Mi anhelado yo

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Nombre: Elías Adem
Edad: 34 años
Soltero, sin hijos.
Recibido de criminalistica, 2 años en las fuerzas militares.
Actualmente desempleado.

Estudié en el extranjero;  volví para alejarme de las grandes ciudades. Mi intención era olvidarme de los crímenes y vivir una vida tranquila.
Fue entonces cuando conocí a mi esposa.

Trabajaba en una radio de poca audiencia de la ciudad. Ella reportada crímenes sucedidos por la zona y daba información útil para las personas de bajos recursos que no tenían un trabajo para salir adelante.

Era rubia, de ojos verdes y de piel bronceada.
Nos vimos por primera vez en un restaurante de mala fama.
Yo llegué ahí por malas indicaciones y ella estaba buscando algún indicio de un asesinato que había ocurrido hacia poco tiempo cerca de esas zonas.
Era una mujer temeraria, nada le daba miedo.  Así mismo se metía en peligros y muchos problemas.
Esa noche evite que un ebrio se sobrepasara con ella.
O más bien ella evitó que me tirara un botella rota pegándole en los huevos de oro.
Pasamos la noche en la comisaría.
Su mirada determinada me llamaba la atención. Me gustaba su terquedad para hacer lo que se propusiera.

La estuve observando toda la noche, hasta que ella dijo...

"Mi cara está aquí arriba"

Fue un segundo que me desvíe hacia su cadera, pero se dio cuenta al momento.
Sentí como el sudor comenzaba a correr por mí espalda.

Yo: ..Lo.. lo lamento en serio. Fue sólo un segundo... Vaya, eres rápida..

- Gladys.

Yo: ¿Disculpa?

Gladys: Mi nombre, Gladys.

Yo: Ah, disculpa, Elías.. *estiró mi mano en forma de saludo* Elías Adem.

Gladys: Un gusto señor Adem, mi apellido es Arias. Un poco desconocido en estos paraderos.
Por su ropa y manera de hablar debo de suponer que no es de por aquí, o al menos no lo estuvo por mucho tiempo.

Yo: Pues al parecer usted también es muy observadora. Si, así es hace poco volví de un viaje muy largo.

Gladys: Lamento que se vea envuelto en mis asuntos. Aún que en mi defensa, yo no pedí su ayuda.

Yo: Es descortes de su parte señorita Arias, fue todo un acto de valentía el que realicé aún sin saber nada de usted.

Gladys: Más amabilidad tuve yo señor al salvarlo de una muerte segura por una botella rota.

Mi silencio se hizo claro en la sala, y unos policías que se encontraban cerca escuchando la conversación comenzaron a reírse por lo bajo.

Gladys: Los hombres asumen que por tratarse de una mujer ella no podrá sola con lo que tenga en frente. Es por esto que ocurren tantas tragedias en nuestro país.

Yo: Creo que se equivoca conmigo. Yo no la salvé por ser mujer. Es mi deber como militar retirado de Perú ayudar a las personas que lo necesiten.  Y créame, hasta ahora he visto mujeres mucho más capaces que yo de apuntarle a otra persona en la cabeza sin dudar.

Ella sólo me lanzó una mirada acusadora y el silencio envolvió la sala.
Pasamos unas horas más hasta que el cabo nos dio el aviso de que podíamos retirarnos sólo con una advertencia.

Gladys: Debo pedir una disculpa por lo que dije hace algunas horas. Si no fuera ex militar probablemente hubiera estado encerrada unos días.

Yo: No se preocupe... Me han dicho cosas peores.

Gladys: Oiga, ya que estuvimos toda una noche en una misma sala.¿ Le gustaría desayunar algo? Conozco un buen lugar a unas calles.

Yo: ¿Habrán ebrios? *risa divertida*

Gladys: Prometo que está vez no *risas*

Así comenzó todo, me enamoré perdidamente de ella.

Me quedé en la ciudad, Gladys quería ser la heroína, la que diera un cambio en este montón de basura.
Yo la amaba, amaba esa determinación y locura que recorría cada franja verde de sus hermosos ojos.
Estaba loca, y yo estaba loco por ella.
Comenzamos a planear nuestra vida juntos.
Yo comencé a trabajar en la ciudad (investigación privada). Me iba bien, con la ayuda de Gladys era más fácil atraparlos. Ella tenía algo especial, los comprendía, sabía como pensaban y lo que harían continuación.
Una vez me atreví a preguntarle como lo lograba. Jamás entendí la deducción que logró sacar de una foto sin siquiera conocer a la persona.
Por las dudas nunca lo volví a hacer.

Medio año después le propuse matrimonio. Ahorre un  año para poder comprarle un anillo de diamantes que estuviera a la altura de  mis sentimientos. O al menos cerca.

Al momento de proponérselo me sentí el hombre más feliz del mundo. Por fin había encontrado la vida que tanto buscaba.

Anillo de DiamanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora