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-¡Vamos, puedes hacerlo mejor! -gritó, su voz resonando por la cavernosa sala.
El segundo chorro de luz le acertó en el pecho. La sonrisa no había desaparecido de su rostro, pero sus ojos se abrieron completamente sorprendidos.
Parecía que el hombre tardaba una eternidad en caer: su cuerpo encorvado de forma elegante mientras se hundía de espaldas a través del velo roto que colgaba del arco. Cayó a través del antiguo portal y desapareció tras el velo, que se elevó por un momento como si un fuerte viento soplara, y volvió a su lugar.
Escuchó un gritó triunfante, pero esa vez era de ella. Corrió hacía la salida antes de que las sombras de colores de su alrededor la atraparan. Ya estaba cruzando el atrio, saltando de euforia cuando...
Se despertó de un sobresalto. La imbécil de Carrow siempre tenía que joder. Esa morsa inmunda y su fuerte ronquido, la había alejado de ese sueño tan real. Tenía la impresión de que las palabras se le habían quedado en la garganta. Estaba diciendo algo, pero no alcanzaba a recordar. Creía que se mofaba del hombre al que acababa de matar.
Sí; eso sería muy típico de ella.
Después de un largo rato infructuoso, intentando acordarse de que trataba exactamente el sueño y de quién era ese hombre que le resultaba tan familiar, dio por terminada la noche y se levantó. Era la primera Slytherin de quinto que ya estaba en pie. Algo inusual en ella, ya que era una marmota y siempre llegaba tarde.
Antes de ir al baño, abrió la puerta del dormitorio. El frío glacial proveniente del lago negro, no tardó en apoderarse de la pequeña sala. Si ella ya no dormía, las otras tampoco. Con una mueca maléfica fue a arreglarse.
Cuando ya estuvo lista, se entretuvo un minuto en mirarse al espejo. Aunque eran tres hermanas en casa, ella era la más guapa; Andrómeda era una mala versión de ella y, Narcisa, aunque fuera rubia, no brillaba tanto como ella. No es que su apariencia le preocupara demasiado, le importaba una mierda lo que la gente pensara de ella, pero le encantaba esa sensación que despertaba en los demás: deseo y envidia.
Se rizó las pestañas con la punta de la varita y se dirigió a salir. Cuando pasó por el lado de la cama de Alecto Carrow, esta seguía roncando. Sacó la varita y susurró :
-Serpensortia Máxima.
Una docena de serpientes empezaron a trepar entre las sábanas de su compañera de clase. Una sonrisa cruel apareció en su rostro. Bien erguida cruzó el umbral de la puerta, enfrentando un nuevo día.