Memorias de un asesino
Pobres ilusos. Los observo desde arriba, desde un segundo escalón, los observo como tumulto de borregos de ojos vendados con tela bordada por las manos de su propia ignorancia. Antes de lanzar la lanza del juicio y la critica hacia mi, les adelanto rápidamente que no soy mas que ustedes; a excepción del detalle de ser completamente conciente de la situacion en la que nos encontramos. Observo como un lagarto observaria insectos y se mofaria de ellos no sin de antemano saber claramente que eso mismo hace un pájaro cazador clavando su mirada en mi desde una montaña* un escalón mas allá*. Me excuso ante ustedes por usar el pequeño privilegio que se le da a los borregos que han arrojado sus vendas al piso y que este gesto los ha vuelto lagartos. Privilegio que si no se toma ese trago agridulce de un solo trago solo queda la irremediable locura, condición infrahumana. Lo único que no deja caerme en la locura, es el gustoso privilegio de la risa, la carcajada burlona, la comedia irónica, tragicomedia de observar el circo al que llamamos nuestro mundo. Solo de este modo nos alejamos asi sea por un instante de participar de esta obra de teatro y sentimos el placer de saltar al otro lado del telón; sentarnos como espectadores y admirar la belleza y el horror que inconscientemente nosotros mismo hemos creado. *aquellos borregos huyen y temen a la muerte sin conocer si quiera un poco de al que llaman su enemigo. Crean una falsa imagen de una muerte asechadora, tramposa que ataca por sorpresa. Sin saber que ya han vendido su alma a la muerte disfrazada de placer. La muerte es dulce en extremo, tanto que hábilmente para evitar un hastío y desprecio instantáneo, ella misma se proporciona en pequeñas dosis para encadenar y consumir lentamente a su anfitrion. Lo que mas odia la muerte es que quien haya entrado irremediablemente en su juego encuentre la autónoma salida de tomar una dulce sobredosis y renunciar al juego.
