Capítulo treinta y seis:La cuestión.

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Maratón 1/3

Joaquín se sentía confundido. Su mente aún estaba perdida entre sus pensamientos después de haber visto aquello en la habitación. ¿Ella realmente creía que ellos tendrían..?, Bueno, si, tal vez suponía eso era lo normal para una relación después de un par de semanas, mucho más si eran unos adolescentes con las hormonas alborotadas. Y realmente no iba negar el hecho de que había pensado un par de veces en cómo se sentirían las manos de Emilio sobre su cuerpo expuesto, piel contra piel.

Pero... Siempre había un pero. Aún no le había contado sobre lo de Santiago, y el hecho de no hacerlo le incomodaba.

—Joaco, hey, ¡Joaquín!

—¿Qué?, ¿qué pasa?—preguntó sintiéndose mareado.

—Te estoy contando algo pero creo que no escuchaste ni una sola palabra—dijo extrañado—, ¿estás bien?

—Si, solo algo distraído.

—¿Seguro?, ¿no quieres irte ya?

—No—le cortó con los ojos abiertos, no quería arruinar la noche—. Sigamos disfrutando del lugar, está increíble.

—Bien, cuando quieras que nos vayamos, me dices.

—Si.

Y sin darse cuenta volvió a entrar al mundo de sus pensamientos. Su cuerpo se movía, su boca igual, soltando palabras de vez en cuando para no dar a notar su real ausencia, mientras su mente viajaba a posibles futuros.

Emilio le gustaba, y mucho. No podría negar que desde el instante que lo vio, su boca se secó por tremendo cuerpo y rostro esculpidos por los dioses. Aparte le daba una confianza que jamás había sentido con nadie. Esos eran factores clave para dar el siguiente paso, ¿realmente estaba listo para hacerlo con él?, aún no lo sabía, había pasado relativamente poco desde la muerte de el chico que dejó una marca emocional grabada en su mente, pero, ¿debería importarle si quiera?, creía que no, pero una parte de sí mismo no podía evitar gritarle que estaba mal querer seguir después de lo de Santiago.

—¿Entonces crees que sería bueno hacerlo o no?

Aquella pregunta lo devolvió a la realidad, el nerviosismo se impregnó en su cuerpo y parpadeo continuamente.

—¿Eh?, ¿que cosa?

—Me estás preocupando bonito, creo que es hora de irnos—le miró a los ojos, tratando de descubrir que pasaba.

—Bien, esta vez no lo negaré.

El de rizos largos y sedosos aceptó, juntó sus manos comenzando a ir hacia la salida. Ambos fueron a dejar los patines y después comenzaron a caminar tranquilamente hacia el hotel, pues estaba relativamente cerca.

En el trayecto se sentía que algo no iba bien, cada quien metido en su mundo, dejando un raro silencio, que no llegaba a ser incómodo, pero era eso; raro. La nieve en sus pies se hundía, y cada vez sus cuerpos se sentían más congelados, ¿de quién había sido la idea de caminar?

—¿Estamos yendo por el camino correcto?—cuestionó Joaquín, se sentía perdido. 

—Supongo, es el único.

Y lo fue, a los pocos minutos consiguieron llegar a la calle principal, la cual daba directo a su hotel. Subieron con rapidez, quitándose sus chamarras cubiertas de nieve y agradeciendo la calefacción de la habitación.

—No vuelvo a caminar hasta aquí en medio de la noche.

—Ni lo digas, yo tampoco, fue una terrible idea—le secundó Emilio—, pero no puedes negar que la vista fue hermosa.

—Si... Pero prefiero ver todo desde dentro un auto, gracias—arrojó sus botas y pasó sus manos sobre sus chinos, quitando algunos copos de nieve.

—Tranqui bonito, no volveremos a hacerlo—el mayor caminó hacia este y lo abrazó por detrás, dejando sus brazos en su cintura.

—Perdón por ser tan quejoso—se disculpó haciendo su cabeza para atrás, dejándola en el arco de su cuello y hombro.

—No te preocupes, bien, iré a dormir, estoy muerto—besó su frente y se separó.

—Más bien puerco, yo voy a ducharme, deberías hacerlo también.

Poco después de treinta minutos salió con la pijama puesta y el cabello seco, una sonrisa apareció en su rostro y un suspiro salió de sus labios al ver el cuerpo de Emilio en la cama con todo su cuerpo extendido y gustoso. Caminó hacia allá empujando levemente las extremidades de su novio para tener un espacio donde poder dormir, lo cual no logró.

Eran casi las tres de la mañana y Joaquín no podía conciliar el sueño.

Unos fuertes y cálidos brazos lo rodeaban con amor, haciendo que sus pensamientos volaran. Estaba nervioso, de solo recordar lo que había en esa habitación un par de horas antes le hacía tener un escalofrío por todo el cuerpo. Quería intentarlo, ¿estaba mal querer hacerlo?

—Emilio. Hey, Emilio—le llamó en un grito susurrado. 

—¿Uhmm?

—Creo que quiero hacerlo—dijo, su rostro era de un rojo puro.

—¿Qué?—murmuró, sus ojos aún cerrados.

—El amor.

Silencio. Eso fue su respuesta. Joaquín se preocupó, pero poco después una sonrisa tímida apareció en su rostro al ver los párpados de su novio abriese lentamente, observándolo con las pupilas dilatadas, un deje de deseo se notaba y sintió pánico al momento.

—Digo, no justo ahora—tartamudeó con nerviosismo—, de hecho tengo que contarte algo.

—Lo sospechaba—asintió, y le vio con todo el interés del mundo—, ¿qué ocurre?

—Esa vez que regresé a casa y me encontré con un amigo, me contó algo que de hecho aún no creo del todo—se quedó en silencio, Emilio le dio el tiempo que necesitaba para poder decir lo siguiente—. Santiago murió por una sobredosis.

—Oh.

—No tienes que decir nada, solo quería sacarlo, no podía continuar sin que supieras—mordió su labio inferior.

—Entiendo, supongo que fue algo fuerte que te dijeran, hizo cosas malas, pero a fin de cuentas era un buen chico, según me contaste—dijo, su brazo se movía lentamente por la espalda del menor, tratando de reconfortarlo.

—Lo fue, y no puedo evitar sentirme culpable, si hubiera prestado más atención podría haberlo sacado de eso antes de que lo arrastrara—sus ojos se cristalizaron y su mirada se volvió triste, bajó la cabeza tratando de esconderse.

—No tienes que pensar eso, ¿entiendes?—lo sostuvo del mentón para que se vieran fijamente—, tú eres el ser humano más hermoso y puro de este mundo. Aparte él sabía lo que hacía, no es tu culpa bonito, no dejes que eso te consuma.

—Gracias Emilio—sonrió, su corazón aún doliéndole. 

—No tienes que agradecer, sabes que para todo aquí estoy, puedes confiar en mí para lo que desees, yo estoy feliz de tenerte a mi lado—lo besó fugazmente en los labios–, ahora, trata de dormir, no creas que no me doy cuenta que has estado despierto.

—Bien, dormiré—rodó los ojos—. Por cierto, recuerda que también puedes confiar en mí para lo que sea.

—Lo sé. Dulces sueños, angelito.

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