Macabra Epopeya

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Historia basada en el crimen de Armin Meiwes

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Historia basada en el crimen de Armin Meiwes

Tic, tac, tic, tac...

El reloj avanzaba con más lentitud de lo normal, como si el tiempo hubiese decidido detenerse precisamente en ese momento tan angustioso, casi como si el frío del invierno hubiese detenido la delgada manecilla que avanzaba cada segundo, volviéndola cada vez más lenta.

Tic, tac, tic, tac...

La habitación era más fría de lo que pensó. Miró hacia el techo y luego hacia los lados, un lugar tan lujoso debería de tener un sistema de calefacción ¿o en qué se iban los impuestos que pagaba puntualmente junto con toda la población?

Suspiró aburrido, no debía de estar allí, él no había hecho nada para que se le juzgara como a un criminal; no había robado, ni torturado a nadie, simplemente había ayudado a alguien a cumplir su sueño. Eso podría, incluso, considerarse como una buena acción, ¿no? Todas esas ideas iban y venían por su cabeza mientras esperaba a los oficiales que le interrogarían.

Era el décimo día de diciembre. Después de la nevada del día anterior lo único que deseaba era sentarse en la sala a leer tranquilamente uno de sus libros predilectos hasta la madrugada mientras tomaba una taza de café. La vecina no le llevaría a sus hijos esa tarde para que los cuidara así que tenía el día libre, sin embargo, no sabía que un pequeño inconveniente acabaría con sus cómodos planes.

Hizo una mueca y miró a los lados; las personas tardaban mucho, aunque después de todo, tenía todo el tiempo del mundo; mientras lo dejaran libre, claro.

La pesada puerta de acero que estaba a su izquierda se abrió con estrépito, ni siquiera se inmutó, solo mantuvo su vista fija hacia el frente.

Cuando dos hombres vestidos de traje se sentaron frente a él con libretas y bolígrafo en mano supo que no llegaría a su casa para antes de la cena.

—Armin Meiwes, —Echó un vistazo a su libreta para después mirarlo fijamente—, supongo que sabe por qué está aquí, ¿cierto?

—La verdad es que no tengo ni la más mínima idea. —Armin sonrió ante la posibilidad de convencerlo de que era un ciudadano ejemplar con una reputación impecable.

—Se le acusa de homicidio doloso, además de que ha estado ingiriendo el cuerpo de la víctima.

—Eso es una completa mentira. No tendría por qué hacerlo, vivo bien económicamente y soy una persona muy tranquila, puede preguntárselo a quien usted quiera, incluso a mis vecinos...

—No, señor Meiwes, tenemos toda la versión dicha por un estudiante de Innsbruck. Él afirma que usted ha estado buscando nuevas víctimas a través de foros de internet, en los cuales reconoce haber ingerido carne humana.

Se quedó callado unos segundos; los pensamientos se agolpaban en su mente, uno tras otro, formando un enredo de posibles respuestas para usar más tarde. Se reprochaba mentalmente el haber presumido su hazaña en los foros en los que cualquier persona podría verlos. Sacudió la cabeza y procedió a continuar con su estrategia.

Gélida Crueldad - Cuentos de crímenes realesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora