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- 9 de Septiembre de 1976 -

- Permanecerán dos horas - murmuró la profesora Mcgonnagall mientras estiraba su mano para que ambos muchachos le entregaran sus correspondientes varitas - El celador Filch se encontrará aquí fuera para lo que sea que necesiten y para informarme si alguno de los dos comienza a insultar; entiendan que me será informado y descontaré puntos a ambas casas.

Antonin y Sirius asintieron en silencio, sin siquiera dedicarse una sola mirada, para luego seguir a Minerva Mcgonnagall al interior de un aula desierta ubicada cerca del despacho del Director.
Ambos muchachos se sentaron en sillas enfrentadas, pero permanecieron con sus miradas esquivas.

- Supongo que el director les informó que debo inmovilizarlos - susurró la profesora haciendo un intrincado movimiento con su varita; de la punta de ésta salieron hilos plateados que se envolvieron alrededor de los tobillos y de las patas de las sillas y otros hilos algo más cortos que unieron las muñecas de ambos muchachos por delante.

- Me molesta un poco la mano que tengo acuchillada, profesora - se quejó Sirius mientras fruncía su ceño y observaba a Minnie quien revisaba las ataduras de Antonin.

- Intente no moverse tanto, señor Black -  sugirió la mujer con una tenue sonrisa impresa en su rostro - Dos horas... comportense como caballeros - ordenó paseando sus incisivos ojos por los rostros de los chicos, con sus labios rectos, antes de abandonar la estancia, dejando a la serpiente y al león totalmente solos.

Antonin no pudo ahogar una carcajada que provocó que el Gryffindor clavara sus furiosos ojos en el rostro del ruso.

- ¿Qué te causa gracia, imbecil? -  preguntó Sirius entre dientes, provocando que los negros ojos de acromántula se clavaran en sus encendidos ojos grises - Eres un puto sádico que disfruta con todo esto.

Dolohov enarcó una ceja y juntó sus labios, sin despegar sus negros ojos del rostro de Sirius, estudiándolo con cierto interés; era guapo podía llegar a entender los motivos por los que Severus parecía sentirse atraído... pero su rostro, pese a ser bonito, era bastante genérico.
Quizás sus ojos tenían cierto magnetismo... sus emociones se podían leer a través de ellos.
Y Sirius Black realmente lo odiaba; sus ojos lo gritaban en silencio.

- Deja de mirarme - escupió Black recargándose sobre el respaldo de la silla.

- ¿Por qué, Black? ¿Te pongo incómodo? -  preguntó Antonin con voz grave y con un semblante serio.

Esta vez fue el turno de Sirius de reír, provocándole una sincera sonrisa al ruso.

- ¿Cómo podrías pónerme incómodo? Fui el primer tipo que cogió a tu novio y de hecho me lo cogí durante todo el verano -  largó el ojigris burlonamente provocando que el gesto alegre de Antonin cesara repentinamente - Yo te incomodo, Dolohov... me odias, de la misma manera que yo te odio a ti.

Antonin alzó su mentón y separó apenas sus labios.

- Me agrada que haya sinceridad entre nosotros, Black - contestó el ojinegro mientras pasaba la punta de su lengua por el filo de sus dientes - La honestidad es imprescindible para una relación de confianza entre caballeros... aunque dudo que tu seas precisamente uno.

Sirius frunció su ceño e inspiró con fuerza, aguardando la pregunta o la propuesta que la serpiente estuviese a punto de hacerle.

- ¿Cómo describirías el sexo con mi prometido?.

La pregunta descolocó a Sirius totalmente.
Allí estaba Antonin Dolohov, frente a él; sus ojos negros no demostraban un solo sentimiento, sus labios parecían torcerse a una débil sonrisa.
Era un hombre totalmente seguro y con cierta tendencia a controlar cualquier tipo de situación y tenía ese dejo de cinismo, de ironía, muy difícil de entrever cualquier aspecto benevolente o de crueldad.

Nacido en el año del CerdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora