16 Mayo 2010
Se marcha, se queda, se va, me acompaña.
La rutina de quedarme en casa cuidada por mis padres y enfermeras hace un año se rompió cuando mi padre fue el primero en marcharse; tras él, las enfermeras comenzaron a venir tres, dos, hasta llegar a una vez a la semana. Yo entré a la secundaria una vez aprobada por mis padres, con un año de atraso pero no sola: mi padre trajo a un chico de diecisiete años, al que nos dirigimos como Herrera, para protegerme, y a mi madre le llegó una carta la cual decía que tras no volver al pasar el plazo que le concedieron la daban de baja en forma permanente.
Ahora intenta recuperar su empleo y sé que yo necesito estar bien para eso.
Mi nombre no ha vuelto a ser Victoria, ni empezó a ser María o como mis padres me llaman de cariño: Sivele. Se volvió Mariana Perez Cruz, tomando al azar nombre y apellidos comunes para protegernos.
Me muevo fuera de casa en compañía sea de mi madre o Herrera, pero siempre voy con desconfianza. Es una emoción permanente que el tiempo no me ha podido quitar, sin embargo, a veces mi madre me ayuda a olvidarla por ligeros tiempos y Herrera..., bueno, hay algo en él que me hace querer que permanezca conmigo para siempre. A pesar de ser distante y entablar conversaciones básicas de comunicación, desarrollé por él un apego que me resulta extraño. Estoy casi segura que no es amor pero sí es algo que me mantiene al pendiente de lo que con él mis padres decidan hacer.
Los dolores de cabeza vuelven. De nuevo me envuelve un miedo que proviene de dentro, de fuera... El miedo toma mi cuerpo como antes, pero esta vez hay algo más, algo diferente, no es igual a los otros.
Alguien me necesita.
No sé dónde está mi madre pero es la otra persona que conmigo aquí se encuentra. Antes de poder pensar más en ella y tratar de evitarla, camino, en lo que siento la forma más natural para no llamar su atención, a mi habitación cuando incluso alguien me grita. No, solo, solo grita. Me necesita.
No está aquí. No está en mi casa. No es aquí...
Mis dedos sujetan el picaporte, mi vista baila entre nebulosas y las luces se alargan. No sé si abro mi habitación, o mi mente eso me hace pensar, intento encontrar el interruptor y cierro o alguien cierra una puerta por mí. ¿O la abrí?
— ¡detente!
No puedo reconocer si las palabras salen de mi voz o si alguien más las ha dicho. Por un momento veo mi habitación, sí, estoy en ella, pero de nuevo vuelvo a adentrarme a otro sitio, un sitio de ruidos de los que intento tomar algo.
Un grito, campanas, llantas derrapadas, un eco de pisadas en un pasillo, ¿somos varios?, ¿son varios?, ojos azul oscuro, eléctrico,una persona tras ellos me sonríe..., no veo una sonrisa pero sé que lo hace. Un jadeo, un corazón, un corazón suena a un ritmo normal.
Abro los ojos justo cuando voy cayendo de cara hacia el piso del baño.
Con el dolor en la mano por meterla al último segundo, la miro. Estoy empeorando.
Corro y apunto todo lo que pude ver y escuchar en la hoja de un cuaderno cercano. Me dejo caer en el suelo y observo lo escrito.
No es la primera vez que no tengo el control de mí, desde casi un año y cuatro meses han venido estos dolores de cabeza, unos más fuertes que otros, y con ellos alguna imagen fugaz que la mayoría del tiempo, si no tengo con qué apuntar y en donde, se me olvida.
Algunas emociones siguen conmigo; lugares, objetos... Un cartón de leche que del refrigerador saqué, mirar la carretera desde la parte trasera de un vehículo, árboles gigantes, tomates en mi mano...
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LPQSB 1- Recorriendo Caminos.
RandomMi padre brinda ayuda, protección y entrenamiento, que buscan mejorar vidas; pero ha encontrado una competencia, que pronto se volvió enemiga, y esperan verlo renunciar. En el intento estuvieron cerca de encontrarnos. Para protección nos tuvimos que...