Llegó el subte. Subí. Me senté.
El señor empezó su cotidiana ronda de chistes, para, al menos, subisitir en alguna moneda.
Con toda su paz, se dignó a nuestra risa. Sin esa vergüenza de los giles, que no miran a los ojos, por cola de paja o ausencias.
Anunció su fiebre y la fortuna de tener 63 años y seguir de pie. Aunque yo, 33 años menor, me quede en cama.
Entonces, cada centavo de nuestros bolsillos sin hambre , empezó a tener sentido.
Concluí que existen personas que se pasan sus días pidiendo. Pidiendo para "vivir".
Pidiendote a vos, que no sos dios. Pidiendome a mi, que soy cualquiera.
Un hombre, helado x la noche. Amaneció donde pisamos. Tiene fiebre, se levanta y pide.
Algunos, en tal caso, descansamos.