CAPÍTULO 39

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I

Alan Campbell se presenta en el palacio

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Alan Campbell se presenta en el palacio. No le agrada reunirse con su empleador —con el rey— fuera de los criaderos de bestias de montura, pero Dorian ha faltado a los últimos dos encuentros y el asunto que deben discutir es de suma importancia para la empresa de la familia Gray.

El cuidador se siente fuera de sitio. Está, de hecho, fuera de sitio. Destaca por su ropa llena de parches y de manchas que jamás saldrán, por tener los puños de la camisa deshilachados y el cabello blanco indomable. Destaca también por su barba desprolija, que asoma debajo de la máscara; por la piel de sus manos, cuajada a causa del trabajo al aire libre. Y, por encima de todo, destaca porque de su cuerpo se desprende una horrible mezcla aromática entre demasiada colonia barata y los animales a los que cuida.

Incluso algunos sirvientes arrugan la nariz a su paso. La pestilencia puede sentirse a varios metros de distancia.

Alan teme perderse. El palacio es enorme y sus corredores se cruzan entre sí como si fuesen parte de un laberinto. Hay escaleras que solo bajan o que solo suben. Hay varios pasillos que terminan de forma abrupta y otros tantos que se conectan como un uróboros que vuelve a comenzar.

Le avergüenza pedir ayuda o guía. Bastante denigrado se siente solo con las miradas cargadas de desprecio que se posan sobre su espalda, no necesita más humillación.

Lo observo durante un rato. Quiere ir a la sala del trono o, en su defecto, al despacho principal del rey. Sabe que el primer cuarto está en la planta baja. Cree que el otro espacio se encuentra en el tercer piso, pero no lo recuerda con exactitud.

Maldice cada tanto. Se lleva las manos a los bolsillos y apresura el paso.

Cuando me aburro de su andar, me materializo en una habitación desocupada del corredor y abro la puerta.

Doy algunos pasos al frente y sonrío al verlo. Incluso con su máscara es imposible no reconocerlo, su aspecto y su aroma lo delatan.

—¡Alan! —llamo, amistoso—. Hace tiempo que no lo veo, ¿qué lo trae al palacio?

—¡Lord Henry! —responde él cuando oye mi voz. Mi presencia lo pone nervioso y, al mismo tiempo, lo relaja—. Por fin veo un rostro familiar. Bah, una máscara digo. Usted me entiende —bromea—. He venido a hablar con su majestad sobre un asunto importante, ¿podría conducirme ante él?

Llevo una de mis manos enguantadas hasta mi barbilla y finjo pensar por algunos segundos.

—Temo que eso no será posible, ¿no se ha enterado de lo ocurrido?

—Sabe que a los criaderos casi nunca llega el servicio postal. Incluso los decretos reales arriban tardíos —se disculpa—. ¿Qué ha pasado?

—¡Una traición! —exclamo, exagerado—. Al parecer, el trovador que trabajaba para la corte cometió un asesinato y huyó, no estoy seguro de los detalles; con la edad, la memoria me falla un poco —miento—. El rey teme que esto sea parte de un plan organizado por disidentes para asesinarlo, así que se ha encerrado quién sabe dónde hasta que se encuentre al criminal y se lo ejecute. ¿Puede creerlo?

Condenar a Dorian Gray (RESUBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora