Prólogo

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Los rayos del sol se colaban entre los cristales iluminando una amplía y cuidada habitación de madera en tonos ocres.

En uno de sus grandes ventanales, abierto de par en par, una mujer de impresionante belleza golpeaba con sus delicados dedos una pequeña ramita que se enredaba en la pared.

La joven no era especialmente alta, más bien de altura media, pero su cuerpo esbelto y delicado, la convertían en una de las mujeres más hermosas del reino. Sus curvas sinuosas atrapaban a cualquier mortal y su forma de andar, elegante y liviana, provocaba que allá por dónde fuese cualquiera se quedase fijamente admirando su belleza.

Su melena, larga y ondulada, se alborotaba ligeramente con la brisa que, de forma suave, entraba en la habitación.

Suspiró y se retiró uno de sus mechones, de color negro azabache, detrás de la oreja.

Se encontraba aburrida. Era uno de esos días en los que te apetecía ir a dar un paseo o salir a cabalgar un rato, sin embargo ella se hallaba hastiada en su habitación.

Frunció el ceño. Una expresión que en su pequeña y ovalada cara se veía adorable. Sus ojos almendrados y amplios, adornados con extensas y espesas pestañas, se cerraron un segundo para imaginar que se hallaba en otro lugar muy lejos de ese reino, pero enseguida volvió a la realidad.

Había dado el día libre a Cassie, ya que sabía que la pobre trabajaba demasiado. La verdad es que Cassandra, más que su sirvienta, era su mejor amiga, o más bien, casi la única que tenía, así que a la joven protegida del rey le gustaba que esta, ya que podía, saliese a divertirse un rato en los días que no había demasiado ajetreo.

Por otro lado, el rey y su hijo estaban juzgando a un posible hechicero. Bueno si eso se podía considerarse juzgar, pues la joven sabía que antes de empezar todo el mundo tenía claro el veredicto. El rey lo sentenciaría muerte por brujería. No importaba lo que el hombre dijese o cómo intentase defenderse; Lucas no era de los que dudaba a la hora de tomar una decisión. Él tenía muy claro que la magia era el enemigo número uno de Camelot. Por lo que, si él creía que ese hombre poseía magia, moriría. No importaba nada más. Ni si tenía familia, ni si el hombre juraba y prejuraba que no practicaba magia o que sí que lo hacía, pero para hacer el bien. Para salvar a los demás. El rey no era un hombre al que se podía convencer.

La joven, en cambio, no quería presenciar eso. Su "padre" y "hermano" habían insistido, pero ella se había negado.

Estiró su fina mano para cerrar el ventanal, cuando escuchó un alboroto que llamó su atención y provocó que volviese a mirar hacia la plaza. Al parecer, Jerome y Lucas, bueno, más bien solo Lucas, había decidido que ese hombre sería decapitado. Una decisión que no sorprendió a la joven.

Focalizó su mirada para ver como Jerome y sus caballeros dirigían al condenado hacia el centro de la plaza para hacer cumplir la sentencia. Después  desvió su mirada hacia Lucas para contemplar, horrorizada, como él parecía bastante tranquilo e, incluso, algo orgulloso de su decisión.

En pocos segundos cortaron la cabeza del pobre hombre y la chica se esforzó por cerrar los ojos y tratar de olvidar esa imagen.

Era irónico que con todo el odio que Lucas sentía por la magia, precisamente su protegida fuese una hechicera. Pero claro, él no sabía eso. Y la joven no paraba de preguntarse si, en el caso de que enterase, ¿sería capaz de decapitarla a ella como a los demás?

La respuesta siempre era la misma. Sí, seguramente no le temblaría la mano para llevarla a la hoguera o decapitarla. No tendría compasión. No le importaría en absoluto haberle criado, haberle visto crecer y que hubiese sido prácticamente su hija. Él simplemente la mataría y seguramente diría que había sido por su bien; que le estaba haciendo un favor... ¡Hipócrita! Esa era la palabra que sonaba en la mente de la joven cada vez que lo veía.

Se dio media vuelta e intentó dejar de lado todos aquellos pensamientos. Lucas era un monstruo y eso jamas cambiaría.

Salió lentamente fuera de sus aposentos y caminó tranquilamente hasta salir de Palacio.

Mil preguntas estallaban en su mente. Ese hombre al que su "padre" acababa de matar ¿tendría familia?, ¿gente que le quisiese y ahora que llorase su muerte?

Siguió caminando hasta los establos. Siempre le habían gustado los caballos y cabalgar. Sin embargo, tras los recientes ataques, Lucas le había prohibido salir de Palacio. Eso significaba que debía quedarse ahí encerrada día y noche.

A veces, la joven tan solo deseaba no ser ella misma. Poder irse lejos, a un lugar en el que nadie la conociese, donde no fuese la protegida del rey, la dama perfecta.

Estaba harta de pasarse el día fingiendo y escuchando conversaciones absurdas sobre temas que no le interesaban en lo mas mínimo. Odiaba vivir con miedo de que alguien descubriese su secreto, pero si había algo que la sacaba de sus casillas era que Lucas se pasase el día buscándole pretendientes para casarse y que le hablase de lo maravillosos que estos eran.

Ella ya se había fijado en alguien y, desde luego, estaba segura que su elección no le gustaría en absoluto al rey. Pero, el amor era confianza, entrega, amistad y pureza. Algo que no se podía forzar ni poner remedio, ¿no? O eso era lo que ella pensaba, aunque, Alexia, muy pronto descubriría que el amor, en vez de ser una salvación, podía ser aquello que complicase toda su vida.


El reino del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora