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Monte Olimpo,
Año Desconocido.

Entro en mi templo totalmente agotada, calambres recorriendo cada uno de mis músculos, incluso aquellos que di por olvidados, y sonrío por todo lo que he logrado sólo hoy. Entrenar a un nuevo grupo de cazadoras no es algo fácil, conlleva arduo trabajo e intensas horas de enseñanza y lucha, pero vale la pena cada segundo de dolor, si las puedo preparar para el cruel mundo que hay tras la protección que yo les brindo.

Protección que, si rememoro, es más que necesaria debido a lo mucho que han sufrido las mujeres que amo, a manos de seres irracionales que no pueden ver más allá de sus penes. Mi padre es uno de ellos, no hace falta repetirlo, las historias sobre él abundan y no tengo ninguna sola gana de desmentirlas, ¿para qué? Si incluso estas son más suaves que la cruda realidad.

Los mitos, aunque en muchos casos se apegan a hechos verídicos, como es en mi caso, no hacen mención a lo que en realidad ocurrió. Nunca mencionan la razón por la que, siendo apenas una niña, pedí tener cazadoras y yo misma ser una de ellas, ni la razón por la que durante siglos odié a los hombres con todo mi ser. Deberían hacerlo, porque creo que de ese modo la gente entendería y comprendería por qué fui adorada durante tanto tiempo, no sólo por mi decisión de permanecer casta, sino por el amparo que yo significaba para el sexo femenino.

Sí, mencionan todas las veces que he castigado a esos hombres que han intentado abusar de mí o de mis cazadoras, pero no mencionan cómo es que empezó todo.

Con Leto, mi madre.

Tal y como narran los mitos, nuestra madre dio a luz en Ortigia luego de que la furia de Hera la llevara a vagar hasta la errante isla y Zeus, finalmente, se dignara a pedirle ayuda a su hermano, Poseidón, para que pudiera realizar su parto en paupérrimas condiciones, y cuando digo paupérrimas, quiero decir eso. Vagar con dolores de parto durante días, sin encontrar dónde tener a tus hijos, fue un cruel martirio para ella. Luego de mi nacimiento, ayudé a que diera a luz a mi gemelo, Apolo, y este asesinó a la Pitón que envió la celosa diosa, como castigo por todo el dolor que vivió Leto, adueñándose así, del famoso oráculo de Delfos.

Como la pequeña familia que éramos, crecimos en nuestro lugar de nacimiento, actualmente llamado Delos. Y aunque ya no contábamos con la protección de Zeus, porque él temía las posibles represalias de su mujer, nos las arreglábamos a pesar de la escasez de implementos y todo iba bien, hasta cierto fatídico día. A pesar de todos los siglos que han pasado, esos recuerdos quedarán en mi memoria de por vida, no podría permitir que fuera de otra forma.

Sólo teníamos tres años, aunque, por ser dioses, aparentábamos mucha más edad. Vagábamos por los diferentes lugares de nuestra isla, siempre había nuevos lugares para descubrir y amábamos dar vueltas por cualquier parte que nos pareciera interesante. Cuando comenzó a anochecer, decidimos que era tiempo de volver al campamento que llamábamos hogar, y encontramos a nuestra madre recostada sobre la maleza, fuera de nuestra casa. Estaba totalmente ensangrentada, su ropa hecha jirones y el rostro lleno de lágrimas, fue brutalmente violada y nosotros no estuvimos ahí para defenderla.

Llenos de una cólera asesina, con mi gemelo hicimos todo lo posible para ayudarla, incluso dimos muerte a su abusador; procurando que sufriera lo máximo posible, extendiendo su agonía a puntos inimaginables. Éramos apenas unos niños, pero este hecho abrió nuestros ojos a la realidad que Leto luchó tantos años por esconder; el mundo era horrible y nosotros demasiado inocentes para vivir en este.

Luego, recurrimos a Zeus, reclamando lo que por derecho nos correspondía. Él convirtió a nuestra madre en una hermosa codorniz, en parte para librarla de su agonía, y cada uno de nosotros tomó su lugar como dios entre los Olímpicos.

Alguien Que Amaste (Serie Más Humanos Que Dioses 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora