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Un sueño tras otro, una pesadilla sin final.

El lo amaba porque había descubierto que era lo mejor que había existido en su corta vida, pero al no haberlo sabido apreciar había perdido con él todo su existir. Simplemente ya no había un sol en su galaxia, ni una gota de agua en su mar, sin él, sin Hoseok, su existencia no era más que un suspiro demasiado largo.

Y si, se odiaba demasiado por no haber entendido a tiempo el amor que sentía hacia el pequeño de cabellos rizados que le había entregado su corazón cientos de veces sin siquiera dudarlo. Se odiaba por haberlo perdido y sobretodo por no haber podido encontrar la salvación para su pequeña gota de esperanza. Se había ido, sin más, y no había forma de volver al pasado, de rebobinar las hora, días, meses y años hasta el momento en el que se le ocurrió tomar un café.

Ahora el fantasma de sus errores lo acosaba sin cesar, recordándole que no solo había perdido la oportunidad única en la vida de encontrar el verdadero amor, sino que junto a esta había extinto una existencia, que había sido el principal causante de la muerte de Jung Hoseok. El que antes había añorado ser su pequeño amante se había convertido en un alma entre todas las demás, su brillo se había fundido con el astro madre y ahora su voz era una nota más en su cantar, pero no podía dejar del todo la esencia, su presencia. Aun pensaba en los momentos en los que ambos jugaban bajo la sombra de un árbol en primavera o cuando la nieve se fundía bajo sus cálidos cuerpos en el frío invierno, cuando una y otra vez su pequeño le decía que lo amaba con todo su ser, y en todas las veces que lo había visto llorar, cortesía suya y de su estupido miedo disfrazado de frialdad. La tinta de cada una de las cartas de amor entregadas a él eran más que eso, eran marcas grabadas en su existencia, palabras profundas que encerraban un corazón entre líneas, puntos y comas.

Maldecía mil y un veces  el día en el que había decidido negarle una vez más sus sentimientos al que siempre fue el dueño de su latente corazón, el día en el que le había marcado teniendo la esperanza de que no contestara y lo había citado a un café en el centro de Seúl. La nieve que antes le parecía un hermoso regalo del cielo ese día tenía unos planes diferentes a los suyos y por la fuerza en la que caía había causado un accidente que no tenía que ocurrir y había robado el último aliento del que hoy era solo un ángel en el cielo.

Había intentado en vano olvidar su rostro, borrar su tierna sonrisa y el rastro del dulce tacto de su piel, pero cada vez que cerraba sus ojos veía una imagen de él, tan nítida que parecía real y hacía que algo dentro de él se volviera a quebrar; era como intentar curar una herida con limón y sal.

Su cuerpo y alma estaban rotos, todo el había sido derrotado, separado pieza por pieza y destrozado desde su estructura, aun lo amaba desde lo profundo de su ser, pero necesitaba olvidar. Su aliento había sido robado, ahora quería poder respirar en paz , y de su existir no quedaba más que recuerdos a medio borrar. Deseaba poder ver lo que todos le impedían, quería reencontrarse con su yo mismo, pero Hoseok era parte de su ser. Su corazón resguardaba el profundo secreto de su propio dolor. Deseaba poder borrar su mente, desaparecer su triste existencia y reemplazarla con la alegría natural que le pertenecía a su amado, deseaba no hacerse las mismas preguntas cada noche, y no despertar entre sollozos al día siguiente.

Un auto rojo había arrebatado la luz de los ojos de su pequeño y a la vez de los propios, porque Yoongi no era él sin Hoseok y este no podría vivir sin su compañía. Era su destino morir, no el del joven pelirrojo que dio su vida por la basura que era ahora.

Se ahogaría si seguía así, era un sucio asesino y nunca se disculparía por ello. Sus puños golpearían una y otra vez donde más dolía por el resto de su vida, pero siempre seguiría pensando en lo que pudo haber sido y no fue.

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