Esperando al nacimiento (III)

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Reuniendo todo su valor, Pikshbxgro dejó su refugio temporal para volar hasta la elfa. Era consciente de que no podrían aguantar mucho más, podía percibir como las reservas de energía y maná de ambas se iban agotando. Y si bien él no podía luchar, eso no significaba que no pudiera hacer nada.

–¡Tía Omi! ¡Déjame ayudar! ¡Cómo aquella vez!– exclamó, acercándose a ella.

La elfa se volvió sorprendida hacia la voz que la llamaba, pero no dudó en abrir uno de sus brazos para recibirlo, el que no empuñaba un arco.

–¿Estás seguro? Estas plantas...– dudó la elfa.

–Las plantas quieren luchar. Prefieren morir luchando que convertirse en eso– aseguró el espíritu.

Goldmi no dudó ni un momento de su palabra, pues nunca un ser tan inocente como aquel podría mentirle así. Quizás podría cometer travesuras, pero sólo travesuras inocentes, jamás mentir o engañar. Dejó que la abrazara, que pusiera su frente junto a la suya, sintiendo como el joven espíritu tocaba su alma.

Ella cerró los ojos, pero aun así su visión aumentó, aunque ahora veía de otra forma. Su conexión con las plantas, con toda la naturaleza que la envolvía, se había intensificado. Podía ahora sentir cada brizna de hierba, cada raíz, cada rama, cada seta, cada arbusto, cada uno de los juncos que bebían el agua del lago.

Sentía como se alimentaban de la tierra, como absorbían la humedad o los rayos del sol, transformando su energía en una parte de su sustento, viniendo otra parte del maná que los envolvía, el que les daba una esencia más profunda que las plantas del hogar natal de ella.

Percibía claramente como sus primitivas almas, más por instinto que por consciencia propia, odiaban y temían aquella oscura esencia que había corrompido sus antiguos dominios, y que amenazaba con corromperlas a ellas, con robarles su ser. Podía percibir como estaban dispuestas a lo que fuera para combatirlos, sólo necesitando a alguien que las guiara.

El suelo tembló al emerger cientos de raíces de él. Con un simple pensamiento y sin apenas gastar energía, el poder de Enredar se multiplicó en fuerza y radio de acción. Ahora, no sólo abarcaba todo aquel oasis, sino que eran más las raíces entraban en acción, incluso si ello ponía en riesgo la estabilidad de los propios árboles.

La más leve presión era transmitida a la arquera druida, por lo que no necesitaba ver para saber dónde estaban sus enemigos. Pronto, la mayoría de ellos estaban atrapados en gruesas raíces. Sólo los más alejados de los árboles podían moverse, o al menos tenían la posibilidad de liberarse.

Aquello era algo que rara vez los espíritus de los bosques hacían. En parte, porque no era nada fácil encontrar a alguien compatible para poder llevarlo a cabo. En parte, porque era un sacrilegio llamar a las fuerzas de la naturaleza sin una poderosa causa que lo justificara, y pocas causas lo eran. Al fin y al cabo, incluso la vida y la muerte son parte misma de la naturaleza, no algo que combatir.

De hecho, la inmensa mayoría de los espíritus y hadas nunca había llevado a cabo algo así, siendo Pikshbxgro sin duda una notable excepción, pues era la segunda vez que había fusionado su alma con la de otro ser para invocar aquel poder, ambas con la misma persona, la "tía Omi".

Quizás, incluso proteger a una unicornio no hubiera sido suficiente si su enemigo no hubiera sido aquella corrupción. Era una amenaza contra la propia esencia de naturaleza, por lo que luchar contra los seres antinaturales que los estaban atacando, amenazando con corromperlos, justificaba completamente sus acciones. La misma naturaleza prefería debilitarse e incluso morir a corromperse.

La lince no paraba de atacar, disminuyendo poco a poco sus números, pero a menor velocidad de lo que llegaban los refuerzos. Sin embargo, no parecía haber un peligro inminente, pues los seres corrompidos no podían liberarse de sus poderosas ataduras.

Era cierto que la energía y vitalidad de las plantas no era infinita, y que iba disminuyendo a medida que se movían y resistían a sus enemigos, pero, por ahora, no habían llegado a una situación crítica.

Pronto aunque esporádicos, empezaron a comprobar los efectos de su estrategia. Otra de las bestias corrompidas despertó, siendo liberada y volviéndose ferozmente contra los otros corrompidos. Era el odio acumulado por su alma durante su insoportable cautiverio. Quizás también el deseo de acabar con todo lo que se pareciera a su prisión. O quizás el de liberar a otros como ella.

No tardó en despertar otra, y otra. Cada vez eran más las que se volvían contra sus antiguos aliados, no temiendo morir en el intento, sino incluso deseándolo. Así, poco a poco, las tornas iban cambiando, creciendo el número de despertados y reduciéndose la presión sobre las plantas, al tomar aquellos seres su relevo.

Todo parecía indicar que aquella batalla estaba encauzada, pues, con la ayuda de Pikshbxgro, habían salido de aquella situación casi desesperada y estaban ganando terreno.

El mayor problema residía en que el pequeño unicornio no había nacido aún, y les era imposible saber cuánto iba a tardar. Ni siquiera podían estar seguros si iba a conseguirlo.

Lo único que podían discernir era que la unicornio seguía poniendo todo su esfuerzo en ello, pues era patente el sudor que cubría su cuerpo blanco, cuyas crines caían empapadas hacía la hierba. Y no era menos evidente su expresión conteniendo el dolor e intentando mantener la concentración.

De pronto, un extraño viento empezó a soplar. No era un viento que moviera las hojas o agitara las aguas, sino un viento lúgubre que se sentía en el alma, ensombreciéndola, haciéndoles sentir un escalofrío, una gelidez que no se debía a la temperatura. Era un viento incapaz de mover una sola brizna de hierba, pero sí de mover el miasma.

El mismo miasma que había estado introduciéndose poco a poco en aquel oasis de vida, empezó a ser agitado y a ganar velocidad, amenazando con engullir el lugar en su siniestro manto.

Y si bien ese miasma debilitaría poco a poco a las plantas, no era ese el mayor problema, sino que amenazara con fulminar su estrategia. Con suficiente miasma, no habría más despertados, e incluso los existentes corrían el peligro de caer de nuevo bajo su yugo.

La lince, que se había retirado para descansar y recuperar fuerzas, se levantó de nuevo, inquieta, mientras que Goldmi sintió de pronto al espíritu temblar, aterrado.

–Pikgro... ¿Estás bien? ¿Qué está pasando?– se preocupó ella.

–E...Ellos... Es...Están aquí...– tartamudeó, estremecido.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora