Capítulo veinticinco: Dar a luz.

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Al día siguiente fui con Dean al hospital, me dieron unas cremas para mis lastimaduras ya que no me podían dar analgésicos por estar en estado. La doctora se asombró bastante cuando le conté como me había causado esas lastimaduras. Se preocupó y preguntó si había hecho una denuncia. No puedo negar esto, me siento segura.

Luego, fui a la casa de Cassie. Ella necesitaba saber por todo lo que pasé. Se merecía saberlo. Lloró muchísimo y me abrazaba a cada rato. Yo no lloré, no quise. Sin darme cuenta, trataba de ser fuerte por ella.

Cuando nos fuimos y llegamos a casa, a Dean se le agrandaron los ojos y se tapó la boca. Me preocupé muchísimo. Pensé que algo estaba mal con él o algo así, pero luego rió y me relajé.

– ¿Qué sucede, Dean? Casi me matas del susto –digo.

– ¡La habitación de Castiel! Todavía no está preparada.

– ¿Dónde la haremos?

– Hay una habitación de huésped. La decoraremos y la prepararemos para nuestro hermoso bebé –sonrió ampliamente y me abrazó con mucho amor. Cuando se separa me besa tan fuerte que me hace sentir una adolescente sin responsabilidades, sintiendo las mariposas y un montón de bichos más en mi estómago. Castiel patea y Dean lo siente porque golpeó su panza. Ríe contra mi beso y nos separamos–. ¿Sabes? Extrañaba tus besos. El día que desapareciste temí darte el último beso. Nunca me basta, América –vuelve a besarme y agarro los costados de su cara para profundizar más nuestro beso.

Me separo de él dejándolo con los labios extendidos para seguir mi beso. Entonces, abre los ojos y se remoja los labios.

– Muchos besos por hoy, Dean –susurro juguetona–. Castiel necesita una habitación.

Sacudí mis manos exageradamente y caminé buscando la pieza de huéspedes que nunca había visto desde mi estadía aquí.

Al final, lo que yo siempre había creído que era un garaje lleno de porquerías, era otra habitación pero llena de polvo y telarañas. Las paredes estaban bien cuidadas y eran de color celeste, lo que era genial, ya que no tendríamos que pintar. El piso blanco parecía gris por toda la suciedad que tenía encima, así que, tendríamos que limpiar todo.

Lo mejor de todo es que la habitación de Castiel quedaba al lado de la nuestra. Todavía puedo entender cómo fui tan estúpida de pensar que era un garaje.

– Manos a la obra, princesa –dice Dean y se adentra a la habitación con una escopa y una pala.

Sonreí. Entré a la habitación con un trapo y un poco de limpia vidrios, así que, comencé a limpiar los vidrios.

La habitación estaría completamente vacía, pero tenía cuatro cajas sin abrir, lo cual me dio mucha curiosidad por saber qué había dentro. Cuando me acerqué a la primera caja y la abrí, sonreí. Eran los juguetes de niño de Dean.

Había un gran avión, un robot, muchísimos modelos de motos y autos. Dean tenía una gran cantidad de juguetes bien cuidados lo cual me pareció muy tierno.

Mi novio se dio vuelta y me vio en el piso revisando sus cosas y se acercó.

– Lo siento, ¿te molesta? –pregunte haciendo una mueca, esperando que diga que no.

– Para nada –contestó y se sentó frente a mí, en la segunda caja.

– Descubrí tus juguetes –sonreí–. Están muy cuidados.

– Sí –rió–. Los cuidé muchísimo desde que tengo memoria. Siempre dije que serían para mi hijo y estoy dispuesto a que sea así.

Asentí y abrí la caja. Habían CD's de bandas que supongo que a él, en su tiempo, le encantaban.

Encadenada al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora