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Marvin. Producía un sonido como de hilos de seda que el viento zarandeaba.

El muchacho dormía profundamente. Y nunca se hubiera despertado debido a ese ruidito a no ser porque  -de repente- esa especie de madeja de hilos se depositó sobre su cara y se apretó contra ella, comenzando a quitarle el aliento. Al principio, Marvin reaccionó instintivamente, dormido como estaba. Sus manos intentaban  -inútilmente- desprenderse de esa maraña que amenazaba ahogarlo. Recién cuando sintió su boca llena de pelos con sabor a sal, se despertó agitadísimo.

Luchó con fuerza para librarse de aquello que -a la luz del día que ya iluminaba a medias su cuarto- pudo ver que era una cabellera.

Una abundante, ondulada y rubia cabellera que lo abandonó cuando Marvin estaba a punto de destrozarla a manotazos.

Como si volara despacio, se movió de aquí para allá por el cuarto y-de pronto- salió por la ventana entreabierta, en dirección al mar.

Marvin se sentó en su cama. Transpirando y con taquicardia, tardó en reaccionar. La cabeza le hervía, el cuerpo también.

¡Tengo fiebre! ¡Qué pesadilla, demonios! -y recomponiéndose, fue hasta el botiquín del baño en busca de aspirinas.

-Si sigo así, le voy a hacer caso a Greta y vamos a ir hasta una farmacia para que me revisen la herida. ¿Se me habrá infectado? ¡Flor de pesadilla tuve! ¡Deliraba!

Y todo ese martes permaneció emn el lecho, atendido

¡SOCORRO! ( 12  cuentos para caerse de miedo) Elsa BornemannDonde viven las historias. Descúbrelo ahora