Sabrina, La Medium

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Su cerebro se esforzaba por hallar algún comentario más o menos lógico que pudiera decir para romper ese silencio y al fin halló uno bueno.
➢ Gracias... por la ropa. ¿Es de Samuel?
➢ Sí, la compré para él pero no tuve la oportunidad de dársela.- y la tristeza amenazó con ensombrecer su mirada pero se puso a mirar el grueso muro de músculos que se ocultaba insinuante bajo la camisa azul.-pero... creo que se ve mejor en ti.- dejó escapar sin pensar, estaba cayendo sin remedio en la seducción de sus ojos color café y su pelo mojado chorreando gotas en su frente. Tomó una toalla que estaba encima de la silla y sin darse ni cuenta comenzó a secarle el cabello con una seductora suavidad sentada a su lado con las manos por alzadas por encima de su cabeza. William no puedo evitar fijarse en que sus labios color cereza lo incitaban a la danza del beso. Y dejándose llevar por su embriagado corazón probó de esos dulces labios que tanto deseaba. La joven vidente, que nunca había sido besada por ningún hombre sintió la pasión ardiente que se elevaba en su interior y se apartó hacia atrás temerosa y agitada. Por unos segundos William quedó en silencio, sabía en su interior que deseaba más de aquellos labios, de aquella mujer que amaba en silencio hacía algún tiempo. Pero no podía obligarla si ella se resistía así que se pasó la mano por su cabello humedecido aún y se dirigió a la puerta.
➢ Discúlpame... no debí hacerlo.- apenas podía mirarla a los ojos y bajó la cabeza antes de moverse hasta la puerta. Pero sintió un suave apretón en su muñeca y una mano acariciante en el hombro que lo instaba a voltearse. Al darse la vuelta hacia ella se encontró con los labios color cereza que se habían apartado de él hacia unos segundos, peligrosamente cerca de los suyos, hasta que se acariciaron de manera mutua. El beso fue profundo, sin prisas, y comprendió que su amor era correspondido y hermoso. Sus respiraciones se agitaron un poco por el rápido aleteo de sus corazones sumidos en el amor. Sus manos propinaban tiernas caricias al otro y así permanecieron sentados juntos en el sofá por unas horas envueltos en aquella atmósfera de amor y paz. Ninguno de los dos se atrevía a romper el placer de ese momento.-No sabes cuánto tiempo... he esperado para besarte y estar así, junto ti. Quisiera que... tu hermano nos apoyara, él no quería que yo me acercara a ti. Dijo que solo te haría sufrir y que ya habías tenido suficiente dolor en tu infancia.
➢ Yo... también quisiera que mi hermano estuviera aquí y nos apoyara pero si no quisiera que estuviésemos juntos tendría que conformarse. Nadie puede decidir por mí, yo... te amo y eso no lo va a cambiar nadie.- dijo abriéndole su corazón con los ojos fijos en su mirada, con la cabeza enterrada en su cálido pecho.
➢ Yo... también te amo, Sabrina. No importa lo que suceda siempre estaré junto a ti.- dijo apartando sus cabellos de la base de su cuello que recién había descubierto que le gustaba acariciar. Ella gimió bajo su caricia en clara aprobación y le pidió que se quedara esa noche. Era toda una provocación pero él respondió sonriendo de forma picaresca que no creía que fuera una buena idea.
➢ ¿Acaso me temes, William? Te juro que no muerdo.- preguntó sonriendo con el labio inferior atrapado entre los dientes, otra provocación.
➢ Quizás me tema a mí mismo, te veré mañana.- después de un beso apasionado y alargado se fue mostrándole una sonrisa traviesa y sintió que le erizaban las pelos de la nuca.

Al llegar la mañana, el emocionado detective se dirigió a casa de Sabrina para ir a practicar el tiro en la cabaña de su padre y se pusieron en marcha. Luego de estar varias horas practicando Sabrina demostró adquirir con rapidez los conocimientos impartidos por William; acertó en 6 de las 12 latas vacías que colgaban y se balanceaban a merced del viento. Antes de dirigirse a casa Sabrina le pidió a William que se detuviera frente a una iglesia, era la misma iglesia en que su hermano y ella habían sido abandonados por su madre. La curiosidad por saber porque su madre los había dejado en ese lugar se volvió fuerte, un nudo apretado en su garganta que no la dejaba respirar. Por eso le dijo a William que la esperara en el auto mientras que ella se despojaba de una duda y bajó del auto para adentrarse en la iglesia. Buscó a la hermana Margaret por entre los pasillos y la encontró sentada en un viejo banco de mármol situado bajo el árbol de nuez que ahora tenía unos 50 años, lo había sembrado la misma hermana. Sabrina la reconoció por su mirada tranquila y su rostro amable y bondadoso aunque no se parecía a la que había amado en su infancia como a una madre. Ahora su rostro estaba arrugado y usaba unos lentes de forma cuadrada que la hacían parecer una periodista ó una científica. Se acercó a ella y la llamó por su nombre y en cuanto la reconoció se abrazaron por un rato. Mientras le acariciaba los cabellos y la llamaba "mi niña linda" ella recordaba el amor con que la había tratado siempre y sonreía. Le preguntó a la joven que hacía, donde vivía y esas cosas que la gente pregunta cuando no se ve durante un largo tiempo. Y ella le respondió cada una de sus preguntas con amor, le habló de su vida, de sus padres y su hermano y la monja le tomó las manos con cariño. Le dijo que la siguiera para mostrarle algo y la condujo a su dormitorio. La joven se quedó cerca de la puerta y la hermana Margaret se encaminó hacia una cómoda y abrió el primer cajón. Sacó un pedazo de papel muy viejo y amarillento que tenía gotas de sangre en uno de sus lados y se lo entregó a Sabrina. Le explicó que el día que ella los encontró en la entrada principal de la iglesia en el abrigo que llevaba puesto estaba ese papel escrito por su madre. No se lo había revelado nunca antes pues esperaría a que creciera para que pudiera entender su contenido. La joven se dispuso a leer con detenimiento la nota de su madre donde decía que su esposo se había vuelto violento y quería hacerle daño a sus hijos. Desesperada por hallar una solución había decidido dejarlos en la iglesia donde su madre la llevaba cuando era niña. Sabía que no descansaría en su búsqueda hasta encontrarlos y si los hallaba estarían en peligro. Al final de la nota estaba la firma de Tiffany Reed y al leerla Sabrina derramó sus lágrimas con tristeza. La monja la consoló abrazándola de nuevo. Después de calmarse la muchacha se despidió de la hermana Margaret y prometió visitarla con más frecuencia. Se dirigió al auto del joven detective con una expresión afligida y se dirigieron a su casa. En el camino de regreso a casa ella le contó lo sucedido en la iglesia y la nota desesperada de su madre pidiéndoles a las monjas que cuidaran de ella y su hermano porque si se quedaban con ella estaba en riesgo sus vidas. Al llegar a su casa el celular de William sonó y al tomar la llamada su rostro se tornó serio. Al terminar de hablar Sabrina preguntó qué pasaba y el preocupado joven le dijo que debía ir al hospital de su hermano pues habían visto a un hombre con la misma descripción física de su padre, actuando sospechoso, merodeando cerca de su habitación.
➢ ¿Crees que haya descubierto que Samuel es mi hermano y quiera hacerle daño para vengarse de mí? Oh, Dios mío..., mi hermano corre peligro. Iré contigo, no puedo permitir que lo mate, William.
➢ No, quédate aquí, estarás más protegida. Hay dos agentes frente a la casa que vigilarán a cualquiera que intente acercarse. Yo me encargaré de proteger a tu hermano, tranquila.- y plantándole un rápido beso se fue. Pero no fue suficiente para calmarla, quedó profundamente afectada caminando de un lado a otro para intentar relajarse. Se dirigió a la cocina para hacerse un poco de té y al poner la tetera sobre la hornilla escuchó el rechinar de la puerta trasera. Antes de poder voltearse para ver de qué se trataba sintió que una mano cubierta con algún tipo de tela se posaba sobre su rostro con una fuerza descomunal. En pocos segundos sintió el fuerte aroma de algún químico adherido al fragmento de tela que la hacía querer dormir. Luchaba contra aquel poderoso efecto pero al final su cuerpo acabó rindiéndose y perdió la conciencia. Despertó asustada, sin tener idea del tiempo transcurrido, en total oscuridad, intentó gritar y quiso moverse pero no pudo por mucho que lo intentara. Comprendió que aquel químico que la había hecho perder el sentido también la había paralizado. Cuando sus ojos se adaptaron a la oscuridad se percató que estaba en el maletero de un auto en movimiento, tenía las manos atadas al frente y amordazada para que no hiciera ningún ruido. Miró el reloj con el sistema de rastreo y derramando lágrimas rezó para que William la encontrara. Mientras que ella se dirigía a un futuro incierto en el maletero de aquel auto el detective llegaba al hospital donde se encontraba Samuel para descubrir que todo había sido planeado de forma minuciosa y fría por Paul Reed. Le había pagado una buena cantidad de dinero a un hombre que se parecía a él físicamente y le ordenó caminar cerca de la habitación de Samuel ya que había descubierto que eran hermanos. Arrestaron a aquel hombre por ser cómplice del ‟asesino de las pelirrojas" y ayudarle a crear una distracción para secuestrar a Sabrina. Rápidamente William solicitó que seis patrullas lo apoyaran para buscar a Sabrina siguiendo el dispositivo de rastreo colocado en su reloj y rescatarla de las garras del asesino. Después de un rato en aquella oscuridad Sabrina sintió que el auto se detenía, luego Paul Reed abrió el maletero y sonrió con malicia al ver que su víctima estaba despierta diciéndole que habían llegado. La cargó en sus brazos para sacarla del maletero al mismo tiempo que la joven gemía y trataba de resistirse. Sabrina miró los alrededores cuando su padre la arrastraba por el suelo cubierto de hojas hasta una cabaña de madera y se dio cuenta que se trataba del mismo lugar donde había ido a practicar como disparar esa misma mañana. Una vez dentro de la cabaña Paul Reed le quitó la mordaza a Sabrina pues decía que quería escucharla gritar mientras el acababa con ella porque en ese lugar nadie la escucharía. Sabrina le dijo que no gritaría porque tenía algo importante que decirle y le contó que recientemente había descubierto que él era su padre. El asesino primero no le creyó pero al acercarse a ella y ver el gran parecido que tenía con el recuerdo que tenía de su hija pequeña empezó a dudar moviéndose de un lado a otro, desesperado.
➢ No, no. No puede ser cierto, tú... me estás engañando como lo hiciste antes.-dijo Paul Reed y por un momento su rostro frío y sádico cambió.
➢ No, papá. Te estoy diciendo la verdad, como sabría que tú eras el que habías matado a todas esas jóvenes. Desátame, por favor, no dejaré que la policía te aparte de mí. Sé porque mataste a tu propia madre y a esas jóvenes, ninguna madre debe tratar así a su hijo. Pero... no puedes continuar matando mujeres solo por eso. Por favor, déjame ayudarte.- dijo Sabrina intentando convencerlo.
➢ No, cállate. No lo ves, nadie puede ayudarme, nadie tuvo piedad de mí, ni entonces ni ahora. Tú tienes la culpa, con tus visiones desde muy pequeña me atormentabas preguntándome quien era la mujer de cabellos rojos que me golpeaba y me enceraba en aquel lugar oscuro.- y su rostro cambió de nuevo al frío, al odio profundo, al sádico.- Por eso debí cortarte los dedos cuando tuve la oportunidad, a ti y a tu hermano. Por eso ahora... morirás.- dijo con la mirada fija en ella e hizo que se le helara la sangre en el pecho. Se arrojó sobre ella que estaba sentada en el suelo de madera y con un rápido movimiento la obligó a acostarse, le subió las manos atadas por encima de la cabeza y lamió la parte derecha de su rostro con dolorosa lentitud. Sabrina gimió de asco, rabia y el nudo que se formó en su garganta no la dejó pronunciar palabra alguna, acompañado de un frío estremecimiento. Su respiración se agitó severamente cuando su padre le dijo con perversidad que su miedo sabía demasiado bien para dejarla libre. Con la mirada enloquecida comenzó a rasgarle el vestido que llevaba puesto intentando violarla pero se detuvo al escuchar que se acercaba la policía, las sirenas de las patrullas se escuchaban más y más cerca cada vez. Sabrina se percató que el químico que la paralizaba había perdido su efecto, podía mover las manos y aprovechó para moverlas intentando librarse de sus ataduras que no estaban ajustadas. Su padre se puso de pie junto a la ventana delantera de la cabaña y al verse rodeado de policías encolerizó.
➢ Los llamaste aquí para que pudieran atraparme. ¿No es cierto, perra? No vales nada, por eso morirás.- le aseguró con su frialdad característica y regresó para colocarse sobre ella. La sujetó por el cuello cerrando con sus manos fuertes el aire que respiraba, la muchacha abrió desmesuradamente los ojos horrorizada e intentaba liberarse las manos para detenerlo. Creyó que moriría al mirar los ojos de su padre que la observaba mientras se ahogaba sin ninguna emoción. Recordó que William le había enseñado a ocultar armas en su casa mientras le decía que en la cabaña de su padre y en su apartamento ocultaba armas por todas partes pues no sabía cuando las necesitaría. Las amarras de sus manos cedieron ante su esfuerzo y estiró su mano bajo la cama que se encontraba a su lado. Sintió que agarraba un pequeño puñal y se lo clavó en la espalda a su padre para que la soltara. De inmediato se apartó de ella gritando por el dolor mientras ella tomaba una gran bocanada de aire para no ahogarse. El hombre herido intentaba quitarse el puñal de la espalda; cuando finalmente lo logró exhaló de alivió y se arrojó sobre ella una vez más, pero esta vez la muchacha se arrastraba hacia la salida de la cabaña. Le sujetó el pie y la haló hacia él pero ella se resistía determinada a no caer en sus manos otra vez. William se apresuró a entrar en la cabaña armado con un revólver y le gritó que la soltara en ese momento de lo contrario le dispararía. Paul Reed caminó unos pasos hacia atrás con las manos en alto fingiendo entregarse.
Hey, perra. Llegó tu salvador, cuéntale lo bien que la pasamos juntos.- y sonriendo sacó la bola de hierro con que los había golpeado antes y la lanzó sobre la cabeza del joven detective. Con sus excelentes reflejos, William la esquivó y le disparó justo en el medio de los ojos. Sabrina gritó de miedo y su padre cayó al suelo muerto. La joven quedó profundamente afectada por lo sucedido, su mirada estaba fija en su padre. William se acercó al asesino y comprobó que estaba muerto; luego se acercó a ella diciéndole que todo había terminado. La tomó en sus brazos, la llevó afuera de la cabaña y la colocó en su auto para que la examinaran los paramédicos que habían atendido a la llamada del detective. Después de examinarla le informaron a William que estaba en estado de shock por lo sucedido y que la llevara a casa ya que le habían administrado un fuerte sedante. La joven estaba extremadamente pálida, con los ojos vidriosos, las pupilas dilatadas y la mirada vaga e incierta. Al tocar su piel estaba muy fría por lo que la cubrió con una manta y condujo de inmediato a su casa. Le ordenó que se diera una ducha tibia para que entrara en calor y ella le obedeció en silencio.

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