Era un sábado muy soleado. El calor estaba arrasando con la paciencia humana en Vetna, un pequeño pueblo que no se extendía a más de cincuenta casas.
Robert Jaques, no tenía trabajo por hacer aquel día y la mañana se le arruinó porque había un escape de gas en la cocina y debía arreglarlo, como dicho hombre de la casa. Su mujer lo despertó muy temprano en la mañana para que resuelva la situación y él muy malhumorado, accedió al mandato.Robert fue al garaje por su caja de herramientas, que al parecer tenía mucho tiempo sin usarla. La tomó y estuvo varios minutos buscando un destornillador, pues el muy condenado sufría de cataratas y no llevaba sus lentes. Debajo de la caja encontró una revista, muy vieja de hecho, pero en buen estado. El contenido de esta era un arsenal de súper modelos en biquini y desnudas con las cuales Robert venía al garaje a deleitarse furtivamente.
Como les mencioné al principio, Robert debía arreglar el escape de gas y lo olvidó por completo por estar hojeando aquella revista. Su esposa tenía la personalidad muy sanguínea y sufría de hipertensión; una señora de cincuenta y tantos años de edad.
Esta se paseaba por la casa y llegó hasta la cocina, donde el olor a gas estaba más fuerte. Se enfureció al ver que Robert no estuvo. Llamó, llamó y llamó y Robert no respondió. Lo fue a buscar al garaje y le pareció encontrar a un adolescente rebelde en sus tiempos hormonales. ¿No tengo que explicarles lo que estaba haciendo, cierto?Roldania, la mujer, se abalanzó sobre él enfurecida; regañándole como loca con malas palabras y dándole manotazos arriba del acto de injuria.
El malhumor y el estrés se apoderaron de Robert, entonces, esta vez discutían los dos mientras el hombre trataba de esquivar los golpes de su esposa. Llegó a tal nivel que decidió terminar la pelea y encontró la herramienta que buscaba rápidamente, para ir a la cocina. Roldania seguía con los insultos y Robert no entendía el porqué de ella estar tan alterada, pero optó por darle la espalda y conducirse a la cocina cuando la señora en un intento de atención, lo empujó de tal manera que se golpeó contra la puerta.Robert perdió el sentido de orientación por el golpe y se le nubló la vista por la furia.
—¡Maldito seas, atiende cuando te hablo! Qué crees, llevo toda la mañana intentando buscarte para que arregles la fuga de gas, y ver si sirves para algo. La poca fe que me quedaba de un esposo tan inútil se ha desvanecido, ¿me oyes? Hijo de p... —La mano de Robert suspendió el habla de su esposa.
¿Cómo te atreves a decirme esas cosas? —Gritó Robert herido y cuatro veces más furioso— ¿Te has puesto a pensar en todo lo que hago por ti para mantener esta casa?
¿Qué has hecho por mí en esta casa? ¡Tú solo trabajas y comes, y vives comiendo como un cerdo!...Ese fue el punto de ebullición de la paciencia de Robert.
Sin pensar en consecuencias; entre maldiciones y demás palabrotas empuñó el destornillador de siete pulgadas de largo que llevaba a mano y le traspasó el ojo con él. La cuenca izquierda del espectro tomó un rápido color rojo, carmesí que brotó en toda su mano.
La elegancia de aquella estocada fue casi de un caballero, como si lo hubiera hecho antes, como si hubiera pasado toda su vida practicando aquel golpe.Al caer inerte aquel cuerpo, Robert lo contempló. Lo único que le sorprendió fue ver a su esposa tan relajada como aquella vez, y de alguna manera lo tranquilizó.
Estuvo unos minutos observando el cuerpo y le empezó a dar un ataque terrible de ansiedad. Salió corriendo hacia su habitación, abrió un cajón y sacó una pequeña caja de cartón. Se dirigió a la cocina desesperado y encontró un encendedor; sacó un cigarro de la pequeña caja y al encender el fuego, sintió cómo su cara y todo su cuerpo se incineraba, su ropa ardía. En fracción de segundos ocurrió ésto.
Había olvidado el escape de gas y recordó con amargura por qué su esposa lo despertó tan temprano. Pensó en dar un grito de auxilio entre las llamas, pero su espíritu ya no controlaba su cuerpo. En ese instante su alma ardía y ardía, en contra de su voluntad.🐺Miles