5. Soy muy joven para morir

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En paz, hacía demasiado tiempo que no me sentía así

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En paz, hacía demasiado tiempo que no me sentía así. Minutos antes me había quedado como un bobo observando el respirar constante de Víctor sobre la almohada con la poca luz que entraba a través de las persianas, y si no fuera por la hora, y por el plan que no podía cancelar, me podría haber pasado así horas, o incluso días.

Con toda la paciencia que pude, esperé a que la cafetera llenara, gota a gota, la taza de ese café revitalizante que tanto necesitaba para vivir.

Suspiré como un idiota pensando en todo lo que había cambiado mi vida en unos días. Había pasado de vivir con mis tíos a compartir casa con la persona más importante de mi vida. Sonaba cursi, , y por algún motivo extraño me encantaba. Me daba igual que todos pensaran que era una puta locura haber dado ese gigantesco paso, porque yo estaba feliz... y quería creer que él también.

Mientras la taza terminaba de llenarse me permití observarlo todo. Ya todo estaba colocado en su lugar correspondiente para tranquilidad de Vic, a quien creí que le daría algo al ver tanta caja por el suelo. Por algún motivo había pensado -o eso creo- que me daría algún tipo de apoplejía o algo parecido por tener que convivir un par de días con la casa a medio ordenar. El que parecía obseso por el orden era él y no yo. ¡Una mudanza es lo que es y no hay más!, pero no fui capaz de hacérselo entender.

Me reí sin querer, negando con la cabeza. No sabía ni cómo sentirme al respecto, ya que lo último que quería era que se sintiera incómodo conmigo, pero me alegraba a partes iguales saber que se preocupaba por mí. Ni yo mismo lograba entenderme.

Antes de que desbordara, parecí aterrizar y apagué la cafetera. Ni me molesté en añadirle nada, me encantaba el café solo. Sobre todo, para comenzar la mañana. Le di un trago largo justo antes de meterme dentro del salón, con la taza en las manos.

Clavé la vista en la librería y sonreí al ver nuestros libros juntos. Podía parecer una tontería, pero jamás se me había pasado por la cabeza juntar mis cosas con las de nadie, y mucho menos mi colección de libros. Ni siquiera estaba seguro de haber dado ese paso algún día con Miki si este no fuera un idiota integral y muy casado, claro. Mi sonrisa se hizo todavía mayor cuando localicé uno de mis libros entre las pertenencias de mi novio. Sí, de mi novio, qué raro sonaba eso. Después de tantos meses todavía no me acostumbraba, pero me encantaba.

Me perdí por completo en mis pensamientos, tanto que cuando escuché un ruido en la puerta del salón, me sobresalté. Pegué un salto en el sitio, llevándome ipso facto la mano al pecho. Me giré despacio para encontrarme con un Víctor adormilado y la mar de mono. Me controlé para no acercarme a él a toda leche y comérmelo a besos.

-Buenos días, dormilón -dije en cambio, dejando la taza sobre la mesa. Vi cómo me escrutaba con la mirada antes de hablar.

-Es mi día libre, por un día que puedo dormir... -se justificó llevándose una mano a la cabeza. Sonreí como un idiota al verlo-. Lo que no entiendo es que haces tú levantado a las... ¿ocho de la mañana?

¿Repitiendo errores?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora