La cama está muy cómoda y no quiero salir. Afuera hace frío y el acolchado me invita a quedarme acostado por siempre, protegido de las bajas temperaturas, pero el despertador sigue sonando. Ayer lo dejé en la otra punta de la habitación para obligarme a levantarme y callarlo. Maldito yo.
Me levanto, camino hacia el escritorio donde está mi celular y aprieto el botón de posponer 5 minutos. Voy de vuelta hacia la cama y cierro los ojos sin ninguna culpa. De repente se abre la puerta de mi habitación y mi mamá entra apurada.
- Lucio, se va a hacer tarde. Ya está listo el desayuno. Cámbiate y ven.
- Déjame 5 minutos más.
- No hijo, llegarás tarde a tu primer día de clases. Vamos, que es el último año de colegio. ¿No estás entusiasmado?- Mi mamá se acerca y corre las sábanas.
- ¡Mamá! Estoy en ropa interior.
- Como si nunca te hubiera visto antes. Levántate de una vez.- Cuando ve que salgo de la cama, se va al comedor a terminar de preparar las cosas.
Abro el armario y saco la remera celeste con el escudo del colegio. Mientras me la pongo, suena el despertador y pienso en lo lindo que hubiera sido poder dormir todo este tiempo. Una vez que termino de alistarme, salgo de mi habitación y tomo mi lugar de siempre en la mesa. Arriba de ella hay un gran cúmulo de papeles. Principalmente facturas de luz, de teléfono, la cuota del colegio y otros importes. La mesa no es el único lugar de la casa lleno de hojas. Mi mamá trabaja de abogada, por lo que el departamento rebalsa de expedientes policiales, esparcidos en todos los rincones. Nunca fuimos una familia ordenada, menos desde que papá se fue. Él solía encargarse de la limpieza y, aunque no lo hacía de manera muy efectiva, se notaba mucho el cambio.
Supongo que así es como funciona... uno nunca se da cuenta de las cosas hasta que no tiene algo con qué compararlas. En fin, no estoy diciendo que las cosas hayan sido mejores con papá. De hecho, es bueno que se haya ido. Claramente, él no está interesado en mantener el contacto con nosotros, lo que me hace dudar si alguna vez nos quiso realmente.
Mamá me alcanza el plato con tostadas y huevo revuelto. Está riquísimo, pero no puedo terminarlo todo. No tengo apetito en las mañanas. Me levanto y tiro los restos a la basura, luego agarro la mochila que quedó en mi habitación y saludo a mi madre. Es hora de ir al colegio.
...
Vivo a tres cuadras del colegio, por lo que siempre voy caminando. El barrio es tranquilo, no hay mucho movimiento por las mañanas, pero a la noche se torna en un ambiente oscuro y turbio. La policía no tiene mucha presencia por aquí, así que cuando la luz del día se desvanece, algunas personas aprovechan la oscuridad para realizar negocios ilícitos.
Mientras camino, pienso en lo que encontraré cuando llegue a la escuela. Seguramente, todos estarán gritando entusiasmados por ser el último año antes de la graduación. Leila y Samuel estarán a un costado de todo el barullo, riéndose de las acciones tan ordinarias de sus compañeros.
Finalmente llego al colegio... No me sorprende haber acertado en todas mis predicciones. Al llegar a la puerta, me encuentro un tumulto de gente saltando y gritando, incitando a cualquiera que pasara a festejar con ellos. Mis amigos están sentados sobre un auto, compartiendo una bolsa de frutillas y observando entretenidos el barullo causado por los demás.
- ¡Hola!- Me aproximo a ellos mientras se acomodan para hacerme un lugar- Lindo asiento ¿No tienen miedo a que venga el dueño de este auto y nos vea sentados así?
- Al dueño no le importa, Lucio- Samuel tiene esa voz apagada que da la sensación de que todo le aburre. Sin embargo, lo conozco hace mucho tiempo y sé que simplemente así es su voz, siempre lo ha sido. A pesar de tener ese tono de que nada le importa, Samuel es todo lo contrario. Es un chico muy considerado con los demás, y nunca pierde el cuidado con su imagen. Él es capaz de estar horas dentro del baño arreglándose: peinando ese flequillo que aparenta ser hermosamente casual, eligiendo qué clase de perfume usar, acomodándose el cuello de su remera perfectamente planchada... Sin embargo, todos sus esfuerzos rendían frutos. Samuel era el chico más requerido del colegio. Todas las chicas amaban la manera en que su pelo castaño combinaba con sus ojos, que eran color almendra y tenían dejos dorados que los resaltaban aún más.
- Ya verás cómo nos insulta cuando nos vea- Me cuesta creer que Samuel esté siendo tan desinteresado, él siempre es el primero en refutar malas ideas. Nunca tuvo un buen sentido de la aventura.
- Lucio, yo sé que al dueño no le importa... ¡Porque el dueño soy yo!
-¡¿Qué?!
- Fue un regalo adelantado de sus padres por su cumpleaños.- dice Leila. Ella es todo lo contrario a Samuel. De hecho, es todo lo contrario a cualquier persona que conozco. A pesar de tener unos rulos muy marcados, ella insiste en mantenerlos atados en dos gigantes trenzas. Siempre me pareció gracioso ver cómo se van soltando a lo largo del día, desarmándose por completo al llegar la tarde.- Cómo se nota que en tu familia sobra dinero.- Lo digo en un tono burlón, pero en realidad me da un poco de envidia. La familia de Samuel es muy acomodada. Los papás son dueños de una escribanía, por lo que pueden darle todos los gustos a sus 5 hijos. De todas formas, ya todos son adultos, excepto por Samuel.
La familia de mi amigo siempre ha sido un problema para él. Todos sus hermanos tienen trabajos muy importantes, o están estudiando carreras muy prestigiosas. Sus padres quieren lo mismo para él, por lo que no le dejan salir muy seguido con Leila y yo. Siempre dicen que la prioridad es el colegio, que la diversión vendrá luego.
Me parece muy estúpido de su parte que no le dejen disfrutar de su tiempo en el colegio. Yo me cansé de decirle que el éxito en el secundario no es tan importante, que no afecta el resto de su carrera y que debería demandar más libertad por parte de sus padres. Ellos son muy controladores, pero Samuel no se opone a sus tontas normas. Un poco de rebeldía es necesario de vez en cuando.
- Jajaja cállate ya Lucio. No te quejarás tanto cuando te diga lo que tenemos planeado.
- ¿De qué me hablas?
Leila tiene una sonrisa enorme en la cara mientras me dice: - ¡ Este fin de semana iremos al río roto!
- ¿Cómo dices?
- Ahora que Samuel tiene auto, podemos ir nosotros solos, sin nuestros padres. Acamparemos en el lugar que vimos, será genial.
Vivimos en Calgary, Canadá. Es una gran ciudad, pero su mayor ventaja es que está rodeada de montañas y bosques. Una hora de viaje en auto basta para dejar la ciudad atrás y perderse en la naturaleza salvaje.
Leila, Samuel y yo vamos con nuestras familias a acampar todos los veranos a un mismo lugar. Es un descampado que está a orillas de un lago grande. Siempre me gustó ese lugar, pero el problema es que hay mucha gente durante la temporada.
El año pasado, nosotros tres comenzamos a caminar siguiendo un río que vertía en el lago, queriendo escapar un rato de nuestras familias. A medida que avanzábamos, la tierra se iba elevando, dejando el río cada vez más abajo. Finalmente encontramos un espacio muy oportuno para acampar, debajo de una roca gigante. A unos metros de ahí, descubrimos un puente colgante de madera que cruzaba sobre el río. Se notaba que era muy antiguo y no era posible cruzarlo en esas condiciones. El estado del puente fue lo que le dió el nombre al río; además de que muchas rocas interrumpían la superficie del agua, generando miles de pequeños torbellinos, que lo hacían parecer como si estuviese roto.No puedo creerlo ¡Al fin tendremos unas vacaciones para nosotros solos! Sólo serán dos días, pero igual es algo. - ¡Si! Que bueno que podamos hacer esto. Espera un segundo... Samuel, ¿cómo convenciste a tus padres?
- Bueno, es comienzos de año. Nunca hacemos nada las primeras semanas de clases. Además, debemos ir acostumbrándonos para nuestro viaje de egresados.
- ¡Que buena noticia! Estoy muy entusiasmado. Podríamos llevar...
Me interrumpen un grupo de chicos que se se acercan a nosotros. Gritando, nos agarran de los brazos para invitarnos a saltar y bailar sin música. Leila y yo logramos soltarnos, pero Samuel es arrastrado reaciamente por tres chicas. Nos reímos mucho de la situación y en ese momento se abren las puertas del colegio.
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El Río Bajo el Puente
Teen FictionLucio, Leila y Samuel son amigos desde la infancia. Toda una vida compartida entre ellos los hace pensar que ya nada puede separarlos, pero, ¿qué pasa cuando la persona que conociste por tanto tiempo deja de ser quien era? Con 17 años, Lucio está a...