VII

134 20 8
                                    

Hay una flecha detenida a milímetros de mi rostro, tan cerca que puedo ver con claridad las bifurcaciones que tiene; otro perfecto trabajo de Hefesto. Todo parece estar en calma, a medida que yo sólo observo la punta plateada.

Dirijo mis ojos a los dioses a mi alrededor, sus ojos llenos de asombro y la boca abierta, sin pronunciar una palabra. Una reacción muy rara, supongo.

O quizá no. Pienso al seguirlos observando, mirándolos con mis ojos abiertos.

En el preciso momento que vi a Apolo soltar la flecha, el tiempo pareció ir en cámara lenta, como si el mismísimo Crono hubiese aparecido para controlar el tiempo y espacio, vi cómo se dirigía hacia mí, sin barrera alguna. Hasta que se detuvo. O, más bien, yo la detuve.

Desciendo mi brazo junto con la flecha, permaneciendo bajo la atenta mirada de todos. Poco a poco siento cómo Hécate va quitando la presión sobre mi cuerpo, su magia volviendo a ella. Caigo sobre la cama de forma poco elegante, pero estoy despierta y atenta, que es todo lo que importa en este momento.

—Menos mal que su plan resultó. —Sonrío hacia mis amigos, con lágrimas en mis ojos, porque no se rindieron en ningún momento. Mi voz suena ronca, supongo que de tantos días sin hablar, de todos modos, se siente bien a pesar del dolor. No me voy a quejar si por fin estoy consciente y moviéndome después de tanto tiempo.

—Fue idea de Ares. —Todos apuntan al dios de ojos azules, quien reacciona con sorpresa ante sus dedos acusadores. Llamas crecen en sus ojos al ver que es señalado, así que retroceden, alejándose de él.

—Fue mi idea —reconoce Atenea—. Después de que Apolo te sacara de la Oscuridad, pareciste sumirte en un profundo sueño, y nadie podía acceder a ti, fue muy extraño.

—Énfasis en «muy». —Cree necesario acotar Hermes, sentándose a los pies de mi cama—. Estábamos preocupados, lógicamente.

—Incluso siendo la madre de las brujas, cuando me pidieron ayuda, no pude encontrarte. Parecías no estar acá. Nos estábamos quedando sin opciones, y el tiempo seguía avanzando. —Hécate es práctica al explicar, su cuerpo levitando a unos centímetros del suelo.

—Así que Atenea dio su idea y estuvimos discutiendo un buen rato, como siempre. —Ares rueda los ojos, que aún mantienen un resquicio de llamas en ellos—. Que tú conectaras, finalmente, con Apolo, fue el impulso que necesitábamos para llevar a cabo nuestro... macabro plan.

—Nunca te pondríamos en riesgo, gemela. —Apolo se acerca a donde me encuentro, sentada sobre mis rodillas en mi cama, culpa llenando su hermoso y ahora atormentado rostro—. Era una idea loca, sin duda, pero resultó. Y ahora estás de vuelta con nosotros.

—Lo entiendo, gemelo. No tengo nada que perdonar. —Acaricio con mi mano su rostro y él se inclina hacia ella, a medida que observo los rostros de cada uno de ellos—. ¿Nadie sabe qué fue lo que me pasó? —pregunto luego de procesar durante unos minutos las palabras de cada uno, en shock a causa de la situación, pero reconociendo en mi interior que todo lo que hicieron fue por mi bienestar.

—Te he estado analizando y tu energía parece estar bien, más baja de lo normal, pero bien. Todo lo contrario a cuando estabas... en coma. En ese momento parecías drenada, ahora, incluso vuelves a parecer una diosa —informa Hécate, escaneándome con su mirada, una bola de energía roja rodeando su cuerpo.

—Es decir que... ¿tuve una especie de apagón? —Incredulidad llena cada una de mis palabras, nunca antes supe de algo así. No puede ser posible, esas cosas son leyendas, mitos que rondan nuestro mundo. Aunque claro, debería saber que no por ser consideradas historias, son falsas.

—Hay contados casos en que se ha dado, en personas que venían acumulando alguna carga negativa desde hace mucho tiempo. Teniendo en cuenta lo que nos contaron, es más que evidente la razón por la que te «apagaste». —La diosa de ojos grises me observa, sin ninguna clase de reproche en ella, sólo simple y llana comprensión.

Alguien Que Amaste (Serie Más Humanos Que Dioses 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora