Last Cigarette

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Otra aquí

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Otra aquí. Otra vez así, nuevamente contigo y tus benditos labios atacando mi cuello. ¿Cómo puedo prometerme no volver a verte, si me derrites con una sonrisa y me matas lentamente con cada beso que te atreves a darme?

Estoy en tu departamento otra vez. Se siente tan frío, que el único modo de no morir congelada es aceptar el roce de tu piel ardiente contra la mía.

Huele a tabaco, casi puedo sentirlo en tu boca.

Tengo tantas ganas de decir "Kang, déjame ir, no quiero volver a verte" pero solo soy capaz de decirte que por nada del mundo te detengas.

Esa noche fui con la intención de dar fin a nuestra relación (si es que lo nuestro tuvo un nombre alguna vez siquiera). Compartimos un cigarrillo y te dije con total convicción que no quería seguir de este modo, pero sucedió lo mismo de siempre: caí en tu sonrisa ladina y tus ojos gatunos, y mi seguridad se desvaneció.

—No. Sabes bien que no quieres acabar con esto —tuviste el descaro de decir mientras te llevabas una copa de vino a los labios. En el fondo, supe que tenías razón. Te grité que no tenías idea de nada. Estuve al borde del llanto y tú solo me abrazaste. Escuchaste y aceptaste cada uno de mis insultos. Antes de darme cuenta, nos besamos con intensidad. Salí de mi trance cuando ya estaba debajo de ti, en tu cama. Me quitaste cada prenda con lentitud, observaste cada rincón de mi cuerpo desnudo como si fuera la primera vez que lo hicieras. Admiraste mi anatomía y sonreíste como si me amaras tanto que las palabras no son capaces de expresarlo. Y te lo juro, casi me lo creo.

No tuve la fuerza de voluntad para detenerte, pero sí la tuve para aferrarme con fuerza a tu cuerpo y clavar las uñas en la suave piel de tus hombros cuando tus dedos se colaron por debajo de mis bragas. Dejé que las despojaras de mí y las tiraras a cualquier sitio.

Aún me pregunto por qué demonios no me detuve. Mis pensamientos simplemente no concordaban con mis acciones. Tenía todo un revoltijo de sensaciones y sentimientos que me mareaban. Siendo honesta conmigo misma, no estoy segura de que en algún momento haya deseado abandonar el calor de tu cuerpo. Y es que, cuando quise arrepentirme, ya estabas marcando mi cuerpo con mordidas y chupones, dejando marcas rojizas, que eventualmente cambiarían de color. Para entonces, yo estaría en casa. Sola.

Mi respiración agitada apenas le seguía el ritmo a tus movimientos. Tus besos llenos de insidiosa lujuria me quitaron el aliento a cada segundo, arrebatándome la posibilidad de pensar con claridad.

Yo misma me encargué de arrebatarte la ropa tan molesta, la cual me abstuve por un rato de quitarte para no caer en la tentación de tu admirar y tocar a mi gusto tu figura esculpida por los Dioses. Tu ropa interior negra de encaje combinaba tan bien con tu pelo lacio color azabache, Dios. Por un pequeño instante sentí una presión en el pecho y unas inmensas ganas de llorar, porque me dueles. Porque sabía que nada de esto perduraría mucho tiempo. Porque eres lo mejor y lo peor que ha llegado a mi vida. Porque nunca conocería a nadie siquiera parecido a ti. Porque muchas chicas iguales o mejores que yo, también han tenido o tendrán el privilegio de tocarte así, y entonces Bae Joohyun no será más que un nombre perdido entre un simple número. Un rostro borroso y confuso que eventualmente olvidarás cuando tengas a otra en tu cama. Pero, por sobre todas las cosas, me dueles como el infierno por ser simplemente tú, Kang Seulgi.

ʟᴀsᴛ ᴄɪɢᴀʀᴇᴛᴛᴇ ; seulreneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora