.. Sola al fin, como debía de ser. Aún quedaban unos minutos antes de que sonara el despertador y debía calmarme totalmente porque el jefe del museo no debía verme en el estado en que estaba. Miré el techo. Había pintado en él un corazón. Uno real. Me parecían hermosos. Recorrí sus partes aunque no supiera su nombre o función, me mantenía en paz. Hacía un tiempo que no visitaba esa casa. Mis padres me la habían regalado al cumplir los 15. Decían que tal vez me sentiría mejor en ese lugar que en la ajetreada ciudad de París, mi hogar durante todo ese tiempo. Mis ataques de ansiedad se habían vuelto más constantes y simplemente no era vida. Siempre había intentado ser perfecta. En la escuela, con la familia, con las expectativas de todos a mi alrededor. Dentro de ese intento me había perdido a mí misma y mi salud mental había ido en declive totalmente, ahí fue cuando conocí el arte, mi salvación, mi todo.
Un verano llegué a Nantes, me paseé por todo el lugar para conocerlo, pero me llamó mucho la atención una tienda que abría sus puertas justo cuando pasaba frente a ella. Era una especie de galería de arte que vendía cuadros. Dudé si debía entrar, aunque al final la curiosidad me ganó y abrí la puerta. Sonó una campana y todo lo que recuerdo después es haber visto a un hombre desaliñado saltando hacia mí con una gran sonrisa en el rostro y extendiéndome la mano. Nos saludamos y me dio un breve paseo por su tienda. Había pinturas de todo tipo; puntillismo, abstraccionismo, surrealismo, impresionismo, contemporáneos, barrocos, góticos... De cualquier estilo que pudieras imaginar. Quedé simplemente impresionada. En ese entonces mi casa era nueva y estaba vacía por lo que me pareció una gran idea comprar unos cuantos cuadros para que no se sintiera tan sola. Solo que... Mi admiración por ellos se había vuelto una especie de adicción y cada día pasaba frente a la tienda solo para comprar una pieza nueva. Esto llegó al punto en que el arte no cabía en mi paredes y tuve que enviar cosas de regreso a París. Mis padres se sentían preocupados por mí y su cartera, pero aliviados porque había encontrado algo que me mantenía distraída. Al cabo de un mes yendo diario a la tienda, el vendedor se me acercó mientras buscaba lo que sería mi siguiente adquisición y dijo:
-¿Te gustan mucho verdad?
-Son impresionantes. Bastante perfectos. Me dan mucho de que pensar.
-Supongo que debe ser cierto, me dejarás sin nada que vender antes de que pueda pintar algo más.
-Lo siento... Nunca lo había pensado, pero me hacen sentir completa.
-Está bien, es el propósito del arte de cualquier forma. Te tengo una propuesta. ¿Qué tal si vienes todas las mañanas y te enseño a que hagas los tuyos? Necesitarías tener tu propio material, pero me encargaré de mostrarte todo lo que sé hacer.
Acepté encantada, aunque un poco nerviosa. Jamás había tomado un pincel en mi vida y no sabía si tenía el talento necesario para lograr obras que me sacaran el aliento. Aún así quería intentarlo. Como me había propuesto el hombre, fui cada día a la galería y desde el primer instante la experiencia me fascinó. Era curioso, parecía como si toda mi vida hubiera estado frente a un lienzo con una paleta de colores, incluso mi maestro estaba impactado con la manera en que me conduje sin saber absolutamente nada de lo que hacía. Fue la experiencia más hermosa de toda mi vida.
Algunos meses más tarde mi mentor cerró la tienda y se mudó a Italia. Había conseguido algo mejor, pero antes de irse lo invité a mi casa para que hiciéramos una pintura en colaboración como último recuerdo, el corazón que está en el techo de mi habitación. Luego, yo regresé a París, las vacaciones habían terminado, pero sabía que no podía dejar lo que había empezado en Nantes y le rogué a mis padres que me dieran la oportunidad de cambiarme de escuela a una dedicada al arte. Ellos no estaban seguros, no creían que fuera una buena idea y mis sueños casi quedaron aplastados... Hasta que les mostré todo lo que había desarrollado durante las vacaciones y terminaron cediendo.
Estaba mucho más tranquila ahora que miraba el techo. Cinco años de esfuerzo sin descanso estaban por dar frutos al fin. No necesitaba de nada más mientras tuviera un lienzo, pintura y pincel.
La alarma de mi celular sonó. La cabeza me dolía y me sentía culpable por la manera en que había tratado a Amelia. Desde el principio tuve que haberle dado un alto para que no llegara al punto al que llegó. De verdad, fui muy tonta al creer que sentía algo por ella que fuera más que amistad. Ya, debía dejar de pensar tanto. No estaba ahí. Con suerte no volvería a verla y debía concentrarme en la exposición, lo valía todo. Una vez que terminé de arreglarme salí directo al museo, el director me había pedido las últimas muestras para dar luz verde y empezar a arreglar la sala. No estaba todo listo, pero necesitábamos un avance.
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Francia
RomanceFrancia, una de las naciones más bellas a visitar, su historia, cultura, ritmo de vida, todo es muy placentero allá... Una chica Mexicana toma la decisión más grande de su vida debido a un peligro que se aproxima a ella, volar de su nación o quedar...